29 de febrero de 2008

Esperando...
esperando a que broten de nuevo
la espiga, la aurora y la conciencia...
..................................(León Felipe)



...voy oculto tras dos ojos y unos cuantos errores apoyados en cierta desmemoria que acaba nutriendo mi conducta, y salgo a diario con un rostro pactado, mientras yo, el verdadero, cuento sus/mis extravagancias, tan pobres, tan humanas, a los dos o tres que pueden comprenderme; pensando ellos en cosas y matices que no alcanzo a saber porque son suyos, perdido yo en unas pocas líneas que hacen de esta expresión un dulce laberinto donde la vida empieza.

26 de febrero de 2008

Escribo para impedir la huída.

Vive como si fueras a morir mañana;
pero no dejes de pensar
como si no fueras a morir nunca:
si logras transitar este camino medio,
enséñame


Ignorar a propósito la verdadera cara de los personajes, podría hacernos pensar que la tragedia es lo que no nos sucede, aquello de lo que podemos distanciarnos con sólo hacer patente que en el escenario están los otros.
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Yo sueño cada noche con que, tal vez, el tiempo se quede detenido en alguna parte; se quede amarrado en puertos que nada saben de negras naves, sino apenas de gabarras y barcazas modestas de poca pesca y aún menos ruido.

Entretanto -ajeno a ese tiempo- multiplico por cero las miradas vacías… o llenas de vacíos; los silencios opacos y sombríos. Y al hacer esta cuenta de tendero de barrio, borro de mi memoria la piel de lo superfluo que sobrenada como esa telilla en la sopa caliente del presente.

Sin embargo, no puedo quitarme los miedos a que algún día esas cosas terminen por caer en mi cuchara, me pillen autómata del mundo, o de la baba, y acaben en mis labios doblegados.

Así que escribo para impedir la huída, consciente de que miro al pasado para que las palabras me encadenen, precisas, y aten mis tobillos troquelados.

23 de febrero de 2008

Preguntas sin responder

En palabras de Ángel González:

“Yo sé que existo porque tú me imaginas.
Pero si tú me olvidas,
quedaré muerto
sin que nadie lo sepa”

La memoria guarda y aguarda con su mirada agridulce las preguntas que nos hicimos cuando niños; preguntas que no fueron respondidas, que están ahí, que siguen ahí... en un rincón secreto donde siempre habrá recuerdos de esos que no se desvanecen.
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Yo los he dejado ya por imposibles. Además: no todos volvemos de igual manera por el camino andado, y aquellas preguntas de niño han crecido… y hoy son plantas tropicales, altas, frondosas, diferentes...
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Hoy empecé a inventariar este nuevo repertorio, por si las moscas. Y resulta que tengo dudas sobre si la vida empieza con el nacimiento o cuando sabemos que vamos a morir. Y tengo más: si me dará tiempo a frenar estas prisas y estar mucho más con aquellos seres que me enmarcan, o si mi ventana seguirá abierta -hasta el último día- para la esperanza. O también, si sabré reconocer y cuidar a los nuevos amigos. O si caminaré este año con un corazón más tierno que el anterior...
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Y he metido todas estas dudas en una botella, y no sé si echarlas al mar cuando vaya en verano, porque cada vez se me acumulan más dudas sin resolver, más ruinas, más nostalgias y más recuerdos. Y cuando desande mi camino, igual tengo que ir tropezando y saltando cajas y cajas de preguntas. Así que lo mejor es creer que todo pasó como debía; y que en el fondo existe una sola certeza: haber vivido. Porque en el fondo, mi trayecto podría ser el trayecto de otro; otro al que yo imagino o me imagina, abrazados así… a salvo del precipicio del olvido canalla.

