21 de noviembre de 2015

El auténtico valor de un ser humano depende, en principio, de en qué medida y en qué sentido haya logrado liberarse del yo.
Albert Einstein, Mis ideas y opiniones.

Fui consciente de lo que llovía cuando estábamos refugiados ya bajo un alero próximo a la entrada del Botánico. Con cada racha de viento, las ramas de los arces más viejos asomaban sus quejidos por entre los barrotes de las verjas puntiagudas. Cuando escampó, caminamos hasta el metro tratando de no pisar los charcos, estorbándonos mutuamente al andar. Esta noche, se nos va a jorobar el paseo, dijo Saleta tras uno de esos "encuentros de cadera". Para reforzar sus palabras, me pasó la mano por el hombro, enseñándome la palma empapada. No se había puesto la capucha, y su pelo brillaba ensortijado en caprichosos bucles. 

Algo, que no terminaba de vocalizar bien, comenzó a vibrar en sus labios cuando le recordé que aún no me había dicho cuándo se iba. No quiero que me tomes por loca, me pareció entender. Pero esta Saleta que ves fuera no pasa de ser un mero pensamiento que está llamando a la puerta de tu corazón desde dentro. Este fue el penúltimo gallardete de palabras que salió de su boca antes de que la lluvia levantara de nuevo un biombo de silencio entre los dos. 

Al llegar al pie de las escaleras del metro, se despidió con un lacónico «La persona solo aparenta ser; pero es absolutamente inexistente». Al alejarse, una sonrisa muy suave bajó de sus pupilas hasta la comisura de unos labios, donde el tiempo había borrado para siempre las huellas de los míos. 
Codorníu.