31 de diciembre de 2008

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"Estoy aquí, la brisa acaricia mis cabellos, y yo voy a tientas en la noche porque he perdido mi hilo, ese que te di a ti, Teseo"
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Antonio Tabucchi, Se está haciendo cada vez más tarde.
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Al finalizar el año, deberíamos hacernos cada uno su calendario real “a posteriori”, con las fiestas, los reveses, los eventos acaecidos, etc.

Yo nunca creí en las rayas, tanto si eran paralelos y meridianos, como si eran fronteras, cumpleaños o fechas como éstas, por ejemplo, que separan un año del siguiente.

Me parece que un día es igual a otro, y si es distinto es por algo de lo que NO avisaban precisamente en el calendario.

Sin ir más lejos, tal día como hoy murió mi madre hace seis años, de improviso. Imaginaos el tanatorio.


Bueno, pues ese día fue diferente para mí. Y no, porque fuese Nochevieja.

Pues, eso. Que lo esencial no viene en los almanaques. Y que sea el día del mes que sea, se llena de lágrimas o de pétalos olorosos sin el permiso de lo convencional.

Esos, los días-sorpresa (para bien o para sufrir) son -de todo el año- los que al final tendrán personalidad propia.

Estos otros, pretenden ser lo que no son. Tener una importancia que les dan los mercados (cada vez, más invasivos), ajena a la vida de cada uno particularmente.

Una vez aclarado que -para mí- los días importantes son otros, yo os deseo que de éstos últimos (de los reales) podáis hacer un hermoso ramo para el año que viene. Y a poder ser, con poquitas espinas.

La canción de Sisa, a mi entender, viene a decir lo mismo. Por cierto, la voy a dejar un tiempito. Se trata de un icono tan importante...


Codorníu.
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27 de diciembre de 2008

Qualsevol día pot surtir el sol

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Oh! Benvinguts, passeu, passeu.
De les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra,
si és que hi ha casa d’algú.
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.....................Jaume Sisa.
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Amigos... hoy, este blog hace un año.
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Según ha ido creciendo he podido comprobar que tiene aspecto de casa con ventanas donde los renglones crujen con nostalgia de peldaños antiguos. De ahí buena parte de los sonidos que la acompañan.
.Oh! Bienvenidos, pasáis, pasáis.
Gracias a vosotros veo la botella medio llena; aunque esté vacía. Y también gracias a vosotros, el cielo es azulísimo, y el sol se cuela entre las rendijas de las persianas y acaricia mi piel.
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A lo mejor es un decorado, me dice el que pone la música y cuelga las fotos. Pero, no. Qué leche. Es una casa cuesta arriba, que comenzó con trazas de ser un río aguas abajo. Una casa con ropa colgada en su fachada, como las casas que tienen familia numerosa y que no dan abasto a tender. Y entre tanta ropa, cómo no, siempre ondea alguna que otra bandera del sesenta y ocho, un poco oscurecida por el dolor y la pena. Familia y banderas, que se sostienen por vosotros; que siempre estuvisteis ahí y sois los grandes pilares más o menos invisibles de sus muros de carga.
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Por cierto, no es una casa a la intemperie que se deja ir en brazos de la especulación sin importarle nada. Que quede claro. Aquí no hay desconchados, ni óxido ni cierto tono gris que forma parte de otros mundos más tétricos. Aquí hay una casa en la que hay días que se despierta con los cristales rotos y los mismos fantasmas de ayer a la noche sentados en los bancos de la entrada, esperando. Porque por desgracia siempre hay algo sospechoso en el aire que casi empuja a tener frío. Pero no hay callejones ni reverso del decorado ni ruido de persianas que se desploman ni cuchicheos.
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Y el silencio de aquel -que sentado en una banqueta a la puerta no parece tener ganas de hablar ni nada que decir-, es tan sólo un mal momento del maniquí, una obra colocada para darle ambiente a la calle.

Amigos, en un día como éste, tienen mucho sentido para mí las palabras de este escritor nacido (por azar) en Santiago de la Vega, Cuba, aunque no sea un dato muy conocido:

«
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo jamás en su entorno.

La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio
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»
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.............................Italo Calvino, "Las ciudades invisibles"

Gracias, pues, por dejarme hacer que lo vuestro dure, por permitirme darle espacio, y porque no me haya roto los morros a tan temprana edad.

Codorníu.
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(Oh! Bienvenidos, pasaz, pasaz... De las tristezas haremos humo. La casa mía es vuestra casa, si es que hay casa... de alguien.)
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23 de diciembre de 2008

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............................ y en especial a vosotros, mi familia virtual, que me
.........................habéis dado tanto... (permitidme que no os cite uno por
.........................uno, sería imperdonable que -en un descuido- dejase un
.................... daño involuntario a alguien) y que ya sabéis quién sois...
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.........................De corazón, un abrazo inmenso.
.............................................................
................................................................................... Codorníu.

19 de diciembre de 2008

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Saigón, mierda, aún sigo solo en Saigón. A todas horas creo que me voy a despertar de nuevo en la jungla.
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Cuando estuve en casa durante mi primer permiso, era peor, me despertaba y no había nada, apenas hablé con mi mujer, salvo para decirle «sí» a su petición de divorcio.
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Cuando estaba aquí quería estar allí, cuando estaba allí no pensaba más que en volver a la jungla.
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...........................Apocalypse Now, Francis Ford Coppola.
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Eran las nueve y media de la noche.
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Vamos a cerrar, dijo el camarero.
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¿Puedo tomar otro Havana antes de irme?
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El tipo negó con la cabeza.
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Espero a alguien, insistí.
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(Charlaba con él con disimulo, intentando juntar un pequeño montón de servilletas de papel a mis pies)
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Es tarde, respondió secamente; a mí sí que me esperan en casa.
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Eso me cortó el rollo. Pagué las consumiciones -uno no sabe nunca contar bien lo que debe a partir de una raya-, y me dirigí a la salida, despacio, repasando las vueltas.
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Al dejar el local, agonizaba la voz de Leonard Cohen en el vinilo...
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Con aquel chisporreteo de fondo, el camarero se despidió de mí: Felices fiestas, dijo.
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No respondí, un nudo me comprimía la garganta.
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Introduje las manos en los bolsillos, los llevaba repletos de bolitas arrugadas. Miré a izquierda y derecha: decenas de bombillas trenzaban un dosel de luz por encima de mi cabeza. Los escasos peatones que recorrían las aceras, lo hacían con prisa y cierto aire avergonzado.
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Todos los años, la noche de Nochebuena salgo a pasear por la calle a esas horas con las manos en los bolsillos. El día que se den cuenta, me detienen, o me encierran. Es como si ensuciase el paisaje en medio de la iluminación navideña. Qué cosas... no saben que me da igual.
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Y es que a mí me gustaría tanto estar en otra parte.
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Codorníu.
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18 de diciembre de 2008

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Siempre habrá recuerdos que no se desvanecen. La memoria guarda las preguntas que nos hicimos cuando niños; preguntas que no fueron respondidas, que están ahí, que siguen ahí...

