29 de mayo de 2010


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...Hay un hermoso discurso de Bob Kennedy unos meses antes de que lo mataran, que habla de todo esto: «El PIB no refleja la salud de nuestros hijos, ni mide la belleza de nuestra poesía, ni la solidez de nuestros matrimonios. No evalúa la calidad de nuestros debates políticos. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría y cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestra gente. En una palabra: el PIB lo mide todo, excepto lo que hace que valga la pena vivir».

(Extracto de un artículo de Lucía Méndez en El Mundo, 29/5/2010)

Qué bonito. Dios nos libre de los americanos y sus frases. Sobre todo de los que tuvieron la vida resuelta desde la más tierna infancia. A veces, hasta les quedan monos estos discursos. Ya sólo falta aquello de "...En estos difíciles momentos vuelva los ojos hacia lo esencial de la vida. En el fondo, ¿qué es el dinero...?"

Como diría mi paisano Castelao: "Mexan por riba de nos, e aínda temos que dicir que chove"
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26 de mayo de 2010


Antes de la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, hubo numerosos signos de que el largo ciclo de crecimiento estaba tocando a su fin. Pero los Gobiernos y las autoridades prefirieron ignorar las malas noticias.

Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal, expresó sus temores de una recesión en 2006, pero permitió que se siguieran vendiendo productos financieros de alto riesgo porque, según sus palabras, generaban un efecto multiplicador del dinero.


Hay, pues, una responsabilidad directa de los Gobiernos en su incapacidad para prevenir lo que se avecinaba. Pero existe, además, otra responsabilidad todavía mayor en no tomar las medidas para erradicar las causas que nos han llevado a esta situación.

Cuando las cosas se pusieron muy mal a finales de 2008, el G-20 realizó un listado de reformas del sistema financiero, mientras se hablaba de refundación del capitalismo. Ninguna de estas iniciativas se ha llevado a cabo.

Ni se ha creado una autoridad internacional que supervise el funcionamiento de los mercados ni de la banca, ni se ha penalizado la especulación, ni se han modificado las normas contables, ni se han limitado las insensatas remuneraciones de los ejecutivos. En síntesis, no se ha hecho nada.

La UE pretende ahora frenar los ataques contra el euro con un fondo de 600.000 millones para ayudar a los Estados a financiarse con unos tipos de interés razonables. Pero ello no va a servir para nada si no se cambian las reglas de juego.

Lo que la crisis está poniendo en evidencia es la incapacidad de los Gobiernos frente al mercado, convertido en ‘deus ex machina’ que determina nuestras vidas. El poder político ha dejado de ser soberano frente a ese monstruo sin cabeza, que funciona con una lógica autónoma.

Sigmund Freud identificó la acumulación de capital con las neurosis infantiles y, más tarde, acuñó la idea del instinto de muerte para explicar el drama de la guerra de 1914. Esa pulsión sigue latente en los mecanismos irracionales de una economía que nos lleva a la autodestrucción.

Artículo de Pedro G. Cuartango, en "El Mundo", 26/5/2010


25 de mayo de 2010

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Un precioso país lleno de autopistas vacías.

Los países son como los ordenadores: necesitan tanto unas buenas infraestructuras (el hardware) como personas capacitadas para obtener el máximo rendimiento de ellas (el software). Como cualquier usuario de informática sabe, de nada sirve comprar el último ordenador disponible en el mercado si uno no reserva el suficiente dinero para adquirir los programas informáticos que lo harán funcionar. Pues igual que un ordenador sin programas no es más que una caja tonta, cabe preguntarse si un país que tenga el mayor número de kilómetros de vías de alta velocidad de Europa y, a la vez, más de cuatro millones y medio de parados y un gasto ridículo en innovación y desarrollo, es también una caja tonta.


En el año 2009, España no solo invirtió en infraestructuras el triple que Alemania (1,79% del PIB frente a 0,69%), sino que como hemos conocido por boca del propio Ministro de Fomento, esas inversiones se realizaban sin “el análisis de la previsión de la demanda para valorar la viabilidad económica de las obras o el estudio de las necesidades de mantenimiento”.

