28 de septiembre de 2013

  
“Quien ve hacia afuera, sueña;
quien ve hacia adentro, despierta”


Carl Jung

Para el hombre-otoño, los recuerdos se agolpan en esta época del año. Aquel tatuaje aún le altera el ritmo cardíaco desde su singular ubicación, equidistante entre la cadera y la ingle. Justo ahí evoca la magia sobre estos pálpitos, dándoles caña sin tregua ni cuartel alguno. 

Las intensas emociones vividas con Saleta desestabilizan la superficie lisa de un viejo espejo (ya más parecido a un charco) donde se reflejan los pájaros que emigran. Más adelante, como pasa todos los años, cuando el desencole de los guarismos se acerque a lo insoportable, el hombre-otoño encargará al viento que organice las cifras en espirales siguiendo una secreta ley repetida en los girasoles. 

Y cuando el suelo se cubra de hojas secas, el hombre-otoño regresará junto a los pronombres desaparecidos a cotillearles con tristeza lo que se han perdido por irse antes de tiempo. Ellos, rumbo a las Itacas, no sentirán la culpa de pertenecer a estas generaciones que llevarán el estigma del deshonor, si es que los futuros libros de Historia no censuran los hechos o inventan eufemismos que difuminen este dejarse quitar -sin mover un solo dedo- lo que con tanto esfuerzo arrancaron nuestros padres y abuelos a la negra noche donde cumple condena la Humanidad.

Codorníu.

3 de septiembre de 2013

-   Políades, ¿qué es lo que es mentira?
        
 (Políades hace girar el sombrero entre
  sus    manos)
-     Quizá todo lo que no se sueña, Príncipe.
                  “Las mocedades de Ulises
                   Álvaro Cunqueiro.

Cuando amanece, todavía brillan algunas ascuas. Los funambulistas ciegos avanzan despacio, dibujando manotazos en el aire al cruzar el cable que cuelga entre las dos fechas más importantes en la vida de todo ser humano. Hasta ellos sube un calor insoportable procedente del lecho del callejón, donde la combustión de los sentidos va dejando una alfombra de cenizas cada vez más gruesa. La mayoría sufre para mantener el equilibrio; sudan a cada paso, se la juegan. Desde el fondo aún se elevan, revoloteando, minúsculas pavesas que molestan al posarse en los labios o en las fosas nasales. Tal vez sean un puñado de instantes afortunados, que sobreviven al cuerpo por su cuenta. Muchos de ellos rozaron, gustaron, olfatearon, oyeron o se fijaron en algo con pasión; quizá se trate de miradas correspondidas cuando se contuvo el aliento bajo un puente de cejas.   
Los funambulistas pisan tanteando cuidadosamente. Son conscientes de la gran suerte que les adorna a pesar de ser invidentes: al menos, ellos tienen para poner el pie en alguna parte. 

Otros no tenemos ni el puto alambre que nos diga hacia dónde, me comentó Mera (sabio y gallego como Cunqueiro) hace tres años. Los mismos que llevo dándole vueltas, buscando una salida, sin terminar de romper con la ceguera que impera en este mundo. 

Codorníu.