28 de enero de 2012

El tiempo pasaba y con él, la vida. Continuábamos viviendo en la buhardilla-palacio de la calle Maldonadas, donde (como dije ya) éramos muy felices.  Por aquel entonces, había entre nuestras amistades un matrimonio jubilado que tenía muy poca pensión. Con ellos vivían unos cuñados gracias a los cuales iban saliendo adelante. Pero un día, los cuñados tomaron la decisión de irse, dejándolos en muy mala situación económica. Al mismo tiempo, el casero se lo pone a la  venta con derecho preferente. Entonces nos dijeron que fuésemos para junto de ellos (que estaban de alquiler), y que nos dejaban el piso para que lo comprásemos nosotros si les respetábamos una habitación para ellos mientras vivieran.

Y en esto que el marido se muere; así que  aceleramos los papeles y cerramos la operación ante un notario. Antes, los caseros cuando querían vender los pisos tenían que hacerlo en relación al importe del alquiler. Por eso nos salió muy arreglado de precio. Lo fuimos pagando en mensualidades y lo desempeñamos en poco tiempo. Era monísimo, en lo más céntrico de Madrid, entre la plaza Mayor y la plaza de la Cebada, todo exterior, con balcones a dos calles. Claro, que tuve que hacerle una reforma que me costó casi como el piso. Le cambié todo el suelo e hice un cuarto de baño, que antes no era frecuente tener esos detalles, y las visitas les gustó mucho como quedó.

La buhardilla me la pidió un amigo dibujante que la quería como estudio (el tamaño era ideal) para pintar. El casero aceptó el cambio de alquiler. Se trataba de una bellísima persona que me apreciaba mucho. Creo que le subió algo la renta.

Como decía, por aquel entonces ya andábamos bien de ingresos. Lo que ahorrábamos lo iba invirtiendo en bonos Bankinter al 12,75%; o sea que iba creciendo solo, porque no lo tocábamos. Había gente que nos tenía envidia, pero eso no se puede evitar. Ya de soltero me pasaba, siempre vestía muy bien. Era delgado, la gente me confundía con un estudiante. En una ocasión me acompañó una chica; era artista, trabajaba en el coro. Le entró la locura de casarse. Estaba empeñada en dejar el teatro. Al final conseguí convencerla. Le propuse una buena amistad, y que con el tiempo ya veríamos. Luego, se fue enfriando la cosa. 

Esperé a los treinta años para casarme. Entonces ya sabía muy bien lo que hacía. La boda fue en la iglesia de la Concepción, en la calle Goya. Estrella estaba sirviendo en casa de unos señores, en la calle Velázquez; pero estaba harta de unas jornadas tan largas. Yo también estaba harto de estar de patrona, rodando desde los dieciséis años. Las circunstancias de Estrella eran muy similares. Los dos estábamos solos, no teníamos a nadie que nos ayudase y decidimos casarnos. Así que mandamos pedir los papeles.

Asistieron nuestras amistades. A mí fueron a verme mis jefes. La misa (antes era impensable casarse de otro modo) duró más de una hora. La gente estaba cansada, porque el cura no hizo más que darnos consejos: que estuviéramos juntos y unidos hasta que la muerte nos separase, etc. Le aceptamos la recomendación y así estuvimos: juntos siempre hasta que la muerte nos separó. El citado cura se llamaba don Jesús Torres Losada. Recuerdo que le dijo varias veces a Estrella: «A ver esta estrella cómo reluce» 

Cuando salimos, todos nos decían: «Ya podéis ir bien casados. Qué barbaridad, creímos que esto no se terminaba nunca»  Y así fue de largo nuestro enlace: sesenta años juntos.  Pero llegó el día que ella se cansó de estar conmigo. La muerte vino a buscarla y me dejó solo.

Pepe padre
(continuará)
  

8 comentarios:

FLACA dijo...

Me sigue pareciendo fascinante esta historia. Un abrazo.

inespoe@gmail.com dijo...

Son las historias de amor mas bonitas. saludos.

Pilar Álamo dijo...

Siempre que hay una historia de amor un sentimiento salta por dentro...

carmen jiménez dijo...

Así sentí yo la llamada del amor en una iglesia también pero sin misa. Y juré que sería para siempre, hasta que la muerte...Y de alguna manera, siempre será así.
Me conmovió la historia.
Un abrazo para ti y tu padre.

Montse dijo...

¡Cómo se parecen estas vivencias
a las de mis padres de solteros!

El de patrona trabajando en Construcciones y sin prisa por casarse. Ella sirviendo
en casa de un médico y deseando
convivir con su José.

mangeles dijo...

¡¡¡¡Qué foto¡¡¡¡ que guapos...es..es...y ese ramo de flores jejej...es preciosa¡¡¡ Qué elegantes eran nuestros mayores¡¡¡


Mi abuelo no dejó a mi madre casarse con el vestido negro...y tuvo que alquilar un vestido blanco ...nunca me supieron contar esa historia....pero sí que el vestido de boda era negro...y de repente.. "los modernillos dijeron que blancos"...Señor D. José ¿sabe algo al respecto?

Gracias y muchos besos.

Besito Pepe

Anónimo dijo...

Poco a poco fueron construyendo una vida llena de esfuerzos y recompensas, pero sobre todo, de amor, que aunque como en todas las parejas, habría sus más y sus menos, todo lo lograban salvar, y no sé, desconozco lo que tiene que ser, vivir tantos años con alguien que además, es tu amor, tampoco puedo imaginarlo, sólo sé que mis padres también vivieron 57 años juntos, hasta que mi padre se fue, ellos se casaron más jóvenes, y fue toda una vida juntos. Mi madre perdió la cabeza cuando él murió, nunca volvió a ser mi madre.
Esa última frase que ha escrito, me ha hecho dar un respingo.
Muy guapos, sí.

Abrazo

Maria Coca dijo...

Impresionante... tanta memoria. Tanta vida y tantos recuerdos.

Quiero más!!!!!


Un beso para cada Pepe.