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...Son las once de la noche, sábado. Ocupamos los cuatro lados del rectángulo de una mesa de mármol en una popular cafetería del centro de Santiago. No vamos a jugar al dominó. Tal vez, los más viejos, aún lo hagan por la mañana; sin embargo, a estas horas de la noche -cuando llegamos nosotros- la cafetería ya ha pegado su vuelco. Estamos en los setenta. Sus ojos de búho han visto de todo: citas clandestinas, sospechas, miradas insinuantes, lectura de poemas, inesperados ligues de madrugada...
Los cuatro andamos alrededor de los veinte. Es una edad muy propia para albergar expectativas. La Realidad, siempre abierta, nos espera.... No diré cual de todas nuestras necesidades es lo primordial en este momento, es innecesario. Pero a falta de lo obvio, mientras surge, todos sabemos que no es mal sucedáneo el abrigo de una buena charla: nuestro país ha sufrido un codazo repentino por el costado menos esperado, el de nuestros vecinos. La Revolución de los Claveles, el golpe de los capitanes, el 25 de abril nos ha pillado -en la foto- con la boca abierta ...
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Los cuatro andamos alrededor de los veinte. Es una edad muy propia para albergar expectativas. La Realidad, siempre abierta, nos espera.... No diré cual de todas nuestras necesidades es lo primordial en este momento, es innecesario. Pero a falta de lo obvio, mientras surge, todos sabemos que no es mal sucedáneo el abrigo de una buena charla: nuestro país ha sufrido un codazo repentino por el costado menos esperado, el de nuestros vecinos. La Revolución de los Claveles, el golpe de los capitanes, el 25 de abril nos ha pillado -en la foto- con la boca abierta ...
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¿Y nosotros cuándo?, rezaría en los subtítulos.
Pero esta historia no es el cartel de una película. En realidad, se trata de una noche más, de un sábado más de aquellos años. Y de unos amigos que se han reunido para hablar, para pasar del rollo de los padres, para beber hasta la madrugada. Lo nuestro: seguir haciéndonos preguntas y cascando respuestas como quien casca huevos mientras esperamos que caiga nuestra ficha en la casilla preciosa del juego de la vida, el amor. Por eso charlamos de reojo; por eso no dejamos de mirar los espejos que reflejan a los que entran y salen por la puerta giratoria; ni a las mesas, donde nuestra mirada de águila ha registrado ya a un grupo de chicas. Nos fijamos en todo: formas de vestir, cortes de pelo y libros de bolsillo cuyos títulos nos dicen que quizá esté allí ése alguien que tanto tiempo llevamos esperando... y que tal vez nos encuentre.
Pero esta historia no es el cartel de una película. En realidad, se trata de una noche más, de un sábado más de aquellos años. Y de unos amigos que se han reunido para hablar, para pasar del rollo de los padres, para beber hasta la madrugada. Lo nuestro: seguir haciéndonos preguntas y cascando respuestas como quien casca huevos mientras esperamos que caiga nuestra ficha en la casilla preciosa del juego de la vida, el amor. Por eso charlamos de reojo; por eso no dejamos de mirar los espejos que reflejan a los que entran y salen por la puerta giratoria; ni a las mesas, donde nuestra mirada de águila ha registrado ya a un grupo de chicas. Nos fijamos en todo: formas de vestir, cortes de pelo y libros de bolsillo cuyos títulos nos dicen que quizá esté allí ése alguien que tanto tiempo llevamos esperando... y que tal vez nos encuentre.
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Pero las horas pasan... y a los veinte años uno es tan parado, tan tímido... Claro, que parado por fuera; que por dentro tenemos esa prisa tan especial que tuvieron todos los jóvenes en el pulso; ese destello luminoso y brillante que adorna la mirada. Nuestra juventud lo va gritando a los cuatro vientos, de forma que sólo falta la chispa que incendie la escena, la que haga las veces de motor de arranque, de empujón. Y eso nunca se sabe como viene.
“¿Nos vamos a la plaza del Rocío?”, dice una chica que acaba de llegar a la mesa de al lado. Las otras, sus amigas, se ríen sorprendidas; no reaccionan. Ella espera de pie, expectante, inquieta. En medio de los "tira y afloja", nos mira. Es la señal que espera la vida, dueña absoluta de lo impermanente y lo dinámico. Nosotros también nos miramos... Percibimos el brillo que lleva escrito en la piel: algo que no miente. Suena Minor Swing... Entonces era así. Un impulso agazapado me levanta como un resorte. Sin mirar a mis amigos, me dirijo a ella y le digo que sí; que nosotros íbamos para allá, que estábamos pensando (miento) hacer eso precisamente. Al final, las chicas de la mesa contigua no se deciden. Ella sí. Pagamos al camarero. Todos trabajamos el lunes. Sabemos que es un palizón. Que sólo disponemos de un día.