Yo las he dejado ya por imposibles. Además, no todos volvemos de igual manera por el camino andado y, en mi caso, aquellas preguntas de niño han crecido, y hoy son como escalones de un faro: altos, numerosos, desafiantes...

Al ir terminando el año, empiezo a inventariar este antiguo repertorio, y resulta que ya de entrada tengo dudas sobre si la vida empieza con el nacimiento o cuando sabemos que vamos a morir. Y tengo más: si me dará tiempo a frenar estas prisas demenciales para estar mucho más tiempo con aquellos seres que amo. O si mi ventana seguirá abierta -hasta el último día- para la esperanza de llegar a juntar las dos partes que hay en uno mismo, reduciendo la brecha interior que tanto muerde en el alma.

He metido todas estas dudas en una caja de botellas, y no sé si echarlas al mar cuando vaya en verano. Porque cada vez se me acumulan más dudas sin resolver, más ruinas, más nostalgias y más recuerdos. Y cuando desande mi camino, igual tengo que ir tropezando y saltando cajas y cajas de preguntas.

Así que he pensado que lo mejor es creer que todo pasó como debía; y que en el fondo existe una sola certeza: haber vivido un año más.

Qué os traigan mucho cariño.

Codorníu.
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12 de diciembre de 2008

Ahí arriba, en las noches frías, junto a la luz, hay un agujero tentador para volver al mundo, quiero decir, a la vida posible, a la "piedra pequeña como tú" de León Felipe, a la penúltima casilla del juego (nunca la última), al mercado de siempre donde me hablan y les hablo a los otros, al sueño atigrado que Borges nos decía en sus escritos, a los párpados desplomados por el cansancio y a las brumas de invierno en el Cantábrico bajo el letrero intraducible de la taberna que etiqueta mis otros yoes.
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Hacia abajo está el mutismo de los mercados acodado a mi alrededor, el razonamiento final del que dirige, el fractal que está durmiendo matemáticamente cerca, la tenaza en el estómago cada madrugada que sigue a cada noche; incluso cualquier absurda tentativa de coger una mano que no es tuya (y lo fue), o las consecuencias no despreciables de perder aquella canica preferida en una alcantarilla del destino.
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Con las palmas de las manos pegadas al cristal, ahora miro/ahora no miro a través de la brecha... Percibo eso que aún está aquí (entre nosotros) para que podamos vernos en espejo adelantándonos a un punto del futuro donde ya no estaremos... Siento tu boca de liquen que resbala jugosa e imposible por mi mente... Recuerdo la valiosa aparición de un tal Alberto Caeiro...
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También agradezco la bisagra donde el alma de la mosca y la mía son semejantes, el modo sutil de expresarse en la urgencia (Malecón solo hay uno y está en Cuba), ese encogimiento de hombros que inventó el mundo -el sueño histórico de siempre, nunca mejor dicho, existe-, las servilletas de papel...
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Y -sobre todo- lo que tú me dices... piedra pequeña. Eso, lo que más.

Gracias.

Codorníu.


7 de diciembre de 2008

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LA INMORTALIDAD
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Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.
Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad
un resplandor en medio del vacío.

........................................................... .../..
Y de pronto en el bosque
se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda
porque la noche fue
como el vacío
un resplandor oscuro en medio de la luz.

Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.

Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
......................../..

Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya nunca visto conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.
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La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa
guarda un tiempo de oro detenido.
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Me basta con la vida para justificarme.
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Y cuando me convoquen a declarar mis actos
aunque sólo me escuche una silla vacía
será firme mi voz.
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No por lo que la muerte me prometa
sino por todo aquello que no podrá quitarme."
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.............................. Luis García Montero



2 de diciembre de 2008

Con diferencia de pocas horas hemos pedido a dos grandes figuras de la música: el cantautor catalán Joan Baptista Humet, y el vasco Mikel Laboa.
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Humet, autor de canciones como "Clara", "Que no soy yo" y ésta que suena de fondo en el blog, fallecía ayer en Barcelona a los 58 años. Perdía la batalla contra el cáncer de estómago que venía librando desde hacía casi dos años. Sus compañeros: Serrat, Lluís Llach, Marina Rossell y tantos otros le estaban preparando un homenaje que no llegó a tiempo.

Más sorpresa ha causado la muerte de Mikel Laboa, uno de los más sólidos referentes de la cultura vasca que fallecía en la madrugada del lunes, en el Hospital Donostia de San Sebastián en el que había ingresado de urgencia cinco días antes.

Joan Baptista Humet Climent había nacido el 4 de enero de 1950 en la localidad valenciana de Navarrés, donde sus restos recibirán sepultura hoy.

Con 74 años fallecía Mikel Laboa. Con él desaparece un de las mayores y más respetadas figuras de la música vasca; para muchos su verdadero patriarca, y su más capacitado valedor. En apenas dos semanas Laboa tenía previsto recoger la Medalla de oro de Gupúzcoa, el máximo galardón de la diputación Foral.
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Nuestra generación los recordará con mucho cariño.
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Codorníu
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30 de noviembre de 2008

Siempre hay causas y condiciones para las cosas. Por ejemplo, en esta foto de un portal de La Habana se puede percibir el abandono. Es lo primero que salta a la vista al darte de bruces con la imagen. Después, si uno se fija bien, hay muchas más maneras de acercarse. Al menos, tantas como personas que la observen.
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La palabra abandono es muy dura. Habla de todo menos de alegría. Y sin embargo, esos tipos sacan algo de no sé dónde y se saludan con ternura entre ellos; y se ríen; y los sábados, hasta bailan y hacen chistes sobre su vida...
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Se me ha venido esto a la cabeza cuando he leído el blog de una amiga. La salud de los hijos, si falta, como que es lo que más te atraviesa por dentro. Las sorpresas de esta clase ni siquiera te las encuentras: tropiezas con ellas tan bruscamente, que los ojos se te empozan como dice César Vallejo en "Los Heraldos negros".
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Sin embargo, ahí tienes a mi amiga: derecha (me refiero a digna) como una vela. Iluminando. Luchando por ver la belleza a su alrededor. Y teniendo tiempo para mostrárnosla a nosotros.
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Impresionante.
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Gracias, Pizarr.
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Codorníu.
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22 de noviembre de 2008

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Mi estación agoniza. El suelo se endurece bajo la hojarasca, porque ya no aprieta la lluvia y los días transparentes han regresado. Sin embargo, el frío de la calle todavía no se atreve a pasar del felpudo, anunciando todo un interludio entre piezas, como el periodo histórico de Adriano; algo que siempre ayuda a defenderse un poco de la ciudad de cemento en que existimos, a hacerse preguntas, a detenerse al pie de cualquier árbol, a mirar...
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Sólo mirar, dejando que las pupilas otoñales moren en una de esas oquedades para ardillas pelirrojas, atento el oído a esa canción que cantan las ramas cuando llega un golpe suave de aire para recordarlo luego -en las largas horas-, junto a las quejumbres sonoras de la corteza, que sigue desprendiéndose, resquebrajada, casi seca... y entrañablemente desnuda.

