31 de julio de 2008

En Santa Clara no tuvimos suerte: era lunes, estaba cerrada la entrada al mausoleo del Che, y no pudimos pasar dentro.

Para compensar, Trinidad me gustó muchísimo. Está en la costa que da al Caribe, y es una pequeña joya con calles empedradas, fachadas coloniales muy cuidadas, plazas, iglesias, mercadillos… Y una bebida propia, la canchánchara: un inolvidable combinado de ron y miel, cuya receta detallaré a parte. Además, en un alfar aprendí como se hacían las tejas antiguamente: sobre los muslos de la gente. De ahí su forma actual que conocemos ahora.

De camino, vimos “ingenios azucareros” del siglo XVIII y mansiones coloniales donde vivieron los propietarios de entonces rodeados de muebles, porcelanas, vajillas, cuadros, etc. de origen europeo de encargo: grandes fortunas a pocos metros de humildes cabañas, donde centenares de negros cortaban caña para ellos. Por vez primera accedí al significado lacerante de la palabra "encomienda", y me sentí reparado como hombre al leer la biografía de seres como fray Bartolomé de Las Casas, que tanto se opusieron a esa esclavitud encubierta.

En Santi Espíritus tuve la inmensa fortuna de conocer de cerca una librería para cubanos. Loquito me quedé con los precios. Es lo que tiene -pensé- eso de darle importancia a la cultura: que los libros son baratísimos. Yo compré diez indirectamente a través de un amigo de allí, porque se supone que los turistas no podemos utilizar esas tiendas. Mea culpa. No pude evitarlo.

De Camagüey recuerdo sus plazas y la historia de Ignacio Agramonte ("Va cabalgando el Mayor con su herida...", cantaba Silvio Rodríguez), despedazado por los españoles en la guerra colonial. Y aunque debí detenerme más porque la ciudad lo merece, estaba tan agotado entre el calor y la cantidad de kilómetros que llevábamos encima, que perdoné lo que me quedaba por ver. Sin embargo, me impresionó al pie de su estatua la etimología de la palabra guajiro (war-hero: heroe de guerra), expresión por la que les conocían los yanquees en 1898.

Según me desplazaba hacia Oriente se me fueron haciendo nítidas más cosas: una, que en Santiago predomina la raza negra. Dos, que es mejor el ron de esta zona sin lugar a dudas. Tres, que los principios revolucionarios están más enteros y vigentes. Cuatro, que viven los ritmos caribeños más aún que en La Habana. Y cinco... que me da que aquí no se andan con chinitas...

En Santiago estuvimos visitando el Morro, la casa museo de Diego Velásquez (el primer gobernador español de la isla), el santuario de la Caridad del Cobre, subimos a la Gran Piedra, asistimos al impresionante cambio de guardia (cada quince minutos) ante la tumba de Martí, gozamos con las orquestas callejeras, compramos "ron Santiago", el mejor, y me enteré que la leche es gratis para todos los niños hasta los siete años…

Después de todo esto, la parte de Guardalavaca me la salto. Mi inconsciente es tan sabio que me hizo enfermar, porque no soporta ese tipo de hoteles de tanta alcurnia. Me atendió un médico cubano que tuvo que venir en "botella" desde Holguín, y que me explicó todos mis males de forma maravillosa. Fue un paréntesis que me ayudó a taparme los ojos, y esperar el avión que me llevase de regreso a la Habana. Ya os daré el nombre del hotel para que no vayáis nunca.

Durante el vuelo pude comprobar que la isla sigue siendo un vergel salvaje en el noventa por ciento de su superficie. Un bocado que estará haciendo babear a más de uno en los tiempos que corren. Qué lástima.
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Una vez de nuevo en la increíble ciudad de las columnas, no sólo sané por arte de magia, sino que dispuse de otra oportunidad para disfrutar de dos días más entre esa gente que te llama "mi enmano..." para empezar a hablar de cualquier cosa, y nunca se despide con un "adiós", "...porque eso sólo se le dice a los mueltos".
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(Continuará…)

Codorníu
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29 de julio de 2008

El aeropuerto José Martí nos recibía desde una sala grande y nueva. No sé cuando la harían: no estaba así hace veintitrés años, cuando fui la primera vez. Tampoco las banderas de todos los países del mundo colgaban del techo con aquellas dimensiones prodigiosas. Ese inmenso colorido consiguió emocionarme, y quise pasar cuanto antes el control de pasaportes; pero tuve que esperar: había que adaptarse al ritmo caribeño. Alto al stress.

El recorrido en un taxi (hay 20 km hasta La Habana) fue un permanente mirar por las ventanillas con avidez. Apenas me daba tiempo a leer todos los slogans revolucionarios que iban apareciendo a cada poco, los coches antiguos, la increíble pluralidad de transportes, los grupos de gente que hacen “botella” (auto stop) por la carretera, las primeras casas coloniales…

Llegué al Habana Libre de noche, a una habitación del piso 21, frente al malecón. Me impresionaron las fotos de los guerrilleros desperdigados por el hall, tirados por el suelo con las mochilas, dormitando por los tresillos, recostados contra las columnas... Este hotel era el recién inaugurado “Hilton” apenas un año antes, en el 58. Fue confiscado según entraron en La Habana, y se fueron a descansar a las bañeras. No pude estar allí ese día con una cámara de fotos. Apenas era un niño que jugaba a cosas de niños. Imaginar las escenas de entonces, pone la carne de gallina.

