31 de diciembre de 2010

28 de diciembre de 2010

Que nada es lo mismo para nadie es la madre de todas las verdades. Basta detenerse a modo de muestra en lo que nos evoca un día como el de hoy: Los santos inocentes.

Para los creyentes, conmemora una matanza (nunca probada por documento histórico alguno) de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén. 

Podía haberse quedado en una fecha para impedir que caiga en el olvido el castigo injusto. Pero en algunas esferas (supongo cuáles) nada interesadas en dejar asentarse un permanente recordatorio de sus desmanes, le dieron la vuelta a esta tragedia (histórica o no), haciendo de ella una derivada incomprensible: la costumbre de realizar bromas de toda índole; la más popular, un monigote de papel prendido en la espalda de algún descuidado.

A mí este día me trae a la mente la película del mismo nombre dirigida por Mario Camús sobre la novela de Miguel Delibes. Quien la recuerde convendrá conmigo que por desgracia para muchos seres inocentes la vida es todo menos una broma ingenua. Porque inocente es aquel que no teniendo culpa de nada recibe el castigo, mientras los intocables de este sistema de castas en que se ha convertido el mundo “occidental” se van de rositas con sus vacas sagradas. 

Y luego decimos de la India.

Codorníu.

24 de diciembre de 2010

17 de diciembre de 2010


El primer aniversario de la muerte de Saleta quedamos con Xéxpir para ir a Corrubedo. En aquella ocasión, la tarde, siempre silenciosa, se había ido escondiendo tras las rocas y la noche nos había pillado de improviso. Chumpéter, con su alter ego de economista, marchaba todo el camino delante de nosotros, murmurando para sus adentros al amparo de la poca luz de su cigarro. Supongo que –al igual que yo– no podía  soltarse de los recuerdos con que llevaba anudada la garganta: unos recuerdos complementarios, que nos ataban a los tres como reos.  

Xéxpir me preocupaba menos, ya que su salto personal al vacío se había producido con antelación. De los labios de ambos no salía ni la más mínima palabra mientras bajábamos los peldaños naturales de piedra arrancados al acantilado por los temporales. Tampoco yo abrí el pico, pendiente como estaba de cada detalle de sus reacciones. Por eso me di cuenta enseguida que, al llegar abajo y situarse frente al océano, Xéxpir me miró con desolada tristeza. Miró después aquel entorno y, con todo en los ojos, se fue despidiendo en círculo hasta humillar la mirada contra el suelo en un punto de la arena a su costado, como un torero que arroja la montera. En ese momento pude darme cuenta de que las piernas apenas le sostenían y me puse más cerca. Lo supe porque los bajos de sus pantalones, siempre cortos, bailaban. Pasados unos instantes, alzó de nuevo la mirada como si quisiera comprender la muerte de Saleta definitivamente y se marcó una perorata acerca de lo que se ha podido tener a la vista y no se ha visto. Luego calló, en la seguridad de que si pronunciaba una sola frase más, la que fuera, todo habría perdido el sentido cuya vigencia estaba clamando a gritos el corazón común que compartíamos. Fue entonces cuando Chumpéter aprovechó para afearle con aquellos versos de Calderón (“Cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla”), dando lugar a una  desagradable trifulca cuya réplica me amenaza cada año por estas fechas.

Creo que no había escrito nunca nada acerca de ese día que tuve que separar a Xéxpir y a Chumpéter. Aquella noche fue como si dos toros se adentrasen en el mar, corneándose en mi presencia hasta tal punto que poco les faltó a ambos para ahogarse y ahogarme de paso a mí con ellos. Desde entonces me veo con cada uno por separado, como sabiamente hacía la intuitiva Saleta.


Todo lo que ella y yo pudimos disfrutar antaño tuvo siempre este claroscuro de ambivalencia, que acompaña y a la vez empaña mis recuerdos.


Codorníu.

14 de diciembre de 2010

El New York Times calificó al modelo hipotecario de nuestro país como una “condena de por vida”. El citado medio se sorprendía de los problemas sociales que están provocando el aumento de desahucios y ejecuciones jurídicas de inmuebles. Y es que en USA, cuando ya no se puede seguir pagando, se entrega la vivienda al banco y éste salda la deuda hipotecaria. Punto pelota.

En España sería imposible dar este bandazo jurídico, ya que significaría el colapso bancario. Por una parte, la morosidad –contenida a la fuerza por el encadenamiento medieval de las personas que refleja el chiste- se dispararía. Por otra, dichas entidades no podrían hacer frente a la deuda contraída con los inversores internacionales, que han comprado los títulos basura emitidos sobre esas hipotecas.

