20 de septiembre de 2010

Los recuerdos suelen venir en ramos. El tuyo, traído al presente por la muerte, duele cual pedazo de vida que me arrancan. Aún estoy conmovido por el impacto emocional que supone escuchar la noticia de tu viaje definitivo. Con esta despedida te llevas un trozo de mi corazón, aquel corazón juvenil del que ya otros adioses se llevaron su parte.

Y ya no sé si lo que queda de él es más que lo que falta, José Antonio. Digamos que, a mi edad, se vive bastante de recuerdos que cada vez tienen más peso en lo que queda de ese órgano que late todavía. Pongamos que ahora mismo habrá ya un cincuenta por ciento de vida que son eso: recuerdos.

(Igual, hasta me quedo corto...)

Tu muerte me ha hecho sentir, una vez más, dos dolores parejos ya familiares. El primero es el bocado directo, el hueco abierto en la manzana roja del pecho. El segundo, notar cómo se incrementa en la composición de mi ser esa otra parte que ya no es regada por la sangre de la realidad; cómo sube la proporción de ramas mutiladas en esta vida mía, otra vez hoy hendida por el rayo como escribió el poeta centenario...

José Antonio Labordeta, no se me ocurre mejor despedida que hacer mías las palabras de Sabina a ti dedicadas:

Gracias, por tu ejemplo

Codorníu.