En la puerta, medio destartalado, nos espera un Seiscientos cuyo capó va milagrosamente atado por unas cuerdas. Es todo lo que tenemos. Eso, y un solo carné de conducir (el mío); y un trabajo cutre propio de la edad... No importa: recontamos rápidamente el dinero, nos llega para gasolina. Nos ponemos en carretera, y en unas pocas horas cruzamos la frontera por Tui. Atravesamos una noche oscura y carente de autopistas... Aún faltarían muchos años para enterrar en el olvido las carreteras de dobles direcciones, agotadoras, plomizas... Pasamos la noche siguiendo detrás de un camión, de otro, mirando faros y más faros hasta el hipnotismo.
Un poco más allá, todavía ojerosos, legañosos, incrédulos... caminamos perpendiculares al Sol, que nos va ganando en una carrera desigual hacia el Atlántico, hacia Lisboa. Se sabe triunfador y nos está esperando cuando llegamos a la playa de Cascáis, donde ya ha amanecido. Nos quitamos las playeras, andamos por la arena hasta llegar a un chiringuito en el que desayunamos y descansamos... Sólo un sueño, tan sólo un rato corto; hora y media, si acaso... no llevamos sacos. La arena nos envuelve y el sol salta nuestros cuerpos camino de mi América; la del Sur, por supuesto.
A las diez de la mañana bajamos de un autobús e irrumpimos pletóricos en pleno centro de Lisboa, deslumbrados por la luminosidad que envuelve la plaza del Rocío. De la estatua (me vine sin saber de quién se trataba) cuelgan encaramados muchos mitineros. Ondean, enarboladas, banderas y más banderas formando increíbles composiciones de color.
A veces es tan difícil contar con palabras lo que uno siente bajo una persistente lluvia de panfletos... Son tantos los abrazos emocionados con desconocidos que cantan lo que tú cantas en tu propia tierra, mirando de reojo por si acaso...
Hacia el mediodía comemos con hambre unos bocatas en el puesto de algún partido político... ha comenzado a llover. No importa. Hablamos mucho. Con mucha gente. Bebemos. Devoramos con la vista los titulares de muchos periódicos diferentes. Cantamos todo lo que no podíamos cantar en nuestro país un número de veces incontable, mientras rodamos abrazados, agotados, roncos, por los bancos de la plaza...
“¿Nos vamos a la plaza del Rocío?”, dice una chica que acaba de llegar a la mesa de al lado. Las otras, sus amigas, se ríen sorprendidas; no reaccionan. Ella espera de pie, expectante, inquieta. En medio de los "tira y afloja", nos mira. Es la señal que espera la vida, dueña absoluta de lo impermanente y lo dinámico. Nosotros también nos miramos... Percibimos el brillo que lleva escrito en la piel: algo que no miente. Suena Minor Swing... Entonces era así. Un impulso agazapado me levanta como un resorte. Sin mirar a mis amigos, me dirijo a ella y le digo que sí; que nosotros íbamos para allá, que estábamos pensando (miento) hacer eso precisamente. Al final, las chicas de la mesa contigua no se deciden. Ella sí. Pagamos al camarero. Todos trabajamos el lunes. Sabemos que es un palizón. Que sólo disponemos de un día.
En la puerta, medio destartalado, nos espera un Seiscientos cuyo capó va milagrosamente atado por unas cuerdas. Es todo lo que tenemos. Eso, y un solo carné de conducir (el mío); y un trabajo cutre propio de la edad... No importa: recontamos rápidamente el dinero, nos llega para gasolina. Nos ponemos en carretera, y en unas pocas horas cruzamos la frontera por Tui. Atravesamos una noche oscura y carente de autopistas... Aún faltarían muchos años para enterrar en el olvido las carreteras de dobles direcciones, agotadoras, plomizas... Pasamos la noche siguiendo detrás de un camión, de otro, mirando faros y más faros hasta el hipnotismo.