En fin, para una vez que estoy de acuerdo con algo que hay en los Estados Unidos (y que la inmensa mayoría de ciudadanos de mi país estarían dispuestos a copiar inmediatamente), resulta que se trata de una misión de imposible aplicación en nuestro caso.

Muy bien. Echemos un dato más a la memoria para cuando los mercados nos vengan con comparaciones acerca de las cosas que les interesan a ellos.

Codorníu.

8 de diciembre de 2010

Ya tenemos, a la vuelta de la esquina, la temida inflación entrando por la única puerta que no se puede cerrar: los alimentos. Una mala noticia para la gente de a pie que de momento no lo vive en toda su crudeza, porque las empresas del ramo están asumiendo las subidas sin repercutirlas por razones de estrategia.

Y no es que sean unos santos... qué va, qué va. Es que temen vender todavía menos si trasladan la subida de las materias primas a los consumidores.

Estamos viviendo, sin darnos apenas cuenta, un proceso larvado de pérdida de poder adquisitivo vía inflación, del que nos iremos enterando gradualmente... de forma lenta. Se trata de un método taimado y cruel, que no nos permite ni siquiera ser conscientes para evitarlo. A este proceso los técnicos lo conocen como la “parábola de la rana hervida”, que traducido al cristiano consiste en que  si a una rana se la echa en una olla con agua muy caliente, pugnará por saltar y escaparse; mientras que si la ponemos en otra con fuego mínimo y vamos aumentando lentamente la intensidad del calor, la rana no percibe el cambio y muere sin poder intentar algo para salvarse.

Los seres humanos reaccionamos de la misma manera si nos aplican una transformación repentina. Por el contrario, nos vamos adaptando si nos saben “colocar” los cambios paulatina e inteligentemente.

Al loro, amigos: ajustes salariales pedaleando cuesta abajo a tumba abierta y precios escalando las paredes de nuestras casas con nocturnidad y alevosía. 


Vaya cóctel.

Codorníu.

4 de diciembre de 2010



Explotamos indignados por la pobre gente, que se iba tan contenta de vacaciones y se las han chafado...

Explotamos indignados por las pérdidas ocasionadas en hoteles, compañías aéreas, restaurantes... 

Explotamos indignados por el daño a la "marca España", a la imagen de nuestro país en el exterior...

Pero no hemos explotado indignados por ese 40% de parados que se van a quedar sin unos míseros 426 euros para sobrevivir sin tener que robar. Ni siquiera hemos hecho el cálculo de cuántos seres humanos son el 40% de todos los parados... ¿Dos millones tal vez? 

. Yo también estoy indignado con esos 2.500 crápulas, que han hecho ese repugnante intento de chantajear al Gobierno. Por eso, y por joder de rebote las vacaciones de mucha gente. 


(Por cierto: ellos, los controladores, no han conseguido poner al Presidente de rodillas como nuestros prestamistas. Obsérvese: todavía hay mucha diferencia entre los gusanos y las serpientes)

No sé si se me nota. Estoy indignado con que la opinión pública no se haya rebotado -de igual manera o más- por lo de los 426 euros de los parados. A fin de cuentas lo de los controladores ha dejado a varios miles de personas sin vacaciones; pero lo de los 426 euros va a dejar a dos millones de personas al borde del hambre. 


Todavía hay diferencia entre la pobre gente y la gente pobre. Estos últimos, está claro que no nos dan la misma pena.

(Ah... y no tengo ningún amigo, ni conozco a nadie, que sea controlador; que conste)
Codorníu.

28 de noviembre de 2010

Un sobre grueso y sin remite. Dentro, aquellos renglones en tinta verde y los siete folios incompletos, irregulares. En cuatro de ellos el texto no pasaba de la mitad; algo más había en otros dos, y apenas media cuartilla en el último. Como si el resto de cada uno, guardase el sitio a algo desconocido que habría de escribirse más adelante. Cuidada, eso sí,  la letra; como dibujada por un devoto de las bellas artes. Sin firma. Sin más pistas que el papel de barba tan propio de quien valora el tacto del detalle en sus obras.

Después de comer, mientras Xéxpir trazaba aquellas líneas con ayuda del ProRealTime, volví a darle vueltas a un rostro... algo tan imposible como modelar humo inútilmente.

Decidí no enseñarle la carta. Había tantos datos de los dos que sentí que mi secreto se quedaba sin suelo; como si todo lo que habíamos vivido en aquellos días, no nos perteneciera ya a nosotros.

Sin duda nuestras vidas habían sido observadas igual que dos minúsculas gotas de agua en el portaobjetos de un microscopio. Quien fuera tenía en su mano el poder inmenso de revolverse contra los hechos, interpretarlos, tal vez volverlos a crear de manera caprichosa.

