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Esta semana me armé de valor y estuve viendo las fotos que Saleta guardaba en cajas de zapatos. Buscaba la imagen de aquel día que la reconocí entre una nube de humo con una copa de Havana delante. Nos la hizo debajo de un farol un tipo de esos que aún tenía una cámara antigua con trípode. Habían pasado algunos años desde aquella vez que Yailene me dijo que no acudiría más al andén del metro de Sevilla. Fue una despedida por teléfono, como si nos fuéramos a ver al día siguiente; aunque yo sabía que sólo un milagro nos volvería a poner en caminos comunes. Por eso nos hicimos la foto: para saber que no era un sueño...
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Estaba apoyada en el mármol veteado de un mostrador en Malasaña, donde entré buscando cambio de un billete para el autobús. Me acerqué a saludarla sin todavía dar crédito; por primera vez la veía sin las gafas oscuras que ocultaban sus ojos de ardilla. Lo que leyó en los míos la impulsó a decir rápidamente:
–No te pongas triste. Dicen que ahora bebe la juventud. A veces me da risa.
A su edad, sólo frecuentaba locales de jazz; porque –decía– que si no, era como si te presentaran ciudades que nunca has pisado; como si te encontrases de pronto en polígonos de fábricas suburbanas sin paradas de autobús que te pudieran sacar de allí; asustada y sola bajo la marquesina, a punto de que te pasara de todo… en la cabeza de los demás, resonando aún los golpes de las porras.
–No te pongas triste. Dicen que ahora bebe la juventud. A veces me da risa.
A su edad, sólo frecuentaba locales de jazz; porque –decía– que si no, era como si te presentaran ciudades que nunca has pisado; como si te encontrases de pronto en polígonos de fábricas suburbanas sin paradas de autobús que te pudieran sacar de allí; asustada y sola bajo la marquesina, a punto de que te pasara de todo… en la cabeza de los demás, resonando aún los golpes de las porras.
Intenté convencerla (sin estarlo yo) que dejase esa lucha farragosa que mantenía con el pasado. Pero por lo que me dijo cuando nos despedimos, supe que había sido del todo inútil:
–Quizá un día me encierre en un local de éstos y mire el mundo por el agujero sucio de unos ojos de buitre con el móvil pegado al oído. No quieras engañarme con eso de recuperar los años perdidos. Aquello que no ha de llegar, ni se huele ni se ventea. Más allá de mis narices no sé que puede haber.
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Codorníu.
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15 comentarios:
Bien por ella.
No transigió.
Otros vendieron su alma.
A cambio les dieron un puesto fijo, una hipoteca, una posible pensión y una mirada cobarde.
Saludos.
El pasado no se puede olvidar.Hay muchas cosas que se encargan de mantenerlo presente de vez en cuando y no siempre nos sienta bien, pero otras nos hace reflexionar...
Tus palabras me llevan siempre a una interesante reflexión...gracias amigo, tus palabras y tu música llenan un espacio y un tiempo.
Como siempre, una maravilla el relato y el personaje. También la música.
Se respira aquí un aire de nostalgia. Creo que es eso lo que siempre sale cuando se abre una caja de zapatos conteniendo fotos.
Tengo allá, para compratir con los amigos, música del Tata.
(mas allá de mis narices no sé que puede haber)
Me quedo con esta frase final, por melancólica, por cierta, por reveladora, por punzante y me quedo con el valor que hay que tener para abrir una caja que contiene un pasado.
Hay que ser muy valiente para ambas cosas.
Saleta lo era.
Besos, Pepe!
Toro, Morisot, Flaca, Pato...
Hay vidas tan planas y lineales, tan sencillas y predecibles, que se enmarcan en un lugar, encuentran un trabajo o conocen su primer amor, y con él siguen, inseparables, hasta sus últimos días. La verdadera existencia de muchos seres que nos rodean es todo lo contrario. Tal vez no lo sepamos, porque la oscuridad de cada uno sólo se refleja en la pared de un vaso al anochecer, o se narra en servilletas de papel hechas bolitas al pie de los mostradores. Pero, en ocasiones, basta escuchar las charlas que se dan entre platos con el pretexto de un simple batir de tortillas por los patios de luces a la hora de la cena, para ver que encuentros y desencuentros tejen un tapiz transversal formado por latidos de diferentes corazones. Ese fue el caso de Saleta.