Un poco más allá, todavía ojerosos, legañosos, incrédulos... caminamos perpendiculares al Sol, que nos va ganando en una carrera desigual hacia el Atlántico, hacia Lisboa. Se sabe triunfador y nos está esperando cuando llegamos a la playa de Cascáis, donde ya ha amanecido. Nos quitamos las playeras, andamos por la arena hasta llegar a un chiringuito en el que desayunamos y descansamos... Sólo un sueño, tan sólo un rato corto; hora y media, si acaso... no llevamos sacos. La arena nos envuelve y el sol salta nuestros cuerpos camino de mi América; la del Sur, por supuesto.
A las diez de la mañana bajamos de un autobús e irrumpimos pletóricos en pleno centro de Lisboa, deslumbrados por la luminosidad que envuelve la plaza del Rocío. De la estatua (me vine sin saber de quién se trataba) cuelgan encaramados muchos mitineros. Ondean, enarboladas, banderas y más banderas formando increíbles composiciones de color.
A veces es tan difícil contar con palabras lo que uno siente bajo una persistente lluvia de panfletos... Son tantos los abrazos emocionados con desconocidos que cantan lo que tú cantas en tu propia tierra, mirando de reojo por si acaso...
Hacia el mediodía comemos con hambre unos bocatas en el puesto de algún partido político... ha comenzado a llover. No importa. Hablamos mucho. Con mucha gente. Bebemos. Devoramos con la vista los titulares de muchos periódicos diferentes. Cantamos todo lo que no podíamos cantar en nuestro país un número de veces incontable, mientras rodamos abrazados, agotados, roncos, por los bancos de la plaza...
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Y también ligamos en medio de ese universo... unos ligues que nos sanaron momentáneamente, que curaban hasta la próxima. Fugaces desde un primer momento... muy fugaces... Como no podía ser de otra manera.
También recuerdo que entramos a las cuatro, o así, en un cine a ver “Enmanuel” y que, en la cola, a la chica que venía con nosotros, le quitaron la cartera del bolso, y alguien dijo que era por la amnistía general que habían decretado los capitanes recién llegados. Lo dijo alguien con bigotito, como los que acabábamos de dejar al otro lado... a éste lado del Miño.
Cuando salimos (algo calentitos, por cierto, por la peli), volvimos a la Plaza del Rocío a coger un autobús para ir a la playa de Cascáis donde nos esperaba nuestro Seiscientos. Allí dentro vivimos las últimas alegrías con la chica que nos acompañaba. Como dije antes: Entonces era así.
Sobre las diez de la noche pasamos la frontera. “¿Traen café o toallas?”, nos dice el guardia civil del puesto. El amigo que va a mi lado niega con la cabeza por toda respuesta. Los demás, ni siquiera eso. No sé si estamos mudos por el impacto de lo perdido al cruzar esa raya o extenuados por las vivencias. Sólo sé que no nos salen las palabras, que no despegamos los labios en todo el trayecto, que algunos tienen la suerte de quedarse dormidos...
También recuerdo que entramos a las cuatro, o así, en un cine a ver “Enmanuel” y que, en la cola, a la chica que venía con nosotros, le quitaron la cartera del bolso, y alguien dijo que era por la amnistía general que habían decretado los capitanes recién llegados. Lo dijo alguien con bigotito, como los que acabábamos de dejar al otro lado... a éste lado del Miño.
Cuando salimos (algo calentitos, por cierto, por la peli), volvimos a la Plaza del Rocío a coger un autobús para ir a la playa de Cascáis donde nos esperaba nuestro Seiscientos. Allí dentro vivimos las últimas alegrías con la chica que nos acompañaba. Como dije antes: Entonces era así.
Sobre las diez de la noche pasamos la frontera. “¿Traen café o toallas?”, nos dice el guardia civil del puesto. El amigo que va a mi lado niega con la cabeza por toda respuesta. Los demás, ni siquiera eso. No sé si estamos mudos por el impacto de lo perdido al cruzar esa raya o extenuados por las vivencias. Sólo sé que no nos salen las palabras, que no despegamos los labios en todo el trayecto, que algunos tienen la suerte de quedarse dormidos...
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Sin ponernos de acuerdo hemos tomado una sabia decisión: el silencio. Dejamos que el mundo subterráneo de cada uno ruede paralelo al coche; un silencio que se prolonga por inercia dentro del Seiscientos, parados ya, aparcados... Los recuerdos nos arropan como mantas hasta el amanecer. Estamos de nuevo ante la cafetería de las mesas de mármol de la que habíamos partido la noche del sábado. ¿Dónde está el tiempo?, nos preguntábamos con la mirada...
