30 de diciembre de 2007

Sonreía como yo...

Mi padre habla poco; sin embargo, me contó ayer en la cena que llegó a Madrid en el año 1929, en un coche de línea muy lento que se detenía en todos los pueblos de Castilla. Recuerda que, desde el autocar, vio por primera vez la Gran Vía.
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Le pareció tan grande y hermosa como un futuro. Su vista no cabía en una sola ventanilla, por eso tuvo que mirar también por las de al lado para poder verla toda de golpe. Los chavales, como él, agitaban la mano desde la calle y saludaban al pasar...

Mi madre aún no estaba a su lado, todavía no se conocían; pero él ya intuía que sonreía como yo, como hacemos en algunas fotos porque lo llevamos en la sangre. A Miguel, también lo traemos en la sangre trompicando desde una aldea gallega. Su pelo rubio oscuro, el viento en la cara y eso de la sonrisa lo cantan a las claras.

Mi padre aprendió a hablar castellano muy rápido, porque le sonaba a fino y a ciudades bonitas. Venía a segar con dieciséis años, tan sólo. Y tan solo.

29 de diciembre de 2007

Tengo el tiempo justo

No sé cuando voy a morir. Tal vez sea longevo como mi padre, que tiene noventa y seis años. O tal vez no. Cada día que pasa pongo una raya. Una raya y relaciono algo de lo que hago. Que no se me pase que hoy, por ejemplo, he comprado cedés vírgenes: una quesera grande antes de que le apliquen el cánon dichoso. Ningún día se me olvida el periódico, los periódicos. Ni el pan. Sin embargo, ayer se me olvidaron los cedés. Pudo ser con el ruido de la secadora. Hace ruido y aturde. Como si tuviese algo metálico dentro de mi cabeza, que se golpea contra las paredes al dar vueltas. Tal vez las cremalleras, las cazadoras de los chandals, algo por el estilo. Algo... Aunque no estoy para arrimarme más al tema ni para hacer análisis sesudos. Bastante tengo con el estruendo, el cisco, la zarabanda montada por la máquina. Antes, las cuerdas chirriaban en los patios, se oían como los ejes de la carreta de Atahualpa Yupanqui. Y la gente se asomaba, se veía, estaba. Los mercados, ya se sabe, dejan huellas indelebles a su paso. ¿Lo notan ustedes?