28 de enero de 2017

"...tu mente ha de aceptar que nada existe y llegar al punto de la completa comprensión de la ilusión".  
                                                         Sri Ranjit Maharaj
No pude olvidarme de Saleta. Esperé un par de meses con la esperanza de que volviera, y al final, me despedí de la pensión y saqué un billete de regreso a Madrid.   
Lavapiés se extendía más allá de sus gentes, y más allá de su historia personal. Un hormigueo me recorrió el estómago al entrar de nuevo a aquel laberinto que tantos significados tenía, cuando Chumpéter, Saleta y yo dejábamos decidir a la vida sobre nuestro destino.
Tracé un radio con centro en el Achuri y busqué piso lo más cerca posible. Sabía que ella frecuentaba la Cuesta Moyano y el Botánico por el Sur; y Tirso de Molina y el Rastro por el Norte. La estuve buscando en vano durante cinco meses, que se me hicieron eternos.
Aquel domingo -no sé cómo, me acordé de pronto de su aficción por los títeres- me despla un poco más lejos, hasta el Retiro. El guiñol me mantenía hipnotizado, parados los pensamientos, como viéndolo todo en una panorámica desde fuera, con el personaje que creo ser sentado en el suelo junto a los niños. Durante la actuación, un mimo -en quién no reparé hasta entonces- estuvo repartiendo folletos entre el público. Al pasar por delante de mí, recogí mecánicamente el papel y lo guarde entre las hojas de un libro de Han-Shan.   
Cuando terminó el teatrillo sentí la necesidad de apartarme a la soledad que había en el centro del lago del Retiro. Una vez allí, saqué el ejemplar de Hiperión para leer algunos poemas. Fue entonces, al ver la cuartilla, que eché una hojeada al texto, más por inercia que otra cosa:
- Falsedad nº 1. Estamos convencidos de que la consciencia que está leyendo estas palabras es una entidad que reside dentro del cuerpo, mientras lo demás, lo externo, es el objeto de ella, de su conocimiento. 
Puse rumbo al embarcadero, dándole vueltas a aquellas palabras; pero sobre todo a los hechos, que parecían salidos de una novela tipo "El lobo estepario". Al subir las escaleras me di de bruces con Saleta que esperaba turno para montar. La sorpresa fue mayúscula, pero al menos explicaba de dónde había salido el papelito.
Algo nervioso, acepté la invitación que blandía para montar en una barca. De nuevo, cogí los remos y regresé al centro del lago con ella. El sol extraía una luz anaranjada a un monumento, hecho en granito, de un rey a caballo cuyo nombre no importa. En las escalinatas, la gente que tenía cámara se hinchaba a hacer fotos. Saleta rompió el silencio y me dijo que todas las imágenes del mundo estaban ya rodadas, lo que aproveché para contarle lo que había leído al respecto en una página de neurociencia.
- Cuando nos decidimos por tomar café o té, una parte de nuestro ser ya tiene elegido eso -dije-. El ver está sucediendo antes de que concibas el pensamiento "estoy viendo". Oír sucede antes de que tengas el pensamiento “oigo”.  
- Los científicos van siempre por detrás -comentó ella-; aunque eso no quiere decir que no estén en lo cierto. Nunca hay una entidad individual que esté percibiendo nada. Es más: ni tú ni nadie puede hacer que comience la percepción ni que se pare. Cuando la conciencia cree erróneamente que existe una persona separada y se vuelve consciente de ser esta, se "monta" la ilusión del yo y lo mío: mis pensamientos, mis emociones, mi vida, etc. 
Demasiados "mis", pensé yo, para alguien que existe solo como si existiera.
Codorníu.