17 de octubre de 2012

Cuando uno está jubilado se fija en muchas más cosas porque va más despacio; se para en los semáforos, se le pone cara de tonto con los recuerdos, no corre... 

«Salgo por necesidad, pero vuelvo por amor», he leído en el parabrisas de un camión que conducía un emigrante de rostro achinado. 

La lectura la hicieron, en un semáforo, las dos aves fatigadas con las que miro el mundo. Fue un momento en que buscaban algo -lo que fuera- donde posarse para volver a escribir. Pero nada más comenzar me di cuenta que el camión era de otro. Y que no hay nada que signifique lo mismo para nadie. 

Aunque sea muy bonito. 

Codorníu.

12 de octubre de 2012



Yo he nacido aquí como podía haberlo hecho en cualquier otro punto del globo, decía SaletaPara algo soy un ser racional: para saber distinguir un accidente de aquello que no lo es. Eso decía. 

Por mi parte, acepto esta convención de pertenecer a un Estado desde un punto de vista meramente funcional -llevaría el volante a la derecha si hubiera nacido en Inglaterra- y punto. Por otra parte, no voy a negar ahora que el roce hace el cariño. Admito,  por obvia, la preeminencia de los sabores familiares, los cromos de la infancia, los rincones queridos de mi pasado, los amigos...  

Pero hasta ahí. Jamás lucharé por una patria de más o de menos; porque sé que detrás de todas ellas sin excepción hay un puñado de avaros con los ojos vidriosos, que nos ocultan sus verdaderos intereses y visten con traje de domingo, por si cuela. Y aunque hay que reconocer que cada vez se les ve más el plumero, ellos son hoy los que deben ser felicitados: ciertamente son hábiles en despistarnos con chorradas, mientras sus andanzas se pierden en la oscuridad del pasado infinito.   

Felicidades, pues, a los que evaden impuestos, a los de las SICAVS y otros paraísos, a los que fijan la residencia fuera de España a efectos fiscales, a los especuladores (ladrilleros y bursátiles) que se han hecho de oro, a las financieras que se resisten ferozmente a aplicar la tasa Tobin, a estas mismas entidades que reciben del BCE el dinero al 1% y se lo benefician en cuestión de minutos comprando deuda al 6% sin que llegue un euro a la economía real; a los que timaron a muchos inocentes con ingeniería financiera de diseño; a todos los testaferros, lacayos, camellos comisionistas y otros menudeos que les dejan los anteriores; en fin, a todos estos que vuelven los ojos en blanco a España sólo cuando exigen ser rescatados sin pararse a saber cuánto supone ese rescate de sufrimiento puro y duro para la gente corriente. 

Digo la corriente. Ya no hablemos de la cadena humana que sale llena de hollín del negro túnel de los comedores sociales.

Codorníu. 

9 de octubre de 2012


Pasado algún tiempo, cuando ya había terminado de ordenar y publicar estos folios, osé abrir la mochila que se hallaba en la taquilla de la estación de Atocha. Allí estaba, perfectamente guardada y conservada, toda la ropa que Saleta utilizó en sus fantasías: el uniforme de cartera de Correos, la minifalda de cuero, el smokin de caballero, la casaca de yóquey, las medias negras, la pajarita...

Contarlo no se ajusta ni de lejos a lo vivido. El tiempo, según iba sacándolo todo, trepaba las paredes de la habitación en la que escribo, al ritmo de aquel sigilo familiar de sus pasos de cisne.

[Intento beber sin mancharme, pero los cubitos se descolocan solos. Se estorban entre el cristal del vaso y mis labios, poniéndome perdidos los Martinelli que llevé durante tantos lunes en el andén del metro de Sevilla. En mi nostalgia sigo limpiando a diario estos zapatos, en una versión personal del mito de Sísifo. Cuando contemplo las manchas, etiqueto "mancha" y las gotas secas surgen desde fuera, como con vida propia, aunque carecen de verdadera existencia. Ni un ápice de sustancia real hay en ellas. Un auténtico disparate convencional que todo el mundo considera creíble.]

Codorníu.