30 de abril de 2008

Todos los papeles que se me adjudicaron, papeles grises, de reencarnado ambivalente, los hice. Nunca protesté ni dejé de subir la bola. Allí -donde mirase-estaba yo, como Sísifo, andando por el arcén de la cuesta que hay dentro de mí mismo, sin pedestales que añadieran un par de metros al maniquí desnudo que integra mi sustancia. Hasta ahora (consciente o no) he coleccionado presentes imperfectos, bocas de mina abandonadas, óleos reblandecidos que bajaban del curso alto haciendo brincar a lo lejos las distancias infinitas de los recuerdos.

A la noche, la negritud del mar lame la desembocadura hasta dar con las cuevas que pintó con los años. Si todavía siento escalofríos cuando el viento suena a través de las oquedades, es porque corre bajo mi piel la vida. Espejos a parte.

Codorníu.

26 de abril de 2008

"Si me dieran a elegir,
yo elegiría esta salud de saber
que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
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Si me dieran a elegir,
yo elegiría esta inocencia
de no ser inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
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Si me dieran a elegir,
yo elegiría este amor con que odio,
esta esperanza que come
panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte"

Juan Gelman, El juego en que andamos.
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Llega la hora del ciclo donde sólo sobreviven las fieras. La música, y acaso sentarse junto a una ventana a ver los barcos venir, no es el bálsamo de Fierabrás. Le llaman crisis a esta caída que imponen nuevamente los mercados; a este eufemismo de ricos. Pienso: «¡Qué tarde se está haciendo para todo!» Para escribir algún poema, por ejemplo, apoyada la servilleta de papel en las sillerías del puerto donde, aprovechando los atardeceres, intento ser el mismo en el cuarenta aniversario del mayo que consiguió regresarnos como hombres. Una callejuela vacía -por la que no preguntes ahora, ya que nadie le puso una placa al entusiasmo aquél- bajará los toldos de sus tiendas si suscitas el tema, y los cortinajes de los escaparates se correrán apresuradamente. Se nos está haciendo tarde para moldear el barro blando de la ilusión; tarde para rescatar la flexibilidad de existir sin pisarse, tarde para saborear el encanto de levantar muy altas las viejas vasijas para siempre.

En medio de esta pena, los mejores tesoros se desentierran por sorpresa. De esa manera, en una crisis similar -ha habido tantas-, apareció en mi vida Codorníu, un día que mi barca volvió sola chapoteando sobre un atardecer plateado y tranquilo. El sesenta y ocho es muy agradecido: nunca te deja a oscuras, siempre te explica. En el horizonte –por aquella época- quedó un trocito de todos, que hoy podría simbolizar el Cervantes Juan Gelman. Me empiné tanto detrás de aquellos mares que acabé haciendo funambulismo por la raya celeste. De ese lugar regresó el libro, tal cual lo dejé, abierto boca abajo sobre uno de los bancos de madera, con sus pastas salpicadas de chorretones por la blancura del salitre reseco. Codorníu lo recogió con delicadeza, y tuvo el detalle de guardarlo pacientemente hasta que pude aparecer de nuevo, eso sí, con los ojos desencolados por el llanto y la amargura de no poder cambiar el mundo.
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A solas, muchos años después, lo abrí con manos temblorosas, con cuidado para no perder un calendario del Dépor (de cuando estaba en Tercera), que hacía de marcapáginas.
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Leí: «Y ahora que nada soy, soy pues el hombre»
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Esas palabras de Sófocles, subrayadas, saltaron del papel impreso y amarillo, y llegaron volando hasta mis ojos. Las susurré en voz baja, recordándolas. Mi corazón temblaba: eran las mismas.
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Afortunadamente, nunca habían dejado de cincelarme.

22 de abril de 2008

Delante del palco de la música, sentado en un buen sitio bajo la lona de un tabernero ambulante, luchaba por no perder la raya del horizonte escudriñando la lejanía a través de una cortina de agua. Conservo alguna foto en blanco y negro... ¿Estaría pensando que era injusto acabar teniendo un destino borroso en un puerto pequeño de no más de noventa vecinos donde llovía de forma permanente?

La banda municipal, como todos los días de feria, había abierto el baile con el pasodoble Amparito Roca. Nadie dudaba que, antes de terminar, acabaría lloviendo como siempre. El cielo, los paraguas colgados de los cuellos de las chaquetas, la mirada húmeda de los perros, los presagios cotidianos –todo junto-, parecían decirme: «Necesitas dejar de escuchar tanto adagio que nos traen los inviernos de la vida, parar ya de escribir letras tan tristes, dejar de hacer ese tipo de cosas... en el fondo, tan sólo peligrosos malabares por el difícil margen del acantilado»

Ahora, la bruma –otra bruma distinta, y esperada- se aprieta delante de mí, y me cierra el paso cuando busco un rayo de nitidez que me permita regresar de aquellas postales. Cualquiera tildaría de incoherentes estos largos paréntesis opacos bajo la luz roja del revelado. Lo que emerge de allí, lo hace en pequeñas dosis. La cubeta de la memoria es lo más parecido a un nido: u
na imagen incompleta, en un papel ondulado, que duda temblorosa.
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Tocaban siempre algo de Los Tamara, eso sí lo recuerdo. Pero no puedo decir qué, ni si el solista era Pucho Boedo.

19 de abril de 2008

"Siempre, después de un viaje,
una mirada terca
se aferra a lo que busca,
y es un hueco sombrío,
una luz pavorosa
tan sólo lo que tocan los ojos
del que vuelve"
..
(Ángel González, Ilusos los Ulises)


La sorpresa callejea buscándome. Olfatea que regreso confiado -con la mente pautada por la cadencia del tambor de boga- y sonríe. Tal vez piense que soy presa fácil porque cuento con los dedos el mes por el que vamos.

(…)

A diario me asaltan combinaciones de sílabas dolorosas cuya traducción existencial conozco. Si me puse a escribir fue por eso: por conectar por otro medio con el silencio acogedor y sin forma de este trasfondo maternal que se oculta por debajo de un hombre que está solo.

(…)

Pasado, presente y futuro es una división extraña. Antes que admitir esas estanterías y colocar mi vida en un híper como un “producto” más, me he lanzado a reescribirlo todo; esta vez a crearlo. Como un turista, que ve por vez primera las caricias filmadas por una memoria obsoleta, no dejo de asombrarme leyendo etiquetas de latas oxidadas. Ahora sí que queda poca cosa para cuando el buitre del inmenso vacío aparezca. Sólo falta esperar... ¿Dónde está la sorpresa?

Codorníu.

16 de abril de 2008

Este finde abrí unas cuantas servilletas de esas que recojo por los bares y me atreví a leerlas junto a la ventana con la disponibilidad de quien desconfía al aproximarse dubitativo a un soportal sombrío por donde gime el viento. Así conocí a Codorníu, un tipo como yo, que me esperaba con sus agujas de pino esparcidas y sus sesos salpicados en la ropa de tanto tirarse en marcha a diario y reconstruirse cada finde. «Tiene que haber más gente como él ahí afuera», pensé cuando acabé con la última referencia y lo perdí entre la bruma nerviosa de la imaginación abofeteada.

Pero fue inútil, la vida me enseñó que no se puede acceder a casi nadie. Que es muy difícil encontrar ese temblor ante el vacío; que están, estamos, del otro lado del cristal. Si acaso, nos miramos fugazmente y seguimos.
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Sé que si empiezo a deshacer bolitas, me hundo. Veo como somos todos. Como fuimos. Como repetimos las mismas pisadas intercambiando palabras parecidas. Ni siquiera las campanadas de la Berenguela alcanzan a amnistiar, compasivas, horas especiales para cada uno. Sus ecos se pierden por los tejados mohosos tan amados. Da rabia verlas despeñarse. Esa imagen del mundo, con esos puntos suspensivos que cuesta traspasar, se suma a un muro muy alto por no saber apenas. Yo creo que por eso tardo tanto en volver a abrir más servilletas. Hasta que un día junte fuerzas con las tablas de algún nuevo naufragio y me enfrente a la desilusión como un recién nacido.

12 de abril de 2008

Las olas también rebotan en las playas y los acantilados, y rodean nuestros tobillos arrastrando conchas y cuarzos. En eso son como nosotros: la mayoría seguimos y seguimos paseando a ambos lados de escaparates infinitos y nos cruzamos con la gente separados por un cristal eterno, inhumano. Nuestras manos (las tuyas y las mías), caídas a lo largo del cuerpo -según los días- a veces ni se mueven. Como mucho apoyamos palma contra palma, como presos, o monos. Algo tibio, una vibración, nos dice que sentimos algo: el cristal de los mercados, quizá. Pero es tan frío, que sonreímos cuando nos sonríen, y no da tiempo a más. Como un mar de fondo con el que no contamos en su día, algo nos arrastra por debajo sin pausa. El motor de sus entramados mecánicos no conoce el sosiego: un ombligo es un mundo. Y eso es todo.

Sin embargo, un rayo de esperanza, breve como el paso de un tren, nos roza ante el teclado. Luego, una ojeada atrás, cual fugaz ambrosía, hace que devengue el cristal en espejo. La boca del pasado, su aliento, lo difumina todo con el vaho... así es la calidad perlada que maneja entre besos soñados. Nunca sabremos cómo se hace, cómo lo hacemos. Como Aladino, los recuerdos nos elevan en su alfombra y caemos; o nos vuelcan de este lado, que también es el otro... La facilidad con que podemos ver la fantasía que llevamos dentro nos sorprende tanto como el laberinto, los pasillos de cristal y eso que ya no son arabescos absurdos ni locuras literarias.

¿Inventamos el mundo? No me cabe la menor duda. Aunque no sepa hacerlo más allá de lo básico, esa es mi Realidad (la pongo con mayúsculas): que cada uno -si no cree- compruebe la yaga de su vida con el dedo.

8 de abril de 2008


Es casi ley,
los amores eternos
son los más breves.

(Benedetti, Nuevo rincón de haykus)

5 de abril de 2008

"Maestro, son plácidas
todas las horas
que malgastamos,
si al malgastarlas,
cual en un jarro,
ponemos flores" .
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(Pessoa, Odas de Ricardo Reis)

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Nada de marisco o esas cosas. Tú no necesitas una compensación tan burda. A medianoche, un café bombón todo lo más, y descansa de hacer flores invisibles con el dedo en el espejo empañado. Hazme caso: siéntate con tu cafelito junto a una ventana, e identifícate con detalles aparentemente insulsos; un hilo de leche condensada que cuelgue de la cucharilla, por ejemplo.

(…)

Sigue su caída perpendicular y silenciosa, y algo que no conoces de ti mismo bajará susurrando «mírame», mientras resbala durante unos segundos. Después, déjale que atraviese la negra presencia del destino individual y, cuando reaparezca, una capa color crema se irá haciendo cierta y cada vez más honda en el fondo del vaso.

(…)

Al amanecer podrás comprobar, que -acumulado con lo de todos- está eso que hay tan callado detrás de cada uno. No es que entonces seas más feliz; pero ya no te sentirás tan solo ante este «jet-lag» ingrávido y vacío.

Codorníu.

1 de abril de 2008

PARA TODOS VOSOTROS, NUESTROS JÓVENES...


Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser.

Mirad:somos nosotros.


Un destino condujo diestramente
las horas y brotamos.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
palabras que luego abandonamos
para subir a más:

Empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o la seña.


Ahora si: Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-
flotar ligeramente sobre el aire;

porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.


Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia:
Pero callad,
quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.

A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque callado le doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.


Quiero deciros cómo todos trajimos
nuestras vidas aquí
para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses
que no sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.

Para nosotros el dolor es tierno,

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.


(Jaime Gil de Biedma, Amistad a lo largo)