La mejor campanada es la que nos recuerda que hay que mirar. Mirar es algo así como estar en una habitación donde, de repente, se acaba de ir la luz; donde no se ve nada, donde no se distingue nada. Pero, donde, poco a poco, te vas dando cuenta de la ventana, la silla, la mesa... Y si me apuras, los papeles que tienes que recoger el lunes, los pasos que (con un sueño inmenso) te sacan por la puerta camino del trabajo...

Los ojos se acostumbran a la penumbra mejor en otoño. Es la mejor lección de esta época del año. A veces (montando la mente-escenario para el espectáculo del día) tienes la mirada, pero te falta distinguir los detalles en la oscuridad. En otras ocasiones, tienes la luz; pero estás con los ojos cerrados, durmiendo despierto. Entonces, el carril de los sueños se convierte en un guión, un croquis, algo que seguir…

...Como faros en el fondo del mar para saber que estuvimos (y estamos) en algún lugar, en algún momento...

Codorníu
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15 de noviembre de 2008

Bona nit, amics:
veig que ja hi som tots,
per fer la xerrada
i cantar cançons.
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.......................(Serrat)
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De haber ido solo al cine (como Pizarr fue a ver a Paco Ibáñez), quién sabe el tiempo permanecido en la butaca, allí, clavado, inmóvil, sin aliento... Preguntándome: ¿Cómo pudimos olvidar tan pronto, meter la cabeza bajo las sábanas y subirnos a los carritos de los híper a conquistar los fines de semana?
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Antes de la metamorfosis de la especie, Ulises -por citar a alguien- no iba oteando el fondo de las patatas fritas de bolsa (por todo horizonte) ante la nada ofertada por un cuadrado de plasma; ni almacenaba un montón de latas de cerveza vacías a los pies del tresillo. No. Ulises tenía una Ítaca, era un navegante, y nunca habría aceptado el olvido.
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...Después de ver la peli, una cosa que se llama tiempo tenía un color de remolacha en la mirada. Busqué las servilletas antiguas, medio a oscuras, y me las fui a leer a los sitios más insospechados.
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Todo muy sucio; y a la vez, hermoso.
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Codorníu
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(Ah, se me olvidaba: estuve viendo "La buena nueva", de Helena Taberna. A la salida, quise agarrarme al mundo; pero no llevaba Rayuela bajo el brazo, y apenas brillaba un poco de luz. Al salir a la calle, me esperaba algo así como un Rembrandt, coherente -él, sí-, desolado, metiendo los brazos hasta el codo en mi alma)
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13 de noviembre de 2008


ME VOY A PIE

Es preciso olvidar el tejado rojo
y la ventana con flores.
La escalera oscura y la vieja imagen
que se escondía en un rincón.
Y la cama de madera negra y agujereada
y tus sábanas tan limpias
y la llegada suave de un amanecer
que te despierta más viejo.

Pero no quiero que lloren tus ojos:
dime tu adiós.
El camino es cuesta arriba
y voy a pie.

Es preciso decir adiós a la puerta que se cierra
y que no quisimos cerrar.
Es preciso llenar el pecho y entonar una canción
si el frío de fuera te hace estremecer.
Es preciso ignorar al perro que ahora ladra
atado a un poste reseco,
y olvidar de golpe tu imagen
y este pequeño lugar.

Pero no quiero que lloren tus ojos:
dime tu adiós.
El camino es cuesta arriba
y voy a pie.

Es preciso cargar la guitarra a mi espalda
y volverme por el camino
por el que un atardecer gris, remontando la loma,
llegué hasta aquí.
Las olas borrarán las huellas
que dejo en tu puerto.
Me voy a pie, el camino es cuesta arriba;
pero en sus bordes hay flores.
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(J. M. Serrat)
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Cada día que pasa me siento más ciudadano del mundo, comprendo menos las fronteras... o que aquello que nos diferencia pueda servir para levantarlas.
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Codorníu
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9 de noviembre de 2008

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Esta madrugada, cuando desperté, los seres elementales que habitan por la casa aún no se habían escondido.

Tras el desconcierto inicial, lógico por otra parte, les he echado en cara su despiste. Les he dicho que acepto que se metan en el ordenador, que trasteen con él en mitad de la noche, que me dejen por unas cuantas semanas a expensas de las almas caritativas del vecindario. Pero que no estoy dispuesto a que sigan por medio una vez ya despierto.
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Parece que el mundo de estos pequeños seres anda remando en contra. Aunque, al final, llegamos a un acuerdo a cambio de que se quede uno muy terco en representación de todos: Laura, una canción de Lluís Llach, especialista en removerme.
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Luego, a salvo de culpas y remordimientos, he podido poner al fuego mi café especial para hipertensos y escribir. Café del bueno, me refiero.
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Con la taza en una mano, me muevo con cuidado para que no se me despierte ninguno más; camino de puntillas, con pasos delicados, mirando a todas partes… De momento sólo pienso abrir las ventanas que dan al pensamiento; los otros sentidos, que esperen.
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Mientras escribo, escucho música con tapones en los oídos. Así creo un espacio donde no molesto a nadie; porque los mundos subjetivos -que se mueven al revés de toda lógica- van más lentos (como sin cuerda) de esta manera: sin el ruido del mundo. Hasta amanece mucho más despacio que entre semana, porque la luz -que colabora conmigo- se entretiene por los tejados y tarda en descolgarse por las fachadas. Incluso me parece verlo todo un poco más dorado. Como si fuera el mundo de un anuncio de Codorníu.
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Entonces, comprendo. Y la semilla de aquel hayku germina, con todo su sentido explosivo:
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"Nadie.
Tan sólo un sillón de mimbre a la sombra.
Y agujas de pino esparcidas"
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2 de noviembre de 2008

