13 de enero de 2014


Tras encerarla con parafina, la mecedora se detiene varias veces sin que la madera deje ya ningún quejido. Cada descanso en ella se convierte entonces en un breve paréntesis que deja en mis atardeceres el sueño de todo eso que no somos. 


Mi pensamiento se posa en el respaldo como ave recién llegada, sacude sus alas y parte hacia una ramita próxima. Las gotas más finas persiguen los haces de sol que no tardan en hallar los charcos plateados. Desde un canalón lejano, un goterón solitario se descuelga hasta mi frente arrastrando con sus ruedines un irreal currículum de yoes.

Codorníu.

3 comentarios:

Maria Coca dijo...

¡Qué bueno! Cuánto trasfondo en un breve texto. El agua es un elemento esencial y todos formamos parte de ella.

Un abrazo grande, Pepe. Siempre es un placer pasar por tu casa.

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Pepe, no es por dorarte la pildora, pero tienes una sensibilidad, chiquillo, poesía hecha prosa... me he imaginado sentada en la mecedora y volando, volando...

mangeles dijo...

Me encanta (por inesperado) y me asusta (como urbanita alejada de la madre naturaleza) los crujidos irreverentes, inesperados, rotundos, de la madera. Hasta que no compré una estantería grande de madera no supe lo que era eso jejeje...Tal vez la deba dar parafina...pero...ya me he acostumbrado a que me asuste su crujido en la noche. Lo echaría de menos. Preciosa fuente...Besos amigo Pepe.