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(También: ¿Dónde está el tiempo hoy, ahora?, me pregunto)
Hasta que alguien dice como una voz en off: “Son ya las siete y media”. Salimos los cinco, medio atontados, a tomarnos un café con leche, con churros, allí mismo... con esas ojeras y ese desaliño. Creo recordar que al salir, de pie en la acera, nos miramos por toda despedida. Sonreímos. El sol volvía a cruzar el semáforo a nuestro lado. Éramos jóvenes y, por tanto, bellos.
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La chica que se vino con nosotros se llamaba Saleta. Ese día, la vi por vez primera.
Hasta que alguien dice como una voz en off: “Son ya las siete y media”. Salimos los cinco, medio atontados, a tomarnos un café con leche, con churros, allí mismo... con esas ojeras y ese desaliño. Creo recordar que al salir, de pie en la acera, nos miramos por toda despedida. Sonreímos. El sol volvía a cruzar el semáforo a nuestro lado. Éramos jóvenes y, por tanto, bellos.
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La chica que se vino con nosotros se llamaba Saleta. Ese día, la vi por vez primera.
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(Era el año 74, una semana después del golpe de los capitanes. No he comprobado la fecha exacta. Pero sé que fue entonces)
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Codorníu.
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Codorníu.
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17 comentarios:
Dios, qué bien escrito, y qué bien descrito, los claveles en los fusiles, un viaje hacia el sol,y hacia tu sol.
Yo entonces estudiaba y mucho, no ligaba, pero sí recuerdo la alegría de los claveles rojos...
Besos.
¡Ay, Pepe!, después de este recuerdo no quisiera verte nunca más triste y melancólico. Cuántos recuerdos, cuánta hermosura. Me late el corazón. Le decía el otro día al Gato Utópico que parece ser que todos guardamos un Fiat 600 en algún melancólico y nostalgioso rincón del corazón. Yo tuve un Fiat 500, le dicen "Piccolino" o "Fiat viajera", yo le decía "la Fiti". La compré con mi propio dinero a los 22.¡Qué felicidad! Se rompía siempre, su velocidad máxima era de 80 Km por hora si iba mucho rato en bajada, con la cuarta puesta y el acelerador a fondo. Nunca me dio para ir a otro país limítrofe, lomáximo que me alejaba con ella eran 30 kms. porque dos por tres me dejaba de a pie, pero cuando hacíamos colecta para la nafta, le abría el techo tirando para atrás la capota y salíamos por la rambla de Malvín, no había felicidad mayor. Lo del boliche, idem a acá.Sábado a sábado. Ya veo que a los veinte y a tanta juventud expectante no hay océano que pueda diferenciar por más inmenso que sea.
¡Qué tiempos, amigo!...Para mí fue hace un rato, no sé por qué. Cuando te leía, me parecìa escuchar "sale el expreso a Malvín". jaja.
Ahora entiendo por qué Saleta siempre me cayó tan bien.
Cambiando de tema, ayer imprimí una parte. Aquí tengo dos días de vacaciones por Carnaval y aprovecharé a leer.
Un gran abrazo. Hoy me voy con una sonrisa linda dibujada en mi rostro.
Olvidé decirte que no sé del golpe de los capitanes ni de los claveles rojos, y que deberé buscar información información sobre ello; también que la Fiti era considerada por mí como mi pasaporte a la libertad.
Algo tiene tu recuerdo que me llevó a los míos con una fuerza como pocos, y al final saber que la chica es Saleta, me deja sin palabras. Me enmudece de pronto.
http://cuaderno.josesaramago.org/2009/02/20/paco/
te dejo este enlace que copié del blog de saramago, quizá igual lo tienes...
Siempre he admirado tus letras y lo sabes, pero hoy te he coronado: amigo, este escrito es para descubrirse.
Sencillamente precioso.
Buen fin de semana, Pepe
Ay, por cierto, acabo de colgar en mi blog de relatos http://angelesysuscuentos.blogspot.com/
algo que creo que te gustará; también lo escribí desde lo más hondo
un besote
Deu meu Pepe, ese final es el final... es saleta, no podía ser otra. Me impactó. Mago, qué eres un mago, me quito el sombrero ante tus letras, te aplaudo, te achucho porque eres... eres... comestible. Nadie, nadie, nadie escribe como tú, y se lo dije a Nany hace ya tiempo cuando empecé a leerte, cuando nos encontramos, y se lo repetí el otro día. Si Pepe, lo que has escrito hoy, mejor dicho este relato de tus 20 años, lo dice casi todo de ti. Hoy mereces la gloria, y si me tilda alguien de exagerada... me la bufa. Precioso, precioso, precioso.