Así que mientras que el Gobierno se gastaba una parte de los 17.200 millones anuales de presupuesto para infraestructuras en lindezas como una doble entrada de alta velocidad a Galicia o Cantabria, España seguía sin una red pública de educación infantil (0-3 años), contaba con una red de escuelas de Primaria que en su mayoría datan de los años sesenta, soportaba un fracaso escolar del 30% en la Educación Secundaria Obligatoria, disponía de una Formación Profesional víctima de un abandono histórico, no contaba con ninguna de sus 77 universidades entre las primeras 150 del mundo y se conformaba con unos servicios de empleo incapaces de gestionar de forma ágil y flexible el reciclaje formativo de los desempleos para orientarlos a nuevos empleos.

...Haría falta un estudio en profundidad para ver cómo y por qué se han asignado las prioridades de gasto en este país, pero el resultado es claro: mucho hardware y poco software (y, por añadidura, poco gasto social).


Si España quiere tener algún futuro, debería revisar aún más profundamente sus prioridades de gasto y sus actitudes hacia la educación. De lo contrario, seguirá siendo ese país que un ex ministro de Exteriores alemán describió irónicamente como “un precioso país lleno de autopistas vacías”

(Artículo de José Ignacio Torreblanca en El País, 24/5/2010)

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23 de mayo de 2010

El lenguaje que se utiliza para explicar la crisis es un lenguaje que aparenta ser neutro, meramente técnico, cuando, en realidad, es profundamente político. Así, se nos dice que los “mercados financieros” están forzando a los países de la Unión Europea y, muy en especial, a los países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda, a seguir políticas de gran austeridad, reduciendo sus déficits y deudas públicas, con el fin de recuperar la confianza de los mercados, condición necesaria para alcanzar la recuperación económica.

Ahora bien, ¿qué quiere decir eso de “los mercados financieros”? En teoría, en la dogmática liberal que domina los establishments europeos (el Consejo Europeo, el BCE y la Comisión Europea, así como en los gobiernos de la mayoría de los países de la UE), los mercados son procesos de libre comercio entre agentes financieros –los bancos– que obtienen beneficios para compensar sus riesgos, pues se asume que existen riesgos en tales mercados. Pero tal retórica no define la realidad, pues tales entidades –los bancos– operan dentro de ámbitos e instituciones enormemente proteccionistas de sus intereses, en los que el riesgo, en general, brilla por su ausencia. En realidad, los mal llamados “mercados” tienen muy poco de mercado: son bancos con mucho beneficio y poco riesgo.

En EEUU, donde existe amplio consenso sobre el hecho de que la crisis financiera fue iniciada por los comportamientos de Wall Street, la crisis bancaria fue resuelta con la aportación a los bancos de casi un billón de dólares pagados por el Estado, que benefició enormemente a los banqueros y a sus accionistas, consiguiendo incluso más beneficios de los que tenían antes de la crisis. La obscenidad de tales beneficios y las prácticas deshonestas y criminales de los banqueros (causantes de la crisis) explica su enorme impopularidad y la de tales medidas, que no repercutieron favorablemente sobre la población que vio cómo sus estándares de vida disminuyeron debido a la crisis provocada por los bancos. No fueron los mercados, sino los bancos y sus políticos en el Congreso (con nombres y apellidos conocidos) y en las administraciones Clinton, Bush y Obama (también con nombres y apellidos conocidos), los que crearon la crisis, salvaron a los bancos y ahora llaman a la austeridad.

Una situación casi idéntica está ocurriendo en la UE. Los comportamientos especulativos de la banca europea fueron consecuencia de decisiones políticas que desregularon la banca, decisiones que se tomaron especialmente, no sólo en Wall Street, sino también en los centros financieros, principalmente la City de Londres y en Fráncfort, consecuencia de la enorme influencia de la banca sobre los gobiernos británico y alemán. La mal llamada “ayuda” del FMI-EU (de 750.000 millones de euros) a los países con dificultades no es una ayuda a las poblaciones de aquellos países, sino a los bancos (y muy en especial a los alemanes y franceses) para asegurarles que los estados les pagarán las deudas con los intereses confiscatorios que han exigido. Si el Gobierno de Grecia, por ejemplo, fuera a la bancarrota, la banca alemana tendría que absorber las pérdidas de haber tomado la decisión de comprar bonos del Estado griego.