Cimbreando su corola sobre ese prado de tinta verde, quien quiera que fuese se atrevía a colocar -cual llamativas amapolas rojas- comentarios que iban desde las conversaciones apasionadas que Xéxpir hacía sobre los gráficos de octavas, hasta las pausas que yo aprovechaba para expresar mi entusiasmo por regresar a Madrid con él para vivir en la buhardilla de Lavapiés. 

Los papeles de Saleta.
Codorníu.

20 de noviembre de 2010

Las propiedades mágicas de los números aparecen por todas partes en la naturaleza. Lo nuestro no había de ser una excepción; porque, en el mayor de los secretos, la música que rellena el espacio que separa las almas destinadas a juntarse canturrea una geometría áurea, imperceptible para los amantes.

Una vez que el mar consintió que ganásemos la playa, la fiesta comenzó para nosotros al abrigo de unas rocas anaranjadas donde el sol dormitaba arrullado por la bajamar. Sólo había algo que me mantenía en guardia: aún ignoraba su nombre; un detalle importante, ya que me había propuesto no tener más relaciones con nadie de suma seis. Eso era más esencial que saber por qué Xéxpir mantenía aún la mirada perdida.  O ver como las marcas del oleaje se disponían en bellas y sorprendentes pautas de remolinos espirales. 


En seguida me di cuenta que su verdadera naturaleza era la de un tipo observador y cauto. En absoluto se atrevió a preguntarme sobre aquel tatuaje (a medio camino donde se junta la cadera con el muslo) por el que otros hombres se habían mostrado intrigados a la primera. Tan sólo lo miraba de vez en cuando, de reojo, con disimulo... sin saber que la frecuencia de vibración de su corazón era inversamente proporcional al escaso valor que le quedaba. No me dio pena, no era el único. Claves tan esenciales como los números que gobiernan los sentimientos se escapan al común de los mortales. Por eso cuando un quinto musical de su angustia regresó al dolor original ocho octavas más arriba, apenas percibió la secuencia ascendente de la escala espiral, cual sucede con la disposición de los remolinos del girasol. Sin saber la causa, sólo pudo notar cómo una sombra le velaba de nuevo el presente. 

Le salvó que para entonces ya había regresado yo del faro con una botella de albariño. 

Los papeles de Saleta.
Codorníu.
. .

12 de noviembre de 2010

Una dulce nostalgia había venido con él hasta la orilla... a despedirle... como si  allí se terminase la película común que habían rodado juntos durante más de medio siglo. No hay duda que algunas personas nacen de serie con esa pareja, y  nunca les oirá nadie quejarse de sentir un vacío aquí, por dentro del cuerpo. Aunque, cuando llega el momento, estas separaciones son, precisamente, las más dolorosas sin duda.

Xéxpir miró el reloj y se levantó las solapas de la chaqueta. Serían poco menos de las seis cuando tomó la decisión de avanzar con la mirada puesta en el horizonte. La dura arena del fondo daba estabilidad a sus pisadas; aunque no creo que fuese consciente de tantos detalles en aquellos momentos. Como mucho, lo más probable es que sintiera la frialdad del agua, tras el golpe que recibía al chocar cada ola contra sus muslos. Después, ni siquiera se daría cuenta del espectáculo en torno suyo; esa danza alrededor y por medio de sus piernas. Desde la orilla, con ayuda de la cámara, sí se captaba todo. Incluso como, a cada paso, le seguía una parada despeinando las aguas en remolinos cadenciosos: siempre la penúltima. Y esto ya es un adivinar; pero intuyo que, con  el compás de la marea, escucharía un tañido acoplado a su pulso; una señal que aún le anclase a la vida. A sus labios salinos, subía (eso no lo supongo, porque se lo oí contar en más de una ocasión) un hálito que, sin querer, musitaba una súplica. Eran unos versos del portugués Pessoa, que había cogido la costumbre de decir a diario, en voz baja, antes de salir por la puerta:

                                   Cuando uno está a la escucha,
                                   el desierto urbano se cubre de signos:
                                   las piedras dicen algo,
                                   el viento dice,
                                   la ventana iluminada,
                                   el árbol solo de la esquina dice,
                                   todo está diciendo algo,
                                   no esto que digo sino otra cosa,
                                   siempre otra cosa,
                                   la misma cosa que nunca se dice.

