15 de noviembre de 2012


"Los viejos sueños,
eran buenos sueños.
No se realizaron;
pero me alegro
de haberlos tenido"

Clint Eastwood,  Los puentes de Madison.

Aunque el otoño se adentre en los cristales, yo sigo vendimiando. Para algunos, quizá sólo sea un verbo, un sustantivo o la sempiterna partida de ajedrez con la innombrable. Prefiero que para mí, por ahora, sea un andar cortando racimos en Francia en los años setenta. Tal vez, como buscar el fuego, la caza, o una cueva al abrigo. Pisotear es un símbolo que no me gusta ni siquiera de lejos. 

A lo tonto, regresan los recuerdos junto a las uvas donde salían todo tipo de cantes camino del más allá de los Pirineos, que seguía siendo la libertad; quedan hoy reflejos en la loza manchada por el vino, pero ni rastro de las rosas. Los dedos -que ya han dejado de vendimiar hace décadas- marcan un número donde no hay nadie nunca, mientras mi cometa eleva la mirada buscando un ave perdida entre las nubes: alas abanicando el pasado (algo que no es nuestro, sino suyo), ojos que pasan y repasan, labios húmedos, sueños... oídos que llevan y traen risas, carreras, música del vecino... o simplemente ruidos (la dichosa niebla de Unamuno), que cambian de sitio en la inútil persecución de algún recuerdo abuhardillado... 

Resumiendo: renglones cansados.

Cuando deja de soplar el viento (perdón: Cuando me entero que ha dejado de soplar), el pasado no tarda en tragarse todo; maldita calma chicha... Hasta ese instante, hincho los “siempres” de mi vida surcando mares sobre un charco, un pilón o un estanque. Mi ombligo da refugio a las pocas tablas de aquella escuadra invencible, que un día mandé para luchar contra las circunstancias naturales. 

En una de esas playas (qué más da) arribé a un mundo de vaivenes. Milagrosamente, hallé uno que abría para afuera. Lo demás, sólo marcas de labios sin fregar en un vaso abandonado en la arena (una y otra vez, la misma ola), a pocos metros de la orilla. Marcas, al mismo tiempo, borradas e imborrables.

Ahora, como Pessoa, finjo que escribo, finjo fechas, finjo. Todos los otoños emulsiono verbos en una piel a la que siempre llego tarde; pongamos que después del sol he aprendido a saltarme los renglones peores.

Codorníu.


14 de noviembre de 2012