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Este domingo por la mañana, uno de mis yoes (un tal Pepe) ansiaba lo incierto de la vida cuando salió a comprar el periódico.
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Y es que ni el ron nocturno, ni ese relato tan genial que surgió de la nada, ni cualquier otro disfraz de la locura (ni siquiera los recuerdos nunca perfectos de la juventud, que anticipaban ya entonces la llegada del otoño) han sabido calmar todos estos años el vacío que desciende sobre el bosque cuando se oculta el riachuelo.
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Ahora, al atardecer, con una sonrisa absurda (por todo tesoro) me alargo sobre los encharcados brillos de las calles y atravieso el sonoro sendero de papeles blancos que junta el viento en la puerta de alguna taberna desconocida.
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Allí, delante del líquido dorado que va más allá de la mente, más allá del sonido cadencioso de las gotas que dejan caer los canalones agujereados,
recorro los frágiles labios del cristal, y bebo...
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En el espumoso mostrador (desde el fondo del no-pensamiento, como Pessoa), intento flotar sobre el terco lodazal de la ley de causa y efecto.
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Volveré cuanto antes.
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Codorníu.
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25 de octubre de 2008

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La vida subjetiva (la vida a secas) viaja en un tren de madera que se detiene en estaciones por las que ya no pasa.
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Lo que ocurre del otro lado de la ventanilla es un viaje simétrico, tan genial e invisible como un mandala de colores ocultos.
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Esta semana, mi ordenador de alfarero -da igual si hubiesen sido las mareas- me ha devuelto un trozo de alguien que pude ser yo mismo.
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Los que entráis desde siempre os sonará este texto (escogido expresamente), que a mí me sigue conmoviendo.
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Perdón por repetirme.
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«¿Qué es lo que se revela con tanta nitidez desde las soledades veteadas de un mostrador de mármol, mientras las lágrimas de todo un hombre caen en un vaso de cerveza semivacío?
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Me he hecho esa pregunta esta noche -que he visto algo así en un bar- a la salida de la estación Central de mi pueblo. Y es que, a veces, cuando salgo a pasear, después de tirar la basura, doy la vuelta por delante de esa estación, porque quién sabe si en el viento sigue habiendo un mensaje que nos recuerda que viajar también es caminar al contrario de toda esta locura.

Ha sido así, de esta manera que cuento, como he coincidido en la barra con ese hombre de caña y lágrima (curioso aperitivo para un tipo que ni siquiera respondía al textil del sesenta y ocho) que, sin embargo, tenía para mí todo el crédito del Banco Mundial de mi corazón, porque garabateaba en una servilleta de papel algo de lo suyo... eso sí: mal controlado por su mirada húmeda.

No era alguien conocido; no penséis. Ni siquiera era mi rostro en el espejo, como otras noches. Era un corazón gris que, pasado algún tiempo, se levantó del taburete y se marchó. Eso -o sea, nada- fue todo lo que pude retener de su vida; aunque yo -a consecuencia de una cicatriz muy especial que capta a la perfección ocasiones como ésta- me abalancé sobre sus celulosas olvidadas, antes que el camarero las barriese al suelo con la mano automática y ciega de su oficio de plancha y mantequilla...

Poca cosa contenían aquellas bolitas arrugadas: sólo dibujos para matar el tiempo. Salvo una, la última, que leo textualmente: "Tienes que aprender a olvidar; pero sobre todo tienes que aprender a recordar. Que no te pase como a mí: que no he sabido hacer bien ni lo uno ni lo otro"

¿Quién era? ¿A quién se lo decía? ¿Tal vez a un hijo, a un amigo, a sí mismo...?

No pude preguntárselo. Confío -ya que sólo eso me queda- que mientras la semilla engañe al cuervo, no todo estará perdido. Por ahora, los mercados aún no han decidido si ocultarnos o no a la vista de los consumidores. Nos toleran -a este hombre, por ejemplo, y a mí- e incluso saben sacar rentabilidad a nuestras singladuras. Pero... ¿tendrán los cubos y los cepillos suficientes para borrar nuestro dolor pintado por todas las paredes, tapias y servilletas del mundo que yo conozco?

Esperemos que no; o que quede todavía algo de tiempo antes de que nos encalen los morros, o nos pongan servilletas de esparto por los mostradores, o se den cuenta de lo peligrosa que puede ser nuestra memoria.

Yo rezo para que nos quede, al menos, un tiempo circular como el de los estoicos; y que la esperanza de volver, nunca se pierda...»

Codorníu
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18 de octubre de 2008

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"Cuando quise volver,
ya no sabía donde estaba.
Hasta que algunas aves se levantaron
de los árboles nudosos. Y volaron
señalándome
la dirección
que necesitaba"

...................(Raymond Carver)

Su vida fluyó sin detenerse como una corriente de agua.

A falta de un mar pegado al pie de la ventana, el hombre sin móvil buscaba un riachuelo para el último tercio (como dicen los filósofos hindúes), pero sólo le fue dada una carretera seca a la intemperie. Aún así, cuando la tarde se ponía, tomaba el asfalto que sube al cerro e iba extendiendo a ambos lados un mantel rosa bajo los rayos oblicuos de un sol imaginario. Desde arriba, sobre esa hora (más o menos), las monstruosas siluetas de las fábricas del polígono suavizaban su dureza, y hasta se diría que se conmovían destensando el rayo con el que le vigilaban a diario.

A pocos pasos de él, en la hierba sesgada de la cima, a veces se posaban algunas hojas recién arrancadas por el viento. Su corazón, apenas ya del tamaño de una arbequina, cruzaba con ellas una sonrisa maliciosa y rápida. Pero (cuando se acercaba, intrigado) en su lugar tan sólo hallaba –diseminadas e insensibles a las caricias de la brisa otoñal- unas rebanadas de pan Bimbo y el cobre verdoso de las circunstancias, que iban tomando ya el color azul de los sueños.

Codorníu.
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12 de octubre de 2008

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Entre el lunes próximo y yo, crece un cañaveral de miles de segundos. Desde el viernes al domingo por la noche, me escapo zigzagueando por donde no me encuentre el otro Pepe: cines, libros, el blog, mostradores, periódicos...
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Lo malo es que, dentro de estos otros maizales, tampoco sé quien soy. Sólo sé que ya ni recuerdo el verano, cuando se me ponían los ojos brillantes. No miento si digo que cada vez siento menos y recuerdo más, como escribía Cortázar. Que parece que el folio de mi vida se plegó en varios trozos. Que la voz (si la hay) llega de tan lejos, que es un sueño perdido entre dos páginas.