Cuando Xéxpir recuerda ese momento crucial de su vida siempre me habla de que tenía la sensación de estar rezando sin ser creyente. Y que esa cosa a la que se refiere el poema llegó a su manera, inesperadamente, en forma de grito, cuando alguien rompió el silencio a su espalda. Era yo, y ésa fue la vez que escogió el destino para presentarnos. Al volverse hacia mí, cuenta que encontró en mis ojos un brillo alquilado... como de haber sido feliz tan sólo en las fugacidades. Y en el fondo de la mirada, emergiendo -como a través de un periscopio- la imagen cuarteada de un corazón aplastado, el mío, yo también con el agua hasta la rodilla y la cámara colgando en el pecho, frente a frente, envueltos ambos en un silencio estoico y circular, que sólo se rompería cuando algo desatascó el cuello del reloj de arena de nuestras vidas y él accedió a desandar las olas de mi mano.

Los papeles de Saleta.
Codorníu.
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8 de noviembre de 2010

En el fondo sabemos todos que cada vez que se mira al pasado, sólo puede regresar de allí una voluta de humo. El día que conocí a Xéxpir en… bueno; qué más da... El caso es que Xéxpir ha sido uno más de los “personajes” que hace muchos años dieron vestido, casa y comida a mis mundos internos. Si decide replicarme al leer por aquí estos renglones que salpican su nombre lo comprenderé perfectamente. Hasta hoy, a mi Xéxpir, al holograma, no quise sacarle de la tranquila oscuridad del inconsciente. El otro, el de carne y hueso, existe en ese otro escenario que llaman la realidad los que buscan objetivar las cosas. Está ilocalizable, pero existe. Quizá abriendo los ojos de sorpresa en algún cíber perdido del mundo... si es que me lee. 
Aquel Xéxpir que yo recuerdo amaba la intriga, el velo, los disfraces, lo oculto: tal vez por eso escoge seguir agazapado. Un tipo impredecible, desconcertante... Incluso de sí mismo, que es como se está "fuera de control" de verdad. Fijarle unas coordenadas sería algo tan inútil como tener localizada en qué parte del cuerpo está el alma. Saleta seguro que coincide conmigo y sonríe desde sus nuevas praderas de caza. Como sabéis, Chumpéter y yo fuimos solos a llevar sus cenizas a Corrubedo. No sé cómo se enteró; pero allí estaba Xéxpir, sentado a cierta distancia, manteniéndose a raya claramente al abrigo de una pequeña duna, fumando. Como esos indios que seguían a las caravanas, desde lejos, en las películas del Oeste.
Codorníu
Codorníu..

15 de octubre de 2010

Según los datos estadísticos, los planes de pensiones acumulan una ganancia media del 0,09% en los últimos 12 meses, cuando la inflación actual -en ese mismo periodo- se encuentra en el 2,1%. Sólo hay que hacer la resta para ver que los ilusos que metieron su dinero en el último año en un plan de éstos pierden el 1,2% en términos reales. Aunque, en períodos más largos, el panorama es todavía más desolador: en los últimos tres años pierden el 0,99% anual. Y tendríamos que  remontarnos a 10 años para ver rentabilidades positivas; aunque de carcajada...  sólo ganarían el 0,73%. Conclusión: habrían logrado mucho más comprando bonos del Estado a 10 años, que ofrecen el 4%. 

Para más INRI, está el tema de la liquidez: estos productos sólo se pueden rescatar en caso de paro prolongado o enfermedad grave. O sea, no se puede sacar el dinero con el argumento de que el plan vaya mal. Si a eso unimos las elevadas comisiones y una gestión tan poco acertada, es lógico que los que aún tenían alguna duda hayan huído de estos inventos financieros como de la peste.

La reforma del sistema de pensiones en que está obsesionado el Gobierno continúa suscitando miedo en la gente corriente. El temor a que el modelo actual quiebre en el futuro debería traducirse en una suscripción masiva de planes privados. Pero no es así, porque la rentabilidad conseguida por estos encantadores de serpientes queda lejísimos de la que ofrece hoy la deuda pública o los depósitos.

Y ése es el drama. El drama de los bancos. Un suculento negocio de miles de millones, ahí a sus pies… que no convence a nadie...  De risa.

Y a la vez, qué pena. Porque ya que no hay alternativas, deberíamos defender con uñas y dientes el sistema público de pensiones.

Ahí están los franceses, luchando como en el 68.

A ver si lo consiguen.

Codorníu.

11 de octubre de 2010


En esta década que comienza, más de 400 millones de jóvenes se incorporarán al mercado laboral. La economía global -ese invento de los mercados- se enfrenta con sus propios monstruos: la crisis fiscal, la de la deuda, la de las pensiones… Y la peor de todas: un bajo crecimiento (o un estancamiento) que nos corta los caminos para crear empleo.

No me invento nada. Se pongan como se pongan, el desempleo está muy relacionado con el hecho de que no nos permitan apartarnos a los que ya peinamos canas para dejar sitio a nuestros jóvenes. 


