Iñaqui Orihuela, a su edad, debería estar harto ya de ruidos y de ruedos. De ruidos, porque cada noche oye un disparo. De ruedos, porque eso que le pasa a él se llama desangrarse; morir cada vez que cierra los ojos. Ésa es la causa que le empuja a salir por las calles vacías. Un caminar difícil, tropezando de una en una con las imágenes de aquel descampado. La más nítida, el sobresalto del disparo, sus propios gritos entrecortados, el descenso lento hasta el coche con Yailene en los brazos... Y al final, el llanto, sólo interrumpido por las bruscas sacudidas de los suspiros cuando vuelve tras sus pasos para recoger uno por uno los folios del maldito relato que el viento ha esparcido por los alrededores.
Hace mucho que sale a pasear por aceras solitarias retardando el momento de meterse en la cama. Cada noche, la bolsa de basura cuelga cual peso muerto de su mano. El corazón, reventado por las arritmias de aquel atardecer, no deja de rastrear conexiones buscando instantes que la memoria se encarga de ocultar por capricho. Al mismo tiempo, su mente balbucea los últimos sustantivos que leyó en labios de su amada. El dolor tan humano que subyace en sus yemas se pega por el día a barandillas y paredes. Hasta gasta guantes de látex, porque sabe que no hay que dejar pistas para no ser alcanzado por la culpa de prestarse a aquel juego que aún le persigue. El futuro se encoge. Empaña ante él su rostro de tanto condensarse: los espejos no mienten. Cada noche, en la mesa, Iñaqui Orihuela repasa los arabescos del hule. Entre migas de pan tiradas a los dados, cena sin apetito mientras soporta el eco de cacharros lejanos.
Al salir del portal, se acopla a las sombras de la pared camino de los cubos de basura de esta ciudad crispada. La lluvia peina la melena de una bombilla rubia; pero él ya no escribe ni está por prestar atención a esas cosas. Tampoco a la oscuridad cribada de jadeos que escapan de los coches aparcados que encuentra a su paso. Aislado de todo, camina indiferente. En la esquina, hay tertulias de bolsas de basura, abandonadas al pie de una farola. Esa es su meta.
Allí, deja la suya, saca un pitillo y escucha el batir de las tortillas mientras lo enciende.
Codorníu.
(Bolsas de basura abandonadas. Del libro "Reflejos en la pared de un vaso")
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9 comentarios:
qué decir...
ruidos y ruedos, sombras fundidas en las tertulias de la noche
soberbio texto
saludos
Un relato magnífico, repleto de sensaciones que emocionan y emociones que se sienten por los cinco sentidos.
Pepe, es un gusto pasar a visitarte. Qué mejor manera de empezar el año...
Besos renovados para ti.
Qué imagen tan inusual de Marilyn... si Pepe, yo creo que si ella anduviera por la blogosfera, también te leería. Pocos ruidos son tan habituales como el batir de unos huevos, sutilezas Pepe, tus textos están llenos de sutilezas y palabras escondidas para la mayoría. Deja la chistera boca arriba para que sigan saliendo, me gusta aprender.
Qué los Reyes "Majos" te sigan trayendo kilos de talento, bueno... y unas cuantas botellas de CODORNÍU :).
Besets
Si es que me parece verlo...
Tremendo.
Saludos.
Que buen relato, y la foto de Marilyn Monroe, leyendo el Ulysses de Joyce.
Saludos
Preciosa entrada. ¡Que te traigan muchas cosas los reyes! que te lo mereces. Un beso
Pepe, te he dejado en mi blog, un beso para desearte una feliz noche de reyes. Luego te leo, ahora voy a ver si la magia me convierte en reina.
Besos.
El viento ya no esparce folios de relatos, puede quedarse todo dentro de algo que solo existe si miramos y vemos, ya no oleremos la tinta recién impresa.
Un abrazo.
CUENTAS A CÁMARA LETA, ESCUCHO EL BATIR DE LA TORTILLA Y VEO A UN HOMBRE APSOTADO EN UNA FAROLA CHARLANDO CON LAS BOLSAS DE BASURA, LE COMPRENDEN MUY BIEN PUES SU PIEL COMO SU ALMA YACEN PERDIDOS EN UN ESTERCOLERO DE SENSACIONES... ME HA ENCANTADO, PEPE. BUEN REGALO DE REYES ME HAS HECHO
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