Por eso cierro los ojos, y los abro cuando la sala recobra los siseos y todos han agotado las palomitas. ¿Qué es cierto en todo esto?, me pregunto. La desolación al ver las butacas vacías requeriría un capítulo entero. Bastaría con adelantarse un poco, atravesar la espesura, salir a otra cosa: algunos (no sé cómo) encuentran la puerta...

Pero... qué más decir: todo aquello de Cuba se aleja en esta oscuridad otoñal, mientras busco el mando del garaje para que se levante el cierre de mi vida.

Habría que estar por fuera y entenderlo. Pero ahí no hay nadie. Únicamente dentro de mí, dos homo sapiens igualmente ignorados. O dos vacas corneándose, como diría un cuento Zen. Entes incomunicados que se empeñan en escalar solos el cielo raso. Curiosa fosforescencia de luciérnaga.

No me hagáis caso. El tobogán es mío.

Codorníu.
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9 de octubre de 2008

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«Primero, la hipoteca; luego, comer», me dijo ayer desde el otro lado de la barra mientras anochecía y yo intentaba terminar Rayuela.
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Su voz conservaba el susurro dulce de Centroamérica; y sus cejas -dos sauces- se elevaron al hablarme sobre la pena negra en que le estaban envolviendo los mercados.
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Es hondureño. Trabaja en la taberna donde entro al regresar de tirar la basura sorteando las farolas. No escribe en servilletas, las barre. Y pone aperitivos de cansancio, en silencio.

Su mujer lleva dos meses buscando lo que sea: hostelería, portales, casas…

Tienen dos niños, van a un colegio aquí al lado, a veces me cruzo con ellos. Sus padres quisieron hacer lo que todos... «¿para qué iban a pagar un alquiler? »

Juan -llamémosle así (es lo único ficticio en todo el relato)- recuerda la ilusión con que pagó la mensualidad del primer año, 600 euros: todavía los dos trabajaban. Este mes de septiembre, cinco años después, han alcanzado ya los 950 por las subidas del maldito euribor.

Como es un "mileurista" auténtico, todo lo más le quedan para empezar el mes 50 euros.
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Anoche, delante de mí, el dueño le dijo que se llevase los macarrones que habían sobrado de las cenas, en total dos o tres raciones.

«Para los niños», añadió aproximándose a Juan.

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Y después, en tono paternal:
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«Ya sabes: primero, la hipoteca»
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(Canta Quintín Cabrera, uruguayo, que sabe hablar mejor que yo de estas cosas)
..
Codorníu
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2 de octubre de 2008

Al encender la lámpara de la mesilla de noche (esa que semeja a una cañería reventada que me costó un pastón en una feria de artesanos de Santiago), vuelvo a ver el mismo cuadro coronado de nubes a los pies de la cama.
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Aunque no lo parezca, es un alivio a las tres y media encontrarse con eso. Alguien, muchos, varias manos me daban vueltas y vueltas en un sueño y tuve que despertar. Con los ojos tapados. Con la angustia. Con los acantilados de un híper tan cerca de mi casa.
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La gallina ciega se llamaba la pesadilla. Qué curioso. Estaba soñando (ignorante de mí) frente a un embarcadero envuelto en la bruma de la ría de Arosa: farolas violáceas a punto de apagarse, rumores de voces que salían de alguna barca de modestos contrabandistas de cartones de winston, chapoteos, murmullos…
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Consulté el plano que guardo en el cajón (otros guardan pistolas): estaba perdido. Sentí que había cruzado una aduana sin moverme del punto en el que estoy. Traté de palpar para encender la radio... pero sólo conseguí que la alfombra acallara el choque de mi mente al caer de cabeza. Qué sarcasmo: otra frontera en círculos. Fascinante, me dije. En ese momento, bajo un haz de luz que imaginé sobrenatural, una figura con sombrero -¿Chagall?- me pareció que se recortaba junto a la ventana.
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Tal vez era la lluvia, cantando como el arpa. O el otoño, siempre entrando por el mismo sitio del calendario.
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O la brisa, moviendo el corazón....
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Codorníu.
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27 de septiembre de 2008

Miro los colores; no sólo los del otoño, también los de esos decorados en blanco y negro de los que habla el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Y me pregunto: ¿Qué harán ellos sin unos ojos que los contemplen? ¿Cómo podràn verse a sí mismos si apenas relucen en su vida los charcos de las calles?

Sé que me complico en comprender algo demasiado rápido para mis viejas piernas. Es indiscutible que la vida a este lado del mundo es un absurdo: queremos cambiar, y al mismo tiempo queremos seguir como siempre. Desde el otro hemisferio (cabeza abajo), el río sopla débilmente la suave brisa de un tangó (con tilde) llevado en brazos del candombe. Viglietti, la voz que robó el vellocino de terciopelo, si me oye, mirará para arriba buscando sus tardes perdidas (quiero decir, ganadas) junto a Aníbal Sampayo. Ya saben, el del cielo azul que viaja...

Intento apoyar mis pasos, pero la tierra se deshace. Más allá del portal, sólo veo hojas secas y arbustos. Tras ellos, emboscados, los carritos del híper asoman sus ruedas por debajo.
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No hay sorpresa en mis ojos. Hay dolor. Se me clava en el lagrimal el cinismo inhumano del nuevo socialismo americano de Wall Street que suplica estos días con voz gangosa: "Despierten, tenemos una oferta... no se olviden que están ustedes en el menos malo de los mundos posibles..."
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Nos acabarán convenciendo de que los seres humanos no existen en el fondo... Que tan sólo era un sueño de los años sesenta... Que los viejos corazones de la Historia eran peces muertos entre los arrecifes, vistos desde un acantilado de cien años... Que hemos perdido un siglo...
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Para salvar la vida me digo: “Ni siquiera las olas se suceden unas a otras. No pienses que los colores del otoño deben su existencia a tus ojos ¿Acaso no te has dado cuenta que tus ojos no son tuyos, sino de los colores del otoño?”

Una lucha terrible...

Codorníu.

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23 de septiembre de 2008

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"Mientras, el tiempo
cierra su abanico
y no hay nada
detrás de sus imágenes..."

......................Octavio Paz
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Empieza el otoño con la lluvia que desdibuja las formas de los abetos sobre los riscos escarpados. Como flores blancas sobre la nieve, todo se desvanece tras un telón de papel cebolla, interpuesto “de hoz y coz” en la existencia.
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Esta noche ha diluviado de nuevo en mi cuenco de mendicante. No sólo la calle brillaba engalanada de charcos bajo las farolas, la vida (escrita con tinta invisible en un libreto inexistente) también se hacía experta en diluirse aguas abajo, chorreando por los cristales.