Hoy en día se habla de lo bien que estamos físicamente a los sesenta o sesenta y cinco años. Pero lo que habría que cuestionarse es en qué trama de relaciones laborales se pudre nuestra vida, que hace que una persona a los 60 años esté físicamente perfecta para hacer casi cualquier trabajo, pero llevando en su interior muchas papeletas para sentirse destrozada psicológicamente…  

No me invento nada. A la vista de todos está lo que sostengo. Basta con salir a la calle, ver la crispación de la gente, observar el consumo de alcohol... Ni siquiera es necesario pasar por la farmacia del barrio para que le den a uno las estadísticas mensuales de ventas de prozac y similares. Ni que le den en el Ministerio de Trabajo el registro evolutivo de las bajas por depresión, que seguro que las tienen todas recogidas en un gráfico. 

Somos meros supervivientes en medio de una paradójica situación: la salvación de las entidades financieras está más que garantizada; sin embargo, nadie da un duro por la de quienes han hecho los sacrificios para rescatarlas del desastre que ellas -con su avaricia- han provocado. Todo esto es de locos... Como si en la Antigüedad Clásica, para terminar con la injusticia, se persiguiese con saña a los esclavos.

No me invento nada. Sólo me asombro de que a esto se le siga llamando aún Progreso y Civilización.


Codorníu.

8 de octubre de 2010

Recortes.

En este otoño tan hermoso, el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha vuelto a insistir desde su púlpito (por enésima vez... ya he perdido la cuenta) en la necesidad de aplicar recortes económicos a la gente corriente por el bien de la salvación del estado del bienestar.

En la mente de todos están esos hachazos que nos van desnudando de progresos y derechos. A la vez que las hojas de los árboles, sentimos como se cae también lo que con tanto esfuerzo hicieron crecer otros en el pasado. Este otoño, el viento seguirá arrancando de nuestras vidas lo que empezó a brotar -radiante de esperanzas- en aquella primavera del siglo XIX.

El señor Ordóñez no desconoce (es imposible) que el salario mínimo que alfombra de hojas los suelos es de 633 euros al mes. Tampoco ignora que muchas personas en nuestro país andan muy cerca de ese suelo. De sobra sabe que, incluso el doble, no deja de ser una miseria... de "privilegiados".

Poca gente puede presumir de haber contado las hojas del árbol salarial del señor gobernador. Tampoco yo sabía de ellas. Pero hoy he leído en el diario "Público" lo que gana, actualmente, en este otoño tan bonito y tan suave. Gana 194.148 euros anuales, que si lo dividimos en catorce partes, nos salen 13.868 euros al mes.

Entre 13.868 y 633, hay por medio un barranco de escalones profundos; veintidós, para ser exacto. Veintidós veces más uno que el otro son una pendiente de esas que dan miedo y escalofríos. Un abismo inmenso, negro, insalvable... que nos separa a nosotros, los que sufrimos los recortes, de ese señor y esa gélida élite dirigente a la que pertenece.

Aunque esto no sería importante si no formara parte del grupo selecto de los que legislan y gobiernan. Eso es lo que es obsceno y, más que grave, gravísimo. Me refiero a que esta clase dirigente goce de emolumentos tan siderales; cuando deberían tener un cinturón muy parecido al de los ciudadanos para que no se les cayese la cara de vergüenza. Para eso y para que se lo pensaran dos veces, cada vez que les sube a la boca esa ácida letanía macabra de apretárselo y apretárselo y apretárselo...

Mientras eso no suceda, los que hacen las leyes y las ejecutan no serán los representantes del pueblo. Al menos por mí parte no serán considerados como tales, mientras gocen de tan privilegiada situación económica, impropia de servidores del Estado.

Por más que lo digan las urnas y nos lo envuelvan todo con un hermoso vestido de seda llamado Democracia.

¿Cómo van a representarnos si no pueden saber lo que sentimos?

Codorníu.


4 de octubre de 2010

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Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que aún calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelva escarcha.

Otoño, Mario Benedetti.

(De “Insomnio y duermevelas”)

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20 de septiembre de 2010

Los recuerdos suelen venir en ramos. El tuyo, traído al presente por la muerte, duele cual pedazo de vida que me arrancan. Aún estoy conmovido por el impacto emocional que supone escuchar la noticia de tu viaje definitivo. Con esta despedida te llevas un trozo de mi corazón, aquel corazón juvenil del que ya otros adioses se llevaron su parte.

Y ya no sé si lo que queda de él es más que lo que falta, José Antonio. Digamos que, a mi edad, se vive bastante de recuerdos que cada vez tienen más peso en lo que queda de ese órgano que late todavía. Pongamos que ahora mismo habrá ya un cincuenta por ciento de vida que son eso: recuerdos.

