30 de junio de 2008

Hay palabras que son más grandes que otras. He sido consciente, con esto de la Eurocopa. Por ejemplo, libertad. O siempre. O amor. O miedo. Porque no es lo mismo elegir lo importante entre dos cosas que entre cuarenta. Como tampoco es igual sentirse extranjero en el mundo que pertenecer a un país. Y es bien diferente entender compromiso como argollas alienantes de gargantas vociferando tras un balón, o como lazos de solidaridad, fidelidad, amistad; nombres que duermen como semillas en la tierra.
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De vuelta a casa, de paso por esa callejuela del puerto que más de una vez tuve el honor de recorrer a gatas de madrugada, vuelvo de ser amante de los mostradores y sus servilletas. En mis sueños soy inescrutablemente libre. Cada vez que me pierdo, busco esa taberna en mi ambiente, a medio camino entre la lonja, los nuevos ultramarinos de los "chinos" y la vejez.
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Por el rabillo del ojo he visto refugiarse tras la esquina ese puñadito de palabras que ya no se usan. Sé que me están siguiendo. He mirado en la vitrina, en su reflejo, a mi espalda; junto a la pizarra con los precios: café, albariño, orujos del país, fotografías de los años sesenta... Al fondo, con la soledad de la barra que espera ser consumida por los codos, ellas me aguardan espectantes como un ramo de rosas rojas. De espaldas a todo. Con vosotros. Conmigo.
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29 de junio de 2008

Esta vez a la piel puede que le cueste recordar el salitre que la mantenía siempre suave. Tampoco confío mucho en que la brisa acierte a destapar los poros obstruidos. La temporada ha sido dura, y sólo el olvido puede inflar ya las velas si el rumbo abandona esta locura de los mercados donde no somos nadie...

Hace poco tuve que volver a atracar siguiendo el ciclo pendular de la soledad, yacer varado en la arena, boquear de lado como una patera sin causa. El silencio –buen amigo- ocultó el amargo inconformismo del gesto.
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Atrás –en el invierno- quise que se olvidaran de mí los dioses que no existen. Su canto triste, masticando chirridos de los carritos de los híper, me quería retener en aquellos ásperos e infértiles desfiladeros entre Escila y Caribdis.
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Así que, como jamás supe escupir a lo alto, supliqué a los verdaderos (los de mis adentros) que me permitieran seguir soñando. Un poco a regañadientes, dejaron un rastro virtual de sus pisadas en la arena. Con eso me conformo. La experiencia me dice que, perseverando, no son inalcanzables. Que si un día oímos un reguero que canturrea entre la bruma cotidiana, hay que escudriñar con avidez, porque el néctar de estar a su lado lo tenemos muy cerca.
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25 de junio de 2008

La puerta se va cerrando a nuestras espaldas. Apenas recordamos; pero escrito en el dintel, dejamos del otro lado del umbral aquella cita de Hesse que resecó la mucosa del lagrimal cuando leímos por vez primera: «La entrada cuesta la razón»

Me resisto a despertarme del todo. Esencialmente por un estado de duermevela defensivo. Permanezco recostado sobre un montón de recuerdos enredados que me sirven de almohada, mientras un atrevido rayo de sol me recorre la cara desde la barbilla hasta los ojos, trepa mi frente y finge que se esfuma a pocos metros por el mar como una estela huidiza. Todo perfecto, balsámico, maravilloso.

Con los párpados entornados pasan ante mi mente las parejas habidas, los juegos de pequeño, las espantadas escandalosas de las gaviotas asustadas, los paseos de los padres por su mundo milimetrado de rutinas… y todo lo que no valoramos hasta que lo perdemos.
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22 de junio de 2008

Como decía Unamuno: «Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es esto, la niebla»

Yo añadiría que podemos verla detrás de las ventanas de cualquier ser humano donde aparecen asomados de forma inevitable todos sus seres transversales.

La mayoría, apenas llegan a quedarse en nuestra memoria; pero cuelgan de un hilo que se alarga eternamente como una hebra borrosa, una nube sin rostro, o un breve acontecer que cruza y se pierde.
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Nada sabemos salvo eso: que ahí hubo algo, a veces asociado al vértigo, que sigue haciendo un ruido de fondo.
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17 de junio de 2008

Un día se lo leí a Lacan: «Lo externo son meras proyecciones». Sin querer he saltado la raya de nuevo; otra vez el brinco hacia el pasado, hacia la espumosa vereda que deja una barca lejana. A mi lado, el mar azul contra la arena blanca.

Despierto -o recuerdo que despierto- destemplado en la playa. Me he quedado dormido, el sol ya no calienta. Saleta, atenta, me llevó la tumbona y me sugirió la siesta entre las dunas. Saleta no pierde nunca el gesto. Pertenece a ese mundo de las formas, de los detalles. Ahora, que siento algo de frío y me incorporo, me ha frotado los hombros con las manos.

Todo a mi alrededor está envuelto por esa luz especial que suaviza los perfiles, que deja los colores con esos tonos pálidos. Oigo unos pasos, también tenues. Como los tonos. Me vuelvo. El mar queda a mi espalda. Levanto la cabeza. Nadie. A veces se oye fuera y es dentro. Siempre es dentro. Ya dije: se lo leí a Lacan
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15 de junio de 2008

En palabras de Valle Inclán: «La realidad no es como la vemos, sino como la recordamos». Y yo añadiría también, que se confunde con un punto perdido, una mancha blanca y lejana entre las pelusas… como esa señal que va escondiéndose en la pantalla de la tele cuando se apaga.

Hoy sopla nordeste por el pasillo de mi casa. Aprovecho y me duermo engañado con el rumor cadencioso del oleaje (tal vez la aspiradora) y el ondear de las telas del toldo de la terraza. Volver a despertar no es fácil: aquellos paseos por la orilla, por los inmensos arenales vacíos, sin ver a nadie, sin cruzarme con nadie... han escrito demasiados silencios en mi alma. Afortunadamente, la música –nuestra música– siempre supo brotar del interior como corresponde a los estados que no dependen del entorno.
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5 de junio de 2008

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«Salgo por necesidad, vuelvo por amor», estaba pintado en un camión por fuera. La lectura la hicieron unos ojos que fueron tan generosos que atravesaron el tiempo y dejaron esas palabras en los míos.
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Estas dos aves fatigadas con las que miro el mundo buscaban algo, lo que fuera, donde posarse para volver a escribir, y eso hicieron.
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Pero nada más comenzar me di cuenta que el camión era de otro, ni siquiera del que lo vio pasar. Y que no hay nada que signifique lo mismo para nadie. Aunque sea muy bonito.

Saleta