¿Qué harás –me preguntaba en verano junto al mar- cuando las olas furiosas de los fenómenos cotidianos te sacudan?
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"Llenar el vacío con respuestas -me respondía yo mismo- es inútil tarea".
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Miro atrás.
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En los ochenta quedó el vagar de cursillo en cursillo; de fin de semana en fin de semana; incluso comprender el océano estudiándolo gota por gota. Sólo aprendí que por una duda resuelta esperaban cien a la cola, y que nadie sacia su hambre leyendo recetas de cocina.
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A partir de ese momento me dije:

Contempla la hermosa enseñanza que te dan gratuitamente las cadenas montañosas, los riscos, los acantilados, y los atardeceres de tus mundos internos. Luego, ve a la taberna de la esquina y tómate algo".
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Y eso hago. Sencillamente.
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Quizá cada instante sea un buen instante, y eso sea todo...

Codorníu.
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19 de septiembre de 2008

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Descubrí a Cortázar a través de un compañero de trabajo, cuando ambos teníamos alrededor de veinte años. Mi memoria no afina tanto como quisiera; pero las emociones son otra cosa, y parece que estoy viendo su sonrisa en el momento en que me pasó Rayuela, un día que fuimos a ver “Sacco y Vanzetti” (Giuliano Montaldo, 1971), en una sesión histórica, al menos para mi generación, que se lo leía y se lo veía todo: la de las cuatro y diez de la tarde. Aute lo sabe.
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Como la vida va sacando de la chistera su secuencia de pañuelos anudados, un buen día, por aquel entonces, abriendo un periódico, leí que un grupo de intelectuales (prefiero no citarlos porque algunos gozan de un buen nombre) se había reunido en Barcelona para suscribir un manifiesto de protesta contra el régimen cubano. Cortázar, que estaba entre los convocados, viendo de qué iba la jugada, directamente se marchó sin más.
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A la vez que se desmarcaba con claridad de los que ven en la Luna únicamente las manchas de los cráteres, este escritor argentino (tan en su sitio siempre) enviaría una carta de protesta a La Habana pidiendo explicaciones por la detención del crítico poeta cubano H. Padilla. Esto le valió un doble desencuentro doloroso. Por un lado, con algunos de aquellos "purísimos" intelectuales europeos; y por otro, con una persona que había sido amiga entrañable: la directora de la Casa de las Américas, Haydée Santamaría.
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He leído parte de esa correspondencia esta semana. De paso he conocido algo de la vida de esta mujer, una de las dos que asaltaron el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Como casi todos los integrantes de aquella intentona, Haydée resulta detenida; su hermano, Abel Santamaría, muere en los interrogatorios; y su novio corre la misma suerte.
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Años después, Haydée se incorpora a sierra Maestra y forma una columna integrada por mujeres. Con el triunfo de la revolución en 1959, inaugura y dirige la Casa de las Américas, en La Habana. Allí acoge la publicación de la gran mayoría de los escritores latinoamericanos exiliados. Su tarea supone una contribución imborrable a la cultura literaria mundial de los años sesenta y setenta.
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Desgraciadamente, esta labor se ve truncada en 1980. Precisamente un 26 de julio. Ese día, Haydée decide poner fin a su pena... fuera la que fuese.
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La biografía de esta mujer me ha parecido tan dolorosa e intensa, que cuando escuché a Omara Portuondo cantando con Ibrahím Ferrer (los dos en la foto) este tema que suena de fondo ("Silencio"), intuitivamente pensé que alguien lo habría escrito para ella.
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No tengo ninguna prueba de que así sea.
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Codorníu.
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14 de septiembre de 2008

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Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos...
Nadie escucha mi voz, si rezo o grito:
puedo volar o hundirme... Puedo a veces,
morder mi cola en signo de infinito.
Soy tierra desgajándose... Hay momentos
en que el agua me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto...
Pero ahora a mareas y ciclones,
hinco en el mar raíz de pecho roto.
Crezco del mar y muero de él... Me alzo,
¡para volverme en nudos desatados...!
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.......................Dulce María Loynaz, Isla.
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En alguna parte, pronto se hará de día. Un cielo lila, por encima de los desiertos urbanos, derramará tonos perlados sobre la unión del pasado y el presente al llamar a la ventana de Haydée. Luego, aquel extraño viento premonitorio alargará siseos arrastrando sus grises babuchas de fieltro; y un momento más tarde, el silencio enmudecerá (quedándose a flotar entre lo ilusorio y lo real) en esa tierra de palmeras que aprieta los dientes en las desgracias.

Aquí, al otro lado del Atlántico, el olor denso del jazmín aún endulza los últimos recuerdos manuscritos con azúcar de caña. Como un gato que ya no puede defender más la posición frente a un plato de restos de pescado, siento como voy retrocediendo lentamente hacia la barca de los sueños. En sus bancadas cruzo remando el torrente de trémulas estrellas (raíces de todos mis suspiros) y las miro apartarse abrazadas en esta noche triste.
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No serán las mismas que Haydée estará viendo. Además... igual ni mira al cielo.
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Haydée perdió su casa en Pinar del Río.
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Codorníu.
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10 de septiembre de 2008

Aún bajo el agua y los vientos de Ike, los cubanos salieron el miércoles a levantar escombros, despejar carreteras cortadas, reinstalar su tendido eléctrico y evaluar las pérdidas, que ya fueron pronosticadas como "cuantiosas" desde primera hora.
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El meteoro dejó cuatro muertos a su paso y 2,6 millones de evacuados, el 21% de la población total de la isla.
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Las consecuencias de Ike (que tocó tierra el domingo por la zona de Guantánamo, Santiago y Holguín, salió al mar el lunes por el sur, y el martes regresó por occidente), se agravaron debido a que es el segundo ciclón en 10 días que impacta en Cuba.
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En la capital, hogar de 2 millones de personas, antes que el viento se disipara (e incluso bajo el aguacero), brigadas de trabajadores trataban el miércoles de limpiar las calles convertidas en depósitos de escombros y todo tipo de basura que las ráfagas hicieron volar como proyectiles.
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A lo largo del día se podía ver a la gente cómo cortaba con sierras los troncos de árboles que entorpecían la circulación, y la Unión Eléctrica tenía a obreros "verificando circuitos", pues más de la mitad de La Habana se encontraba sin energía. Semáforos, señales de tráfico, carteles y vidrios se encontraban tirados en la calle junto a pedazos de maderas y ramas.
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En la zona rural de la provincia de Holguín (oriente) hubo 19.000 viviendas afectadas total o parcialmente; en Ciego de Ávila, 3.600; en Santiago, 3.500; y en la pequeña localidad de Baracoa (donde pusieron pie por vez primera los españoles), se contaron alrededor de 1.000 edificios dañados.
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Mientras tanto, la capital de Holguín se encuentra sin luz, y en ese mismo territorio se detuvo la producción de níquel, primer material exportable de Cuba. En Santiago -además- peligran las cosechas de café, y en Camagüey (la cuna de Ignacio Agramonte -el "Mayor" con su herida- al que canta Silvio Rodríguez) la carretera central quedó cortada por el desborde de ríos.
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Amanece..
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7 de septiembre de 2008