(Igual, hasta me quedo corto...)

Tu muerte me ha hecho sentir, una vez más, dos dolores parejos ya familiares. El primero es el bocado directo, el hueco abierto en la manzana roja del pecho. El segundo, notar cómo se incrementa en la composición de mi ser esa otra parte que ya no es regada por la sangre de la realidad; cómo sube la proporción de ramas mutiladas en esta vida mía, otra vez hoy hendida por el rayo como escribió el poeta centenario...

José Antonio Labordeta, no se me ocurre mejor despedida que hacer mías las palabras de Sabina a ti dedicadas:

Gracias, por tu ejemplo

Codorníu.


29 de agosto de 2010

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Los dolores que pululan por la casa me (nos) han dado un respiro. Por eso -para hacer un descanso y variar- no voy a hablar de esos duendecillos con alfileres que nos aquejan en estos cuerpos y que nos hacen vivir en el presente, sino de otros dolores; o mejor, de una Dolores nacida en Camagüey (antes Puerto Príncipe), cuna de Nicolás Guillén, y ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Pues bien, esta hermosísima localidad cubana cuenta con una preciosa leyenda cuyo broche final se halla entrando al cementerio y localizando el epitafio de Dolores Rondón, una bella mujer fallecida en 1863 a la que dieron sepultura de limosna en una fosa común, tras morir a consecuencia de una epidemia de viruela.

Se cuenta que la mujer despreció en vida el amor de un barbero mulato muy humilde al que prodigó todo tipo de desplantes y repulsas para casarse con un oficial español, de bastante prestigio por aquel entonces, que falleció a los pocos años.

Poco le duró, por tanto, su único matrimonio. De vuelta al anonimato (pasado algún tiempo), el despechado barbero dio con Dolores -pobre y enferma de muerte por el mal contagioso- y se hizo cargo de ella hasta sus últimos momentos.

Cuenta la leyenda que, tras su entierro, encargó aquella singular lápida con esta reflexión en forma de poema:

“Aquí Dolores Rondón/ finalizó su carrera, / ven mortal y considera/ las grandezas cuales son: / el orgullo y presunción/ la opulencia y el poder, / todo llega a fenecer/ pues sólo se inmortaliza/ el mal que se economiza/ y el bien que se puede hacer”.


Camagüey, cuna de poetas.


Codorníu.

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18 de agosto de 2010

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No es fácil. Ya me gustaría a mí poder hablar de otra cosa. Escribir de mi Habana, del mar azul, del silencio apacible de agosto... Como dirían los picólogos: la realidad es soberana. Te toca y te toca... tan frágiles somos.

Por ahora, nos movemos sin echar órdagos. Jugamos al tran-tran, ganando amarracos con el día a día, como en el mus. ¿Acaso podemos hacer otra cosa?

Sé que la esperanza, a partir de aquí, no pasa por contar en años sino en semanas o meses a lo sumo. Antes de la caída, lo veía de otra manera... ¡Qué iluso! Ahora intento aterrizar, acostumbrarme a pisar por el suelo.

Desconté una fractura de cadera, asumí el problema locomotor, el periodo de rehalibitación que nos espera. Pero los efectos secundarios... con ésos no contaba.

Aprovecho este paréntesis fugaz mientras llega la médica. La espero como agua de mayo. Son tantas las cosas que quiero consultarle que he rellenado un folio de dudas por las dos caras. Soy un pesado, espero que no me mande a la porra.

Menos mal que hoy le veo mejor... me parece que ha vuelto a colocarse en el carril de la vida. La foto (es de ahora) contiene esa expresión permanente de tristeza que le ha quedado.

Codorníu.

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8 de agosto de 2010

No pudo ser. Escribo desde un cíber. Es una escapada puntual. Llegué el día 1 a mediodía. Hice algo de compra, coloqué las cosas. Todo el mar esperándome. Pero...
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Al día siguiente, mientras iba a un súper, me sonó el móvil: "Tenemos un anciano en el paseo, que dice que es usted su hijo... se ha caído... "

Fui corriendo, me hallaba cerca por fortuna. Cuando llegué estaba en un grito de dolor: se había fracturado la cadera por dos sitios. Vino una ambulancia y nos llevaron a un hospital de la zona. Os paso una foto.

Apenas me he movido de la habitación donde le han ingresado. Fue operado con éxito. Bastante bien para la edad que tiene.

Hoy, día 7, una semana después, ha comenzado a dar sus primeros pasitos con la ayuda de un andador. Es un resistente y lucha mucho.

Aunque la casa está junto a la playa, no he tenido tiempo de mirar el mar. Sé que está ahí. Tan sólo eso: que está ahí. Cuando puedo salir, vengo, me ducho, me cambio de ropa y regreso.

