29 de diciembre de 2009

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Ya me iba con Lezama Lima bajo el brazo, cuando una raíz abre el suelo y me engancha de un pie al bajarme del taburete. En un Madrid empapado, echando a las tragaperras en busca de otro lunes que me libre de este batir de tortillas interno, descolocada la gorra por el Havana, mantengo la mirada de perfil, sabiendo que todo ocurre porque sí, como se combinan las frutas de la máquina; pensando mucho en esta biografía que me persigue contraria a las agujas del reloj sin un espacio reservado para el sosiego..

En este no saber qué hacer, muevo la mano picoteando del cesto de patatas fritas, Qué se note que existo, me digo; qué soy algo más que una sombra entre el humo y el jazz que todo lo hilvana en este no-hacer donde me repito, lo sé, incorporando el pecho hacia adelante para no ser menos que la mujer que me devuelve la mirada reflejada a través del espejo, chorreando la boina gris por un inesperado bucle insustancialmente descolgado, la vista en algo detrás de mí, alineando los granitos de azúcar de un café, perímetro entre mi espacio sin énfasis y el suyo, coincidiendo y no coincidiendo, rebuscando en un bolso un mechero desaparecido mientras se seca la cara con la manga y el pasado refulge en mi memoria que mira detenidamente al vacío.
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Por simple curiosidad, tal vez, o por una huella familiar y extraña (nada es contradictorio si uno no quiere), hago por llegar al final de este guión, ya muy cerca de la madrugada.
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Una brizna de luz dulcifica el cristal sin que medie un breve comentario... es una noche sin luna llena afuera y charcos de escaso radio bajo las pirámides invertidas de los paraguas, intermitentes miradas indirectas, únicamente gotas, quizá, o raíces que habrían roto el suelo empujando la alquimia... No puedo precisar, es tarde, son las tantas cuando escribo esto. Sin duda hubo un error que se me escapa sopesando pros y negando los contras en una continua gestación sobre las servilletas que traigo en los bolsillos. Ninguna teoría científica dice nada nuevo, ni rebobina otro desvío a Santiago.
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Tampoco hubo margen para que algo pudiese zarandear las flores del ciruelo en un prado ordenado donde resuenan pentagramas perfectamente colocados durante años. Sólo recuerdo que a nuestro alrededor se percibían oídos que gozaban oyendo nuestros silencios y ojos que se deleitaban persiguiendo nuestras miradas desde que se cruzaron en aquel espejo.
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También pude ver a alguien parado frente a unas tragaperras, de espaldas, ajeno al juego que jugaba la noche…
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Codorníu.
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24 de diciembre de 2009

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Llegadas estas fechas, quiero tener un recuerdo muy especial para Chumpéter y Saleta, que -durante un tiempo- fueron la encarnación de esas dos maneras de sentir la vida que se cornean dentro de mí.

Todos somos muy esclavos de nuestra historia y del proceso personal que cargamos. Desde nuestra más tierna infancia, hemos elaborado fantasmas, miedos y enterrado semillas emocionales que nos acompañan para siempre sin que seamos conscientes de ello. En este sentido podríamos decir que somos lo que nos han dejado ser; y bajo esa mirada, es cuando sentimos la vida como una carga.
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La de Chumpéter pesaba mucho.

Sin embargo, todas las personas tenemos y podemos desarrollar una vitalidad ascendente, hacer blandas nuestras rigideces y pivotar un poco más ganando espacio. Sé que todos los seres podemos soñar cosas, imaginar, tener proyectos, lanzarnos a realizarlos, asumir las dificultades... Entonces es cuando sentimos que somos lo que hacemos.
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Así era Saleta de leve.

Tal vez en eso consista el baile de la vida, una danza interna entre dos maneras de sentirse tan distintas.

A todos (no os cito uno por uno para no estropearlo) os llevo en mi corazón todos los días del año. En especial, en este solsticio de invierno.
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(Los langostinos son para vosotros. Los he contado y tocamos a tres. Las copas de Codorníu, son barra libre. Espero que no me traicionéis con otras marcas)
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Chumpéter, Saleta y Codorníu.
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17 de diciembre de 2009

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Me pregunto si aún creo en la belleza de los naufragios, en su temblor en el agua cuando la noche riza de forma plateada la superficie azul oscuro del espejo, en la presión que soportan los cansancios que llevan tu nombre; en la esperanza del otro lado del tapiz, donde hacemos los nudos.
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Me pregunto si aún llegará a tiempo el oxígeno que me dan los besos deseados, o las metáforas de Borges que releo ávidamente para zafarme de la asfixia. Y también, si aún existe el segundo crucial que maneja lo aleatorio, el billete comprado a mis espaldas, o el gusto por la torpeza que tienen los que no saben lo que hacen (o sea, todos nosotros).
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Pregunto, en definitiva, por los horizontes tan lejanos que soplaron las venas de aquel cuerpo que me citaba en plena juventud; incluso pregunto por el áspid sinuoso que frecuentaba los pronombres desaparecidos para siempre. Y sobre todo, pregunto por el sentimiento coral del amor, que saltaba entonces todos los misterios y hoy se abraza con fuerza a los pétalos perdidos.
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Con el tiempo, aún me pregunto si no son un sueño los pistilos que mi danza sobrevoló en su día; o si todavía existe la semilla prohibida, que entonces tuvo el poder de sembrar este cuerpo arado de recuerdos.

Codorníu.
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8 de diciembre de 2009


En mis piernas retumba todavía el hormigón. El puente que atraviesa la carretera de Toledo vibra al paso de los coches y los camiones. Con los párpados entornados me dejo caer en el tresillo a la vuelta del trabajo. Son unos segundos tan sólo. Como cada tarde, enseguida se ponen en marcha páginas y páginas de rutinas milimetradas. Mi pobre Sísifo jamás deja de subir por ellas la bola que colecciona presentes imperfectos…

La mirada como boca de mina abandonada… y los sueños, exiliados en otro lugar por el efecto demoledor de este realismo sucio.

Codorníu.