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"No escribas bajo el imperio de la emoción, déjala morir y evócala luego"
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Horacio Quiroga, Decálogo del Perfecto Cuentista.
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Tengo buenas vibraciones. Me parece muy importante comenzar así (al menos mientras pueda), pensando que soy afortunado, y que mi vida aún se sostiene en pie a pesar de (o precisamente por) la vuelta al trabajo.
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Y es que el pequeño universo que me encuadra -no muy distinto al del hombre de la foto- ha cambiado de orientación, esta vez hacia el este.
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Simbólico, ¿no...?
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...según el Feng Shui, todos los días naciendo.
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Además he ascendido. He subido de planta -me refiero de piso- y estoy a la altura de la copa de los árboles; de manera que, cuando sale el sol, tengo las ramas frondosas de unos plátanos falsos a un palmo de los cristales... incluso a menos distancia, si hace algo de viento. En este caso (como pasó este finde, por ejemplo), las hojas tamborilean con suavidad ensayando un roce cadencioso contra las ventanas: una delicia saber que alguien más observa la pizarra desde fuera.

¿Acaso no habría de estar contento...?
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Sin duda.
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Tengo una posibilidad real de mirar a lo lejos e intentaré no malograrla. Esta vez el horizonte puede ir más allá de la miseria de un puente laboral donde escudriñar la tierra para buscar níscalos en otoño, o jugar a ser Cappa por un día persiguiendo la foto perfecta entre el hayedo.
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Me pregunto si habrá tenido algo que ver en esto lo de Cuba.
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Me acuerdo de ella (ahora más que nunca), azotada por los huracanes, el contador a cero a cada golpe...
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...aunque siempre de pie cada mañana.
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Codorníu.
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2 de septiembre de 2008

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"Pensó que siempre habría tiempo para las crisis espirituales, y siguió mezclando empecinadamente el cemento y la arena en un mortero de madera."
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..............Lawrence Durrell: Justine.
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De niño, ver aparecer y desaparecer los veranos en la pared de la caverna me llenaba de incredulidad y asombro. Medio siglo después (bastante más que la esperanza de vida de un indio taíno de aquellos que esclavizó con “encomiendas” el gobernador Diego Velásquez), la ilusión de retener lo que no puede ser, todavía arruga mi frente con lentitud, con dificultad, como un bostezo que se entreabre.
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Codorníu
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29 de agosto de 2008

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Dice una cita budista que “conocerse a sí mismo, es olvidarse de sí mismo”. Aquí, donde estoy, la cobertura hace que la gente salga fuera a hablar (a los patios, a las terrazas, al borde de la playa) y la brisa te lo acerca todo, o casi todo, la mayor parte banalidades, “Dale un beso a Paco, Loli; mañana nos vemos”, por ejemplo. Y eso que te trae el aire se cruza con una gota que llega volando, sesgada, solitaria, hasta un pequeño zaguán desde donde me entretengo observando a unos gatos recién nacidos a cada sonido nuevo que perciben. La madre (qué paciencia), si lo encuentra familiar, se relaja y vuelve a achicar los ojos, como diciendo: “Mierda, las gotas son cada vez más gruesas”. Los gatitos (siempre midiéndose entre ellos), escapan desconcertados hacia las tupidas matas que separan ambos patios.

Hace viento; un aire denso, pesado. "Todos deberíamos tener al menos dos salidas", dice alguien hablando por el móvil desde la azotea de enfrente. Las pisadas (alguien pasa por delante del patio donde escribo) vuelan, y se acercan o se alejan por el aire. Las que se oyen (las mías, por ejemplo) separan también un momento que escapa de otro que llega. Palabras, tal vez un poco apresuradas (hay cosas que no pillo), que se cuelan a codazos en este atardecer incrustado de piezas de puzle sueltas. Son frases entrecortadas... como si quien fuera se hubiese metido para dentro y volviera (de pronto) casi a mi lado, junto a unos gatos de apenas quince días, que levantan la cabeza al oír el mínimo ruido. No sé por qué esta gata del Cabo de Gata escogería este lugar. Ahora mismo sigue con los ojos cerrados (entornados, más bien); aunque yo creo que ve, que puede ver cómo por detrás de ella asoman (y se vuelven a esconder) sus gatitos enredados en la obsesión de pillarse los rabos. No se separan para nada en su afán de andarse tanteando. Al tiempo que juegan, se echan pulsos a todo y por todo. Alguien pasa muy cerca arrastrando los pies y los animales arquean los lomos respectivos... algo que a su edad tiene mucho de juego. Yo estuve presente en la primera sorpresa de sus vidas: el ruido de un aspersor en el patio vecino. Ese día apenas podían sujetarse sobre unas patas flácidas y temblorosas. La gata (que desaparece de vez en cuando) no estaba. Por ejemplo, ahora; que se ha ido hace poco. Creo que está buscando un nuevo sitio. Y como vino, se irá.

Hoy he renunciado al mar por escribir. Como él, voy y vengo. Está cada vez más claro que no elijo. Con este viento, ni el mar es soberano. Por la orilla, en los días normales, siempre fluye una brisa que lo vuelve todo menos brusco, menos agitado. Así era más fácil estar afinado con la quietud de la tarde. Entonces se nota como la playa queda aún más silenciosa. Se cierra un maletero de golpe: ¿vacaciones terminadas? Quizá no; tal vez, empiecen. Hay quien llega ahora porque es más barato. El sonido de las ruedas de una maleta señala más bien a esto último como lo más probable.

