10 de mayo de 2008

Este rodar de ciudad es un rodar diferente, impuesto; como si te llegase de fuera y se te metiese dentro del cuerpo sin control. Es un rodar que bloquea los sentidos, congela el alma, y la deja a merced de la desesperanza y de los fuertes huracanes de otra clase de soledad. Hasta los meses, en este monstruo crispado, giran al ritmo de las ruedas… Y así pasa, que aquí, la verdad verdadera (esa que no existe) camina tan perdida que no encuentra la claridad que da el tiempo para soltar los recuerdos huecos por la borda. Si acaso, alguna tarde me deja acariciar el cartoné del último libro que me pasó Saleta al despedirnos, aquel “Jacob von Gunten”, de Robert Walser, que ronda en mi memoria tan cuidadosamente dedicado.
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Y es que aquí te cruzas con la vida tan deprisa que, muchas veces, ni la reconoces. Por eso cuando reconstruyo el Atlántico en mi mente, cada día la veo -me refiero a la vida- dos o tres veces mínimo. Codorníu y Chumpéter me decían que hablo de ella como si fuese una persona más. Algo propio de poetas o de locos, y no es eso. Como las nubes, al ras del mar, ellos tienen la suerte de subir y bajar de sí mismos con soltura, hacer cosas que les gustan, conseguir no pensar... En cambio, tras los barrotes de este avispero de centros comerciales se piensa mucho: demasiado.

Y se siente. Se duele uno de como le roban lo poco que le queda, haciéndole galopar detrás de una quimera que ni siquiera es un hermoso espejismo o una mentira bien montada. Sólo cutres promesas.

15 comentarios:

mera dijo...

Y yo creyendo que la vorágine me aturde y que solo puedo pensar subido a un tejado. Un abrazo, Pepe.

la cocina de frabisa dijo...

Es curioso, también a mí me pesa la velocidad del mundo.

Desde hace unos meses he ido escogiendo con cuidado y sumo egoísmo mis salidas en mi tiempo de ocio.

A veces he salido al mundanal ruido, he hablado, escuchado y he regresado a mi casa con sensación de vacío, de pérdida de tiempo.

Sin embargo, hoy que había quedado, decidí a mediodía buscar mi mejor (o no) disculpa y me he regalado una tarde de lectura, de películas, de más lectura, de música, todo ello con los estores subidos, sintiendo y viendo llover, sentada en mi sillón lector y me ha sabido a elixir de los dioses.

Creo que me estoy haciendo mayor, cada vez me rechinan más las banalidades y las charlas insustanciales.

un beso

FLACA dijo...

Ahora no puedo leerte. Sólo vine a decirte, respecto a lo que pusiste allá de La llamarada: y no sabés lo que te tengo guardado para el 14. Un beso.

Anónimo dijo...

Por eso puse 40 km entre la locura y mi vida.
Ahora cuando me levanto y voy a la cocina a preparme un café, lo primero que veo es amanecer con el mar de fondo, y siempre pienso...¡qué afortunada soy¡ nunca hice mejor elección.
Viva la locura si viene de tu ser.
Mil besos Pepe... por lo menos.

FLACA dijo...

Vivo en una ciudad satélite, a 22 km. de la capital, que al lado de otras ciudades del mundo parece una aldea.En Montevideo,por ejemplo, caminás dos cuadras o vas al cine o al teatro o a un concierto y te encontrás con 20 conocidos más o menos. Hasta los famosos toman café en la mesa de al lado a la tuya y nadie los jode.
Pero cuando he estado en una gran ciudad, me he aturdido, me he mareado y he deseado que todo ese movimiento vertiginoso no pasara por mis costados. Trabajo en el casi campo y me gusta, cuando recorro el camino para ir, ver la helada sobre el pasto, ver las vides, los frutales, ver pastar las vacas y poder perder mi vista en el horizonte.Eso ya me mejora el día. Yo creo que lo de Pepe y Codorníu es el mar.

Sibyla dijo...

Es cierto, la ciudad nos aturde y engulle, aún sin desearlo. Los días pasan a una velocidad de vértigo, que nos impiden a veces reparar en un poema...