A veces, la vida te esconde hasta el más mínimo descanso. Incluso el mar tan deseado, por más que estés tan cerca. Otra vez será.

Codorníu.
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30 de julio de 2010

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Parece que apenas terminado el curso todas las nubes negras se pusieran de acuerdo para descargar su tinta. Han sido gotas de agua sucia con las que uno no cuenta, tormentas de verano, rayos... que aún no se han ido.

Necesito poner tierra por medio, y alejarme de este julio inestable de supuestas vacaciones y falsos decorados de cartón piedra.

Vacaciones... Palabra tan deseada entonces, como de extraño contenido en el presente.

Un balancín, la vida.

Me marcho camino del mar con la esperanza de que su compañía, que tanto supuso para mí en el pasado, me cure.

Nadie más puede hacerlo.

(Tal vez si Saleta viviera...)

Codorníu.
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26 de julio de 2010

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"Tal día como hoy, un poco más tarde, un poco más temprano, un día en que todo comienza de nuevo, en que todo comienza, en que todo continúa"
(Georges Perec)

A punto de completar un siglo, me pregunto cómo sería más o menos su imagen cuando atravesó esta edad indefinida de los cincuenta y tantos. No ha sido fácil encontrar un primer plano: no era hombre de muchas fotos, pienso que por una cuestión de prioridades en aquella España de ahorro y paso atrás.

Cuando al fin di con una, lo más aproximado que hallé fue ésta con 49 años. No conseguí doblar por la mitad el siglo exactamente, pero bueno... tampoco él ha cumplido los cien todavía. En ese periodo, estoy seguro que ni se imaginaba la longevidad que se le venía encima. Y mucho menos que sobreviviría tanto tiempo en medio de esta tremenda confusión que conlleva el vivir.

(Aunque le vean con traje y corbata, él no era de llevar esa pinta: es que estábamos en una celebración. No sé por qué digo esto... Ah, ya sé... es que yo cuando me tengo que disfrazar así me dan los siete males)

Codorníu.
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19 de julio de 2010


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Hoy se celebra el día del Padre en Uruguay. El 19 de marzo, San José, es el día en que lo hacemos nosotros. Pero como no hay que perder ocasión para festejar (y menos en este caso), no seré yo quien deje de aprovechar la entrada de mi amiga La Flaca para hacer ésta mía, donde echo mano de unos renglones que publiqué la segunda vez que entré en "Aguas abajo" para ir dejando recuerdos.

Por aquellos días, mi padre tenía 97 años. Hoy cuenta 99 y medio, y aquí, en la familia, vemos los cien a la vuelta de la esquina; aunque no sé yo si él mide el tiempo igual que nosotros.

Por aquel entonces, hace tres años, escribí esto:

"Mi padre habla poco; sin embargo, me contó ayer en la cena que llegó a Madrid en el año 1929, en un coche de línea muy lento que se detenía en todos los pueblos de Castilla. Recuerda que, desde el autocar, vio por primera vez la Gran Vía.
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Le pareció tan grande y hermosa como un futuro. Su vista no cabía en una sola ventanilla, por eso tuvo que mirar también por las de al lado para poder verla toda de golpe, mientras chavales, como él, agitaban la mano desde la calle y saludaban al pasar...

Mi madre aún no estaba a su lado, todavía no se conocían; pero él ya intuía que sonreía como yo, como hacemos en las fotos porque lo llevamos en la sangre. A Miguel, también lo trajimos en la sangre trompicando desde una aldea gallega. Él no se fija en estos detalles todavía. Su pelo rubio, el viento "norteiro" en la expresión de la cara y eso de la sonrisa lo cantan a las claras.

Mi padre aprendió a hablar castellano muy rápido, porque le sonaba a fino y a ciudades bonitas. Ya dije, corría el año 29. Venía a segar con dieciséis años tan sólo. Y tan solo"

¡Para que me hablen a mí mal de los "emigrantes"!

Codorníu.
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11 de julio de 2010

Queridos amigos del mundo, hermanos:

Como para sufrir ya tenemos y tendremos ciento una ocasiones -y sin que esto nos impida olvidar las penas negras con que los mercados “obsequian” a los pueblos a diario-, aquí saco, a la puerta de mi "boliche", unas cuantas sillas y este sorbete virtual que acabo de probar en mi cocina.

Se trata de un nuevo cóctel para invitar y festejar con todos vosotros (sí, tú también; que no me olvido de nadie y menos de ti), lo que estos chicos de mi país han logrado: quedar campeones del mundo en fútbol por delante (que no encima) de teutones y bóers.