Gracias por vuestro comentario.
Un abrazo.
Codorníu
Estoy un poco liada amigo, entre el metro Sevilla y Malasaña y el Jazz y los euros para el autobús...
En fin...que yo las fotos las guardo en cajas de galletas. Muy pocas veces las miro. No tengo la más mínima morriña, ni melancolía, ni añoranza....¿lo mismo soy mutante, como me llama Toro?...
Bueno, en realidad es que he hecho un gran, enorme esfuerzo, siempre, a lo largo de mi vida, por dejar el pasado atrás, sobre todo el doloroso...y a base de intentarlo...uno va...y lo consigue...jejeje...
Besotes Pepe...y estoy con Pilar - Morisot...este rinconcinto del ciberespacio es muy, muy agradable.
Veo la foto entre tus dedos y se vuelve escena cuando leo. Huele a zapatos guardados hace tiempo, claro, al mejor par y qué pasa si lo que se tiene ante las narices es un recuerdo?
Besos pepe, me encanta.
Siempre que leo el nombre de saleta me induce a soñar, a pensar... no sé, todas tus letras son formidables, pero las de saleta huelen a verso aunque escribas prosa. En esta ocasión la belleza de esa foto ilumina tu relato y le añade luz, es preciosa.
Besos Pepe de mi alma (ya me quedan sólo quince días de tortura amigo, qué voy que me arrastro, de verdad.)
Buenos días... y amí que me gusta a pagar la luz de la cocina, asomarme a la ventana del patio y mientras fumo un habanos escuchar los murmullos de las casas vecinas. Hay días que me deprimen, mucho, pero ahí sigo con mi costumbre de escuchar el latido.
Un beso, cuore.
Ayyyyyyy, qué sería de nuestros recuerdos si no encontrásemos esas fotos que atestiguan la realidad notalgica del pasado..
Recordar es volver a vivir y si se trata de un amor perdido, tiene doble valor ¿no?
Un beso, Codorníu
Estoy de acuerdo contigo, hay de todo en esta viña. Y en todas las vidas, en las complicadas y en las lisas y sencillas, siempre hay alguna chispita que las redime y las hace grandiosas, al menos en algún momento.
Eso sí, no puedo creerme que no haya nada más más allá de mis narices.
Un abrazo.
Estoy todavía en Malasaña y desde luego que los años perdidos no se pueden recuperar. Lo que sí se puede es recuperar los años venideros. Lo que sí se puede o así lo quiero pensar, es no perder lo que está justo delante de nuestras narices. A veces está tan cerca que no podemos verlo. A veces está más allá, entre plato y plato.
Muy acertado tu comentario, aunque no siempre es lo que parece, y nada es tan lineal ni tan plano ni tan sencillo. Algunos escriben en serivilletas de papel, otros en un teclado.
Un gran abrazo Pepe.
Su manera de vivir es también su forma de morir. Ella decide y es feliz siendo como es. Me gustan las personas honestas con ellas mismas.
Toda una gran pérdida, la de Vicente Ferrer... Bonito homenaje, Pepe.
Besoss
A pesar de las elecciones, las enfermedades, los dolores y las muertes estoy contento de volver a leerte, un abrazo.
Estos relatos con la figura de Saleta pululando por ahí, me entusiasman, me trasladan... me llevan y me traen a su vera y a la tuya.
Y a pesar de que esa frase final me ha gustado, creo poder asegurar que sabes muy bien, lo que puede haber más allá de tus narices.
Me encanta pasearme por estas letras Pepe... y esa música... y als fotos... y ese aire nostálgico que tanto me gusta, como el otoño...
Un abrazo
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