Al alba, me asomé a la terraza a ver salir el sol al otro lado de la bahía, elevándose por encima del Morro, frente por frente: qué gran suerte la mía. Allí estaba yo, mudo, una hora o más… lo que duró el amanecer... Momentos preciosos identificando a lo lejos los iconos históricos: el Capitolio, la Catedral, el cruce de Obispo con Mercaderes, la plaza de Armas, la Plaza Vieja, la iglesia y plaza de San Francisco, y tantos rincones emblemáticos deducidos a través de sus tejados inconfundiblemente bañados por la teja, como dice Silvio Rodríguez.

Bajé pronto. A las ocho estaba listo. Esa mañana salía para Viñales (la zona más occidental de la isla) y Pinar del Río. El buffet era abundante y de calidad. Qué hambre. Y qué ganas. Al terminar, cambié en recepción los primeros euros por pesos convertibles, y puse batería nueva a la cámara.

Viñales es muy verde. De camino nos llevaron a una fábrica de tabaco; a ver como liaban los puros. También vimos unas cuevas geológicas: un paraíso de estalactitas y estalagmitas esculpidas por la naturaleza en piedra caliza. Las recorrimos en barca. Al salir nos exprimieron caña de azúcar natural, y nos dieron ese jugo mezclado con ron. Madre mía. Para ser el primer día, qué gozada...

A la vuelta, nos echamos en brazos de la Habana Vieja y callejeamos sin parar, entrando aquí y allá, como viéndolo todo por vez primera... (Mirando. Escuchando. Hablando. Disfrutando...) Ya exhaustos, en pleno atardecer, se nos apareció el Floridita como un espejismo posible en una ciudad imposible. "Por aquí -pensé- siempre inventando regalos"

Y allí estaba Hemingway, dentro, en bronce, en su sitio de siempre. Y siempre vivo. Como el barman del Floridita. Nadie puede hacer un daikirí como él. Consensuado. El primer sorbo me supo a gloria. Tanto, que me acordé de todos mis amigos. Este momento era suyo. Era mío. Me lo debía... Y os lo debía.
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Ah, se me olvidaba: cantaba en directo Elisabet Corrales, la violinista del cuarteto de la foto de la izquierda. ¿Qué cantaba? -Chan chan. No he puesto su versión; pero dejo constancia de la calidad de los músicos desconocidos que hay por doquier en esta isla.
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Y esta vez no he vivido en un escenario, sino dentro del mundo.

(Continuará…)

Codorníu
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25 de julio de 2008

En este hotel tocó Beny Moré
la noche que Al Capone
perdió los pantalones
a la ruleta rusa con Fidel.


...Y afuera, las viejas banderas
llamando a las trincheras
desde el mural añil de la pared
donde una mano ha escrito
"Haydée, te necesito"
sobre la boina mítica del Ché.

.....................Joaquín Sabina

Con la vista clavada en esta foto -una más de tantas que he traído de este viaje-, contemplo, decepcionado, lo que ya intuía de antemano. He colgado ésta al azar, ya que en ninguna logré captar lo que quería. Al menos eso me parece al verlas ahora.
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"Los ojos llenitos de ayer" sólo aparecen reflejados en el espejo de la entrada, aquí mismo; contra la pared, como siempre. La maleta cerrada, es testigo mudo de lo que digo. No me atrevo a saltar el candado y descorrer las cremalleras. Aún no... aún no puedo.
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Qué difícil retener la vida, decía Heráclito. Me ha venido de golpe a la cabeza este hombre. No, no me refiero al griego. Heráclito es un cubano con el que conversé de la vida y la "muelte", y del presente eterno en la barra del Floridita. Qué razón tenía, por cierto.
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En ninguna foto ha sobrevivido la emoción con que mis ojos y mis manos acariciaron las fachadas despintadas, las estampas atemporales, la chapa de los coches de los años cincuenta, las gentes, la odisea vital de sus transportes, las estatuas, los parques...
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Tantos pálpitos vividos estos días y, apenas pasadas unas pocas horas, ya sólo puedo contarlo con palabras. Qué lástima. Lo iré haciendo poco a poco... cuando salga de dentro. Como la música en vivo que supo atraerme desde cada local en el preciso instante en que mi piel naufragaba en medio de ese formidable calor caribeño tan húmedo y pegajoso...
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...con un daiquirí en una mano, y "El siglo de las luces" de Carpentier, en la otra.
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Codorníu.
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8 de julio de 2008

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Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío
está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos
en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».

No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles.
Y en los mismos suburbios
llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad
siempre es la misma. Otra no busques
-no hay-,
ni caminos ni barco para ti. La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Pasado mañana me voy de vacaciones; el viernes, sino hago mal las cuentas. Me gustaría despedirme uno por uno de todos; pero temo citar a unos y olvidarme de otros. Y, aunque sería involuntario, no dejaría de ser muy injusto.

No creo que haya sitio -fuera de uno- que haga milagros. El poema de Kavafis, que todos conocéis con seguridad, es claro al respecto. Despojado de expectativas mágicas –en el fondo, la ceniza que sube a mi boca-, me despido de vosotros hasta la vuelta…

Con mucho cariño,
Pepe.
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4 de julio de 2008

Miedo me da que se desmonte mi admiración, y que empiece la envidia por los que han sabido romper con todo. La belleza ausente de su creación sacude mi empeño por ir anudando detalles que escribí en servilletas de papel mirándome en los pulidos espejos de un mostrador portuario.

Por aquí, en seguida vuelve a llover; siempre el mismo fondo, la misma respuesta, las mismas preguntas...
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Sólo ella siempre es otra: un pájaro empapado que vibra unos segundos, sacudiéndose el agua sobre una ramita baja al otro lado de la cristalera...
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Esa fugacidad me habría partido el corazón, de haberlo tenido aún entero.
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