Pero cada vez queda aquí menos gente y es raro que alguien arrastre una silla de plástico de esas de terraza, o se escuche el agua de una ducha al golpear la cortina de plástico. Tampoco pasa ya mi vecino y dice “no te estreses, Pepe; tú, tranqui”. Aunque si me fijo, hoy (que hay bandera roja) puedo escuchar el arrastre de las piedras en la orilla (cercano, muy cercano, como si fuese aquí mismo). Y de fondo, casi parejo, el batir de la ropa del tendedero de otros o el choque sutil de un anillo al tocar descuidadamente una barandilla metálica con la mano.
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Ha vuelto la gata. Se da cuenta de que la miro y me mira. Cosas que pasan. Cuántas cosas que no vemos, que no oímos, o que las vemos de forma retroactiva cuando ya llevan ahí un tiempo latiendo bajo el cielo plúmbeo, indefinido y revuelto de finales de un verano mediterráneo.

De este lado de mis narices, de este lado de mis gafas de cerca, nada sé de la niebla cotidiana, ni de la trama silenciosa que entrevera las notas musicales del invierno. Como anticipo vuelven a caer otras gotas, esta vez más gruesas, tamaño moneda de dos euros. En la parte del patio que sirve de entrada van apareciendo (cada vez más juntos) lunares oscuros en el suelo. Algunas gotas se atreven a meterse bajo el borde de la mesa, mojando mis chanclas. De mí mismo, ni rastro. Qué bien.
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Cabo de Gata, acabando agosto.
Codorníu
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15 de agosto de 2008

(“…la mer, la mer, toujours recommencée…”, sentía Paul Valéry. Y así, Carpentier que adoptó la cita. El mar o la mar, como igual le daba a Alberti. Porque te engulle y te arroja saturado de vértigo… o te mece y acuna suave... suave… cauterizada la mirada, rayada por la nostalgia de ver como la Habana se aleja en una balsa de columnas bailando sobre el oleaje.

“...la mer, la mer, toujours recommencée…” besando suave -o a veces desesperadamente- su amada y rubia arena. O enhiesta y feroz, esculpiendo los acantilados rebeldes, casi eternos...

La Habana... siempre volviendo a comenzar)


En un lugar donde se alzaba un gran morro -ideal para carenar las naves y protegerlas de un fuerte vendaval que les venía azotando-, atracaron los españoles. A dicho puerto, y por las circunstancias de haber carenado allí sus naves, lo llamaron Puerto Carenas.

.Pero una de esas mañanas que siguen a las tormentas, salieron de exploración por la isla, y allí, en una peña, sentada, vieron la más hermosa india que podían imaginar. Su larga cabellera, negrísima como el azabache, parecía como un manto que cubría todo su cuerpo color del bronce, y que ostentaba un brillo especial porque se acababa de bañar en una cascada, y se había sentado a secarse con el aire fresco y el calor del sol en lo alto de una peña. Entonces un oficial se dirigió a la hermosa joven y le preguntó:


-¿Quién eres, bella india?

-Habana -contestó dignamente.

-¿Cómo se llama este lugar?

-Habana -volvió a contestar.

-¿Quién es tu padre?

-Habanex -contestó orgullosa, y al parecer sin temor.

-¿Cómo te llamas, di?

-Habana -repitió claramente la indígena.

-Pues desde hoy este lugar se llamará La Habana.

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La india hizo un gesto circular del contorno, repitiendo:

-Habana, Habana.

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Y tocándose el pecho como en el gesto de yo, repitió:

- Habana.

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Cada día volviendo a empezar,

Codorníu.
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1 de agosto de 2008

Nosotros vivimos en un modelo de sociedad de usar y tirar, donde las cosas son hechas calculando su duración adrede. Qué os voy a contar: le llaman “la sociedad de consumo”, y según los últimos estudios serios, necesitaríamos cinco planetas como el nuestro para mantener -con esa filosofía y al ritmo actual- este nivel de explotación de los recursos.

En Cuba, en cambio, lo arreglan todo. Pero todo. Da igual lo que sea: un vestido, un frigorífico, un coche, unos zapatos… Cuando tiran algo es que ya no hay manera. Comparado con el párrafo anterior, no es de extrañar que esta isla encabece la lista de países donde se cumple eso del “desarrollo sostenible” ¡Y en medio de un bloqueo económico asfixiante! Increíble, ¿no?

Uno de sus problemas principales es el impresionante (no podría describirlo con palabras) déficit de transporte. Ni que decir tiene que los coches particulares son escasísimos, que el transporte público es inexistente fuera de las grandes ciudades (para que luego nos quejemos aquí); y que la gente se traslada como puede haciendo “botella” de forma masiva: todo un espectáculo de grupos, familias enteras, y demás... espera en cada cruce de carreteras con una paciencia infinita.

Es cierto que es difícil encontrar carne de vaca en los mercados. Que casi todo es cerdo y pollo. Que la vaca sólo se puede comer en los restaurantes del estado utilizados mayoritariamente por los turistas. Que en los “paladares”, está prohibida, dada la escasez. Pero no hay que olvidar la importancia que tiene la leche en la manutención infantil donde está subvencionada hasta los siete años. Y si no fuera por darle gusto al turismo, no creo que sacrificasen ni una res.

Es muy común encontrarse licenciados universitarios por todas partes desempeñando otras tareas. Aunque la educación es gratuita, la gente (una vez acabada su carrera) tiende a buscar empleos que le permitan estar a tiro de piedra del turista, que es la principal fuente de ingresos para el estado, y de paso, para los que trabajan con ellos y les dejan propinas.

En relación con esto, me llamó la atención la cantidad de dinero B (o negro) que manejan los cubanos (en general). Es curioso como se buscan las mañas para “inventar” algo al margen de los 300 o 400 pesos cubanos (20 ó 25 euros, al cambio) que estipula homogéneamente el gobierno como salario mensual. Y cuanto más cerca estés del turista, más dinero negro.

No hay que raspar mucho para dejar al descubierto la idea que tienen de lo magnífico que es el capitalismo. Por lo que pude ver, esta quimera hace estragos entre la gente. Asocian “turista” con el ciudadano europeo, americano, etc. en general, sin ver los “otros” habitantes que –en nuestros países– remueven en las basuras de los híper a la hora del cierre cuando nadie les ve, o aquellos que malviven para llegar a fin de mes, o los que llegan por los pelos...

Ya termino. La palmera debería ser el árbol típico de este país. Pero, no. El emblema vegetal de Cuba es el flamboyán. Una especie preciosa que os muestro en la foto de esta entrada, y que me dejó alucinado con sus flores que, como veis, son de color rojo anaranjadas, junto a hojas verde brillante.

Pues bien. Por la carretera, entre dos de estos flamboyanes, colgaba -el día que me venía, camino del aeropuerto José Martí- una pancarta de grandes dimensiones. En ella se podía leer: “Aquí no necesitamos transición
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¿Será por dignidad?
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Codorníu
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