17 de junio de 2012


Dentro de quince días mi vida cambiará. Por fortuna, no será un giro brusco, las vacaciones de verano harán que los cambios cotidianos se aplacen. Tal vez, si me hago el tonto, hasta puede que me crea el engaño. ¿No es eso lo que nos interesa muchas veces? Tan sólo el mudo inquilino del inconsciente sabrá lo que sucede... Esperemos que deje sus rebotes en el cuerpo para más adelante. La otra parte, la que suele jugar a hacerse la sueca, no reconocerá nada nuevo hasta septiembre. Entonces, cuando llegue ese momento, os contaré cómo se vendimia de jubilado. Por ahora, acepto el autoengaño. Es lo mejor, y lo más práctico.


Ya ha llovido desde aquel día que empecé a trabajar en un banco a la edad de dieciséis años. No cuantificar con exactitud ese periodo es una forma de difuminar un trabajo que me asqueaba. Sólo la juventud dorada y la etapa histórica que me tocó vivir, hace que ahora recuerde esa década de mi vida con el cariño que no se merece la empresa que me explotó miserablemente. 

Mi pasión por las matemáticas me llevó a comenzar una ingeniería, cosa de la que no me arrepiento, aunque sólo pude llegar hasta segundo curso. Allí se cortó mi camino, ya que en adelante no había clase por la tarde, y era impensable que yo pudiera dejar de trabajar dadas las rentas familiares. Ese camino cerrado fue un revés que me impactó.

Con un verano por medio (el verano del 71) me recompuse y pasé a Económicas, donde me convalidaron varias asignaturas. Ahí hