6 de enero de 2010

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Angelina está mirando hacia el puerto por donde transitan las luces de los barcos que comienzan a salir al anochecer. Sentada en la mesa que hay junto a la mejor de las ventanas de la taberna, sigue el compás de la música con un suave balanceo de cabeza: por el aire suena “Mariposita de primavera”, en versión de Omara Portuondo. Las formas de un rostro -donde el tiempo ha dejado las huellas de todas sus ilusiones y todos sus reveses a partes iguales- se reflejan en la pared del vaso.

Ante ella baila la mirada del hombre que empuja la puerta biselada de su memoria. Los sentimientos entre ambos se reconocen sin más vestido que el silencio; son encuentros que nunca fueron de griterío, que pisaron alfombras de gestos y caricias; que vivieron de sonrisas, soledades, recuerdos...

Una vez que se han saludado, tratan de recordar por dónde se habían quedado la tarde anterior. Quizá estuviesen hablando de hombros que nunca dejarían de estar, de manos que nunca se cansarían de volar juntas, de pasajeros con los que contar para todo el trayecto, incluidos los túneles…

Al otro lado de la barra, el vapor pega un prolongado siseo y sale con fuerza hacia la solitaria porcelana del techo. La atención de Angelina queda colgando allí arriba, atrapada por un instante. El reflejo, mientras tanto, sigue bailando en la pared del vaso como una serpiente sin cabeza.

La mujer sonríe para sí. Cierra los ojos. Siente ahora la frialdad de unas manos que cogen las suyas. «Siempre estabas helado», dice con el alma hecha hebras.

(Más allá de la ventana, el verdín se mezcla con la bruma)

Cada tarde, al llegar a este punto, Angelina deja de mirar hacia las barcas a través del corazón que ha dibujado en el cristal empañado. Acto seguido, agita los cubitos del vaso y pega un trago más largo que los anteriores. Allí, en aquella mesa, todo, incluido el tiempo, existe de otra forma en sus adentros; quizá, hasta más verdaderamente…

Codorníu.

(Reflejos en la pared de un vaso. Del libro "Reflejos en la pared de un vaso")

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6 comentarios:

made dijo...

Es un placer encontrarse con estos retazos de tu libro.
Me gusta mucho "Mariposita de primavera".
Bonita composición de colores y sombras del vaso.
Un beso

TORO SALVAJE dijo...

La mesa de Angelina es mágica.
Y ella parece que también.

Saludos.

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

... de un lirismo espeluznante; crei haber estado sentada en esa mesa meciendo las barcas que dejé pasar.
Me encanta, me encantas, qué encantada estoy (no pienses que estoy gilipollas, creo que es una tara de nacimiento, jajajaja)
Un besin, ¿roscón?

Isabel dijo...

Tu entrada me transporta a un pueblecito pesquero en Galicia, hace ya muchos años, dónde esperaba sentada en la mesa de una taberna que daba a la ria, a alguien muy especial en mi vida. Precioso relato. Un beso

mangeles dijo...

La foto ha quedado guay...jejej...me gusta mucho.

Un besote, Pepe

Anónimo dijo...

En esta ocasión la imagen que es tuya casi iguala el texto de original y bonita, me encantó ese vaso.
Besito