Besos
PS. Si ayer decidí quedarme ahí, fue en gran parte por tu comentario, por ese "resistir", que lo sepas :)
Aquella revolución de los claveles, aquella canci´n que fue un himno, mientras aquí el franquismo agonizaba y se aferraba a ese poder que no han querido perder y por el que todavía suspiran los nost´lalgicos del régimen. Yo sólo era una niña pero recuerdo esa época como un tiempo de miedo y esperanza. Besos y gracias por compartir tus recuerdos ( ya sabes cuánto me gusta recuperar memoria...)
Codorníu
Lo que se sabe es de una certeza tan honda, profunda,
inconmensurable que no necesita de comprobaciones. Se sabe y no necesita de avaladores ni de notarios de su existencia. El tiempo nos dará la razón.
Hoy soñé con un plato de magnolias:
Crujiente de hojas de magnolio acompañado de piñas de magnolias confitadas. Acababa el plato con una magnolia abierta. Qué bocado tan exquisito. Mientras comía, en el sueño, cerraba los ojos para disfrutarlo y sentirlo con más intensidad.
Ésto sí que necesita comprobación. ¡Qué delicia de mordisco!
Tú, también, saboreaste un delicioso bocado. ;))
¿Pepe?
Inuits
un abrazo pepe, que nos quedan los recuerdos, lo vivido, esos años tan intensos que nos dejaron marcas profundas, y que salen a relucir tan solo con una carta, o un amigo, o un telefonema desde ese ayer tan nuestro, y tan de todos.
Me has hecho llorar nuevamente.
Mucho de común en nuestras vidas, a lo peor es solo el tiempo. Un abrazo fuerte.
Buenos días Pepe... vengo a contestarte a lo que me preguntabas: me reí porque así es uno de mis blogs se llama me llamo lola, y el animalillo con aquella manta y el nombre bordado era tan esperpentico como mi personaje.En cuanto a los 3 hombres no sé quién serían, son esos personajes tan estraños y que frecuentemente encuentras en madrid.
un besote
! Ay Pepe ! Cuantos recuerdos me ha traido el relato de tus 20 años.
Cuantas escapadas furtivas a Perpignan a comprar libros prohibidos y a ver cine prohibido en España.
Precisamente en Francia vi yo Emmanuel en los 80
Y ese 600, el mio era blanco y se llamaba Lucas, me lo regaló mi ex, de segunda mano y lo preparó con todo lujo de detalles en un taller en el que el preparaba sus coches de carreras... QUE TIEMPOS ... parece que ha pasado un siglo.
Y ese final descubriendonos a Saleta... Me encanta cuanto escribes Pepe, al final las historias con fondos reales son las mejores, porque se sienten vivas.
Y esa escapada vuestra a Lisboa me recuerda a más de una de las nuestras... ¿ a que no tomamos un café en Marbella ?... y allá que poniamos kilometros por medio...
Y si hablamos de lugares más cercanos la locura era cada dos por tres... el 600 y los mini eran de goma, nunca entenderé como podiamos viajar tanta gente en ellos.
Creo que hemos vivido nuestros años más jovenes de una manera muy parecida. Por algo teniamos que sintonizar a la fuerza en este mundo virtual.
Mil gracias por tu compañia estos días de tantas maneras diferentes...
Un fuerte abrazo Pepe
¡ Que bonito¡ Yo sólo tenía 13 años...pero poco después tambien viajabamos "9" en un seiscientos, con el piso del asiento del copiloto roto...se veía la carretera ...jejeje...
Besos Pepe...así que tiene Vd. ...uff..más de 50 jejejjee
Antes de leer este recuerdo tan magníficamente novelado a pesar de ser seguramente todo cierto, antes digo, leí la carta que Chumpéter te escribió y me pregunté con cierta pena si me habría perdido muchos capítulos de esta historia de amor entre Saleta y Chumpéter. Y entonces, comencé a leer esta entrada (que tenía pendiente) y me pareció que no podía tratar sobre esos enamorados, que yo no podía formar parte de su historia de su tiempo, y entonces me encontré con el Miño y con la Revolución de los Claveles que tan lejos me quedó siempre y sin embargo tan cerca, y con la plaza del Rocío y con ese viaje de los veinte tan bien contado desde la sangre. Y entonces conocí a Saleta por primera vez. Me gusta haberla conocido.
Y me gusta que sea experta en hierbas y que llevara un tatuaje en la parte alta del muslo.
Disfruto de lo que cuentas y de la manera en que lo cuentas. Directo y siempre sorprendiendo.
Un verdadero placer
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