Vaya este granizado para todos nosotros, los que celebramos las cosas sin que nos volvamos tontos de baba del Imperio, ni se nos pasen por alto las cosas importantes. Y en especial para nuestros hermanos del otro lado del Atlántico, a quienes prometí llevarlos en mi corazón hoy -en tierras de Mandela (27 años de cárcel)-, y gustosamente dediqué el esfuerzo de inventar este Daikiri gallego; porque gallegos fueron los más numerosos emigrantes del mundo y, simbólicamente, por extensión del término, todos nosotros:

INGREDIENTES:
50 cc. de ron blanco (yo soy fiel al Havana club)

50 cc. de albariño (los hay extraordinarios; pero mi corazón -y mi juventud con Saleta- siempre estará con Martín Códax)

¼ kilo de helado de limón (no les sugiero nada, no me gusta fingir y no tengo preferencias)

50 gramos de azúcar (procuren que no sea morena que oscurece mucho el cóctel)

5 gotas de marrasquino (el original se importa de Dalmacia, en la costa del Adriático)

Hielo (eso ya es libre, por ahora)

PREPARACIÓN:
En una batidora, se colocan el ron blanco, el albariño, el helado de limón y el azúcar. Batimos todo hasta formar un final uniforme. A continuación, sacudimos las gotas de marrasquino, añadimos los cubitos de hielo y batimos de nuevo hasta conseguir una textura frappé; esto es importante. Por último, servimos en copas cónicas de daikiri, con dos pajitas cortas e iguales, de grosor mediano.

Disfruten amigos, hice las pruebas con todo el cariño.
Si algo sale mal, ya saben que es el capitalismo; que todo lo adultera.

Brindemos y bebamos, que ya habrá tiempo de ponerse mustios.

(Y a ti, que lo estás pasando mal -y el miedo te ronda- te mando un abrazo desde lo más profundo del alma)

Me voy a la calle.

Codorníu.
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8 de julio de 2010

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La calle está que explota. El calor invita a tirarse en las fuentes. Los más jóvenes se meten: es una tentación. Los coches pitan y pitan al pasar. Impresiona ver tanta alegría expresándose. Supongo que, por dentro, cada cual tendrá sus motivos. Éste que suscribe ya se da por premiado, aunque no gane "la roja" el campeonato del mundo. Éste que suscribe sólo quería llegar hasta aquí para darse un baño después de tanta mugre. No saben lo que me he acordado de esa frase que dicen nuestros amigos uruguayos de "romperles el orto". Los alemanes (ayer lo confesaba el Deutsche Bank en primera página de todos los periódicos) estuvieron especulando contra la deuda pública española, primero; y contra los bancos españoles, después. Se dice pronto. Y eso que somos sus socios de la Unión Europea. Con cada punto porcentual con que se castigaba nuestro bono a diez años, quién sabe cuantos recortes sociales nos podríamos haber evitado.

Al parecer, no tuvieron suficiente con financiar la mayor parte de las hipotecas basura del mundo inmobiliario de nuestro país en la última década. Porque fue entonces, su dinero, el que llegó a espuertas a sabiendas de lo que hacían.

Ahora, para echarnos la lápida, son los principales defensores de los planteamientos económicos más antisociales de toda Europa; los principales responsables de haber puesto de rodillas a nuestro Presidente en aquella famosa reunión de mayo; los culpables de meternos en una deflacción que durará hasta el 2018 -por lo menos-; y todo gracias a su odio calvinista por todo lo que huela a keynesianismo.

Ya me he quedado a gusto; aunque sólo sea por todo esto que acabo de vaciar. Porque imaginar a la Merkel, con la cara de ajo que se le habrá quedado es una compensación sin par. Al menos para mí. Y es que en esto de las noticias (aunque sean deportivas) cada cual ve lo que ve, e impregna de significado propio los aconteceres de la vida corriente. De ahí que haya (como siempre hubo) patriotas y patriotas.

Ah, se me olvidaba... jeje... Hablando de fútbol:

Los alemanes salieron acojonados, metidos atrás todo el primer tiempo y treinta minutos del segundo. O sea, que perdieron sin dignidad, sin honor y sin vergüenza; que es la manera más humillante de perder. Los teutones jugaron como lo que eran: un equipo inferior. Y la pena es que fallamos unas cuantas ocasiones, porque por juego se deberían haber llevado un saco de goles.

Reconozco, eso sí, que nos jugaron limpio, sin faltas; que perdieron con educación, sin liarla.

Hasta ahí.

Luego está lo otro. Lo que algunos tildarán de extradeportivo, y me criticarán por este enfoque.

Lo siento. Para mí no ha sido un partido más.

La final, ya no me importa tanto.



Codorníu.
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