Ahora bien, esto no ocurre en los mal llamados mercados financieros debido a que hay toda una serie de instituciones que protegen a los bancos. Y la más importante es el FMI, que presta dinero a los estados para que los pague a los bancos. De ahí que, como en EEUU, los bancos nunca pierden. Las que pierden son las gentes corrientes, pues el FMI exige a los gobiernos que extraigan el dinero para pagar a los bancos de los servicios públicos de tales clases populares. Lo que el FMI hace es la transferencia de fondos de las gentes de a pie a los bancos. Esto es lo que se llama “conseguir la credibilidad de los estados frente a los mercados”.

No son los mercados, sino los intereses bancarios y sus aliados –entre los que destacan el FMI y el BCE– los que están imponiendo estos sacrificios. Al menos, llamemos a los culpables por su nombre.

(Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 20 de mayo de 2010)

Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España.

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22 de mayo de 2010

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La burbuja mentirosa sobre la que hemos vivido, creyendo que éramos todos ricos y podíamos volar a bordo de un Porsche Cayenne -70.000 euros más o menos- nos ha estallado en la cara. Todos seremos más pobres después de esta crisis.

¿Todos? No está claro. Ésta es una crisis muy mal repartida. De ahí el malestar e incluso la indignación de la calle. No cabe distinguir aquí entre votantes de izquierdas o de derechas. Un votante del PP culpará de la crisis a Zapatero y uno del PSOE a los especuladores de Lehman Brothers. Pero ambos coincidirán en que los sacrificios de una crisis provocada por el estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria deben repartirse mejor.

Estos días se han hecho muchas bromas y chanzas a propósito de una subida de los impuestos para los que ganan más dinero. Desde Robin Hood a ‘Los ricos también lloran’, se ha disparado la creatividad de los que se oponen a esta medida. ¿Dónde están los ricos?, se han preguntado muchos líderes de opinión. La calle sabe muy bien dónde están los ricos. Son bastantes, están en sus chalés -que no bajan de dos millones de euros- en barrios perfectamente identificables en todas las ciudades y en las tiendas de lujo comprando bolsos de 5.000 euros. ¿Por qué una maleta de Louis Vuitton, que cuesta una pasta, paga el mismo IVA que un frigorífico? De eso hablamos cuando hablamos de subir los impuestos a los más pudientes. No se trata -quede claro- de que la gente invada los chalés de La Moraleja y desvalije los ‘Guccis’ del armario.

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Los ricos son, al menos, los 426.000 inversores de las célebres Sicav. O sea, que deben estar aquí, entre nosotros. Donde parece que no están, según dicen analistas y expertos con mucha reputación, es en Hacienda. Resulta estremecedora la naturalidad con la que gente muy seria asegura que los millonarios de verdad no pagan tantos impuestos como la clase media sujeta a la nómina.

Los técnicos de Hacienda (Gestha) -que algo sabrán de esto- calculan que el Estado podría recaudar 3.637 millones de euros recuperando el Impuesto de Patrimonio para los que tienen más de 1,5 millones de euros y aumentando el tipo impositivo de 1.976 sociedades que contabilizan más de 90 millones de beneficios, cada una.

Lo que no vale es tomarnos el pelo, amagar y no dar, como hace el Gobierno. Ahí tiene el ejemplo del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que a propósito de la tasa que quiere imponer sobre las transacciones financieras ha dicho: «Las críticas de los mercados no me afectan, cuando uno quiere secar un pantano no puede preguntarle su opinión a los sapos, si lo que busca es una posición objetiva». Schäuble es de derechas, pero lo tiene claro. No como otros.

(De ricos, sapos y pantanos. Artículo de Lucía Méndez en El Mundo, 22 Mayo 2010)