Pienso que ya es un buen comienzo,
advertir que se nos escapa el tiempo como arena fina entre los dedos, y estar dispuesos a perseguir alguna quimera que no sea un epejismo, ni una promesa falaz.

Besos:)

ana dijo...

Querido Pepe,

empiezo este comentario como se empiezan las cartas antiguas,
imagina que esta metido este papel doblado en cuatro, en un sobre blanco con sello y marca de correos.
(Ya no recibimos cartas, nostalgia que va desapareciendo de las manos.)

Si, imagino que la ciudad tiene que ser terriblemente cargante a veces, y que eches de menos tu mar y tus playas, a mi me pasaría, estoy segura -tan adentro llevo el mar, que a veces creo que no tengo sangre, sino agua salada corriendo por mis venas.
Por eso mismo, huye, vete a ver a tu amigo de vez en cuando y saluda al resto.
Escuchar el mar...tumbado en una playa desierta, es uno de los placeres mejores de la vida.

Te mando un beso de despedida, me voy una temporada, sin moverme de mi casa.
Quiero descansar de todo este remolino de emociones virtuales que me ha dejado sin fuerzas para cosas que debo tenerlas y me ha suumido en un estado extraño e ilógico de dependencia emocional.

Ahora, y no quiero darte envidia, me voy a los acantilados verdes que llegan hasta una playa. Allí me tumbaré y escucharé el mar, pensaré en tus barrotes de cárcel urbana y te enviaré mentalmente un poco de energía costera para equilibrar tu avispero comercial.

Si necesitas cualquier cosa, ya sabes mi dirección.

Un beso fuerte,
ana

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Ultimamente tienes el don de dar en la diana de mi cabeza y expresar lo que siento y que no sé contaros.
hay días en que me despierto y siento que me están timando o robando... lo poco que tengo.
Buen domingo

Anónimo dijo...

Es muy duro añorar el mar. Yo no sé si podría vivir sin tenerlo a mis pies, a veces lento, a veces furioso, a veces caricia. Creo que se apoderaría de mí la nostalgia, y me agobiaría el ritmo que no es de olas.
Me gusta mucho cómo escribes, ya te lo he dicho, pero no puedo evitar repetírtelo...
Besos

ana dijo...

Gracias Pepe,hasta pronto,
un beso,
ana

Fernanda Irene dijo...

Conozco gente feliz en el avispero, no les afecta el entorno. La felicidad se lleva dentro y deduzco que debe ser una propiedad más de la materia, directamente proporcional a la maleabilidad de la persona. Ser poco almoldable es una desgracia como otra cualquiera. ¡Qué le vamos a hacer!

Un abrazo

Margot dijo...

No son los sitios, más bien los seres que los habitan, y este que tú describes es eso, un montón de avispas revoloteando en torno a la idiotez supina y la prisa, el simulacro de la vida en formato de visa.

Y cuando caes en ello es cuando uno prefiere estar loco y ser poeta (ser loco y estar poeta? también; casi mejor)

Curiosidad, otra: ayer tuve un libro de Walser en la mano.

Beso!

mera dijo...

Pepe,
Releyendo tus otros blogs, me acordé de que en el tiemblo tuve un amigo profesor de instituto, Manolo Docampo. ¿Le has conocido?
Lo digo porque era bastante notorio.

PIZARR dijo...

Pepe... es que de pronto no vives en ese mar que tan bien describes siempre ??

Me he perdido viendote corretear por una ciudad con un ritmo enloquecedor...

Espero que sean cosas de las letras.

Y pienso como dices que en esas ciudades esa verdad que no existe, que nunca existe, existe aún menos.

Y ya sabes, si efectivamente tu vida transcurre ahora en una de esas ciudades pues a reconstruir mentalmente ese Atlántico en tu mente, para poder seguir viendo a la vida.

Y si tan solo se trataba de un relato, pues a seguir disfrutando de esa vida mirando al mar.

Un beso

Patricia Angulo dijo...

Yo vivo en la ciudad de la furia (así dice una canción de Soda) y muchas veces me alimento de ese veneno, otras lo canjeo por sonrisas o pétalos de jacarandá.

Todas las ciudades están tapizadas de mentiras y verdades, hasta que les quitás todas esas capas de piel y les ves el alma, Buenos Aires es de esas.

Precioso tu escrito.

Besos