Por eso este viernes me subí en el hombro de John Silver a surcar los mares, y abrí un paréntesis donde fingí reconocerme en el espejo de unos cubitos de Havana... Por esa brecha regresé al momento en que el sueño es soñado, y añoré ávidamente un chamán, como hizo Castaneda. El mío llegó enseguida: daba sus enseñanzas en un cine, y era clarito como el agua. Se llamaba Ken Loach. Cuando salí, llovía.
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De nada sirve jugar a estar perdido. O hacer que no conocemos las calles cotidianas. Ellas, igual de tercas que el resto de las cosas, se empeñan en echar esas irónicas miradas alargadas de siempre, sobre todo de vuelta, cuando uno busca de reojo en las aceras alguna bolita de papel enrollada... por si fuera una servilleta de algún que otro 'despistado', maltratado por los mercados.

17 de febrero de 2008

A ver mañana...

"Y tú, alma grande, ¿esperas un sueño
que no tenga el color de la mentira?"
-----------------(Paul Valéry)
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He llegado a un lugar que nadie sabe como se llama porque nadie conoce. Me guardo el nombre que le he puesto yo, aquí, en este bolsillo... como cuando escondemos con cuidado el papelito del amigo invisible para que nadie lo vea.
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El viaje ha sido muy rápido y cómodo. En este lugar apartado, no hace ni frío ni calor, y la comida es estupenda. No hay tiendas para turistas (aviso: no podré comprar nada), porque no hay turistas, sino playas vacías, montañas sin coronar, un cielo enorme con estrellas, auroras boreales, cometas de medianoche, atardeceres verdes con reflejos violáceos, amaneceres rojos, ocres, azules, morados... ¿sigo?
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No sigo: son paisajes tan inimaginables que no sirven para postales. Hoy, sin ir más lejos, he descubierto unos amaneceres encantadores que se desperezan con el primer sol tocando canciones a ritmo de jazz. Y tormentas con sabores: ayer llovió a mojito, hoy a sandía... Lindo, ¿no?
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También hay personajes extraños y maravillosos que no saben nada de lo cotidiano; pero que nadie se mete con ellos, ni les presionan con lo que "hay que hacer", ni nada de eso. Y hasta hay un puerto pequeñito, al abrigo del acantilado, lleno de esquinas y rincones emocionantes; y calles de empedrado tortuoso, con ventanas que esconden todo un mundo detrás; y gente buena. Ah, y también historias preciosas colgadas de los árboles, como banderitas tibetanas de oraciones al viento.
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La llave de mi hotel, que no es un hotel propiamente dicho, tiene la forma de una tortuga, y cuando voy a la playa se mueve sigilosa hacia las olas haciendo campanear el caparazón como si fuese una mano nerviosa. Ayer, sin embargo, era un caracol que dejaba un rastro de babas de colores que quedan muy bonitas por la noche. Hoy he pedido una llave tucán. Pero, salió volando. A ver mañana...

11 de febrero de 2008

Nuestra memoria...

¿Qué es lo que se revela con tanta nitidez desde las soledades veteadas de un mostrador de mármol, mientras las lágrimas de todo un hombre caen en un vaso de cerveza semivacío?
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Me he hecho esta pregunta esta noche -que he visto algo así en un bar- a la salida de la estación Central de mi pueblo. Y es que, a veces, cuando salgo a pasear, después de tirar la basura, doy la vuelta por delante de esa estación, porque quién sabe si en el viento sigue habiendo un mensaje que nos recuerda que viajar también es caminar al contrario de toda esta locura.

Ha sido así, de esta manera que cuento, como he coincidido en la barra con ese hombre de caña y lágrima (curioso aperitivo para un tipo que ni siquiera respondía al textil del sesenta y ocho) que, sin embargo, tenía para mí todo el crédito del Banco Mundial de mi corazón, porque garabateaba en una servilleta de papel algo de lo suyo... eso sí: mal controlado por su mirada húmeda.

No era alguien conocido; no penséis. Ni siquiera era mi rostro en el espejo, como otras noches. Era un corazón gris que, pasado algún tiempo, se levantó del taburete y se marchó. Eso -o sea, nada- fue todo lo que pude retener de su vida; aunque yo -a consecuencia de una cicatriz muy especial que capta a la perfección ocasiones como ésta- me abalancé sobre sus celulosas olvidadas, antes que el camarero las barriese al suelo con la mano automática y ciega de su oficio de plancha y mantequilla.
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Poca cosa contenían aquellas bolitas arrugadas: sólo dibujos para matar el tiempo. Salvo una, la última, que leo textualmente: "Tienes que aprender a olvidar; pero sobre todo tienes que aprender a recordar. Que no te pase como a mí: que no he sabido hacer bien ni lo uno ni lo otro"

¿Quién era? ¿A quién se lo decía? ¿Tal vez a un hijo, a un amigo, a sí mismo...?

No pude preguntárselo. Confío -ya que sólo eso me queda- que mientras la semilla engañe al cuervo, no todo estará perdido. Por ahora, los mercados aún no han decidido si ocultarnos o no a la vista de los consumidores. Nos toleran -a este hombre, por ejemplo, y a mí- e incluso saben sacar rentabilidad a nuestras singladuras. Pero... ¿tendrán los cubos y los cepillos suficientes para borrar nuestro dolor pintado por todas las paredes, tapias y servilletas del mundo que yo conozco?

Esperemos que no; o que quede todavía algo de tiempo antes de que nos encalen los morros, o nos pongan servilletas de esparto por los mostradores, o se den cuenta de lo peligrosa que puede ser nuestra memoria.

Yo rezo para que nos quede, al menos, un tiempo circular como el de los estoicos; y que la esperanza de volver, nunca se pierda...

10 de febrero de 2008

Para mi padre, un superviviente que hoy cumple 97 años.


Que la vida iba en serio


uno lo empieza a comprender más tarde


–como todos los jóvenes, yo vine


a llevarme la vida por delante.



Dejar huella quería


y marcharme entre aplausos


–envejecer, morir eran tan sólo


las dimensiones del teatro.



Pero ha pasado el tiempo


y la verdad desagradable asoma:


envejecer, morir,


es el único argumento de la obra.



(1968, Jaime Gil de Biedma)

5 de febrero de 2008

...escrito en una servilleta de papel.

Mirando hacia la calle por donde transitan los faros de los coches que comienzan a salir al anochecer, espero sentado en una mesa junto a una de las ventanas de esta taberna de mi barrio. En la pared del vaso se reflejan las formas de un rostro -el mío- donde el tiempo ha dejado las huellas de todas sus ilusiones y todos sus reveses a partes iguales.
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También puedo ver el destello de otra mirada -la tuya- que ha cerrado un paraguas antes de empujar la puerta biselada. Los pensamientos entre nosotros se reconocen sin más vestido que el silencio; son encuentros que nunca fueron de griterío, que pisan alfombras de gestos y caricias; que viven de sonrisas, soledades, recuerdos...

Una vez que nos hemos descubierto mutuamente, tratamos de recordar por dónde nos habíamos quedado en nuestro último encuentro soñado. En aquel entonces quizá hablaríamos de hombros que nunca dejarían de estar, de manos que nunca se cansarían de volar juntas, de pasajeros con los que contar para todo el trayecto.

Al otro lado de la barra, el vapor pega un respingo y sale rebotado hacia el aire atrapando mi atención por un instante: el reflejo sigue bailando en la pared del vaso como una serpiente sin cabeza. Cuando tú al fin te desvaneces, sonrío para mí. Aquí, junto al cristal de la ventana, el tiempo existe lenta, verdaderamente.

2 de febrero de 2008

Y siempre libremente.

Oh, si un adiós de amor fuera sólo el gesto

del dolor compartido por no haber sabido volar más alto.


…Si un adiós de amor fuera todavía amor.

Oh, si un adiós de amor fuera polvo de un camino sin lugar para reproches,

sólo un paso en el bello don de continuar en el intento,

ese antiguo intento de amar y soñar desde siempre, para siempre


y siempre libremente.

Oh, que nunca acabe tu paso por mí, ni este juego de los sentidos

que ahora nos hacen señales de un amor tan denso,

raro entramado de miedo y deseo del más allá...

Oh, si un adiós de amor fuera todavía amor, para siempre, desde siempre


y siempre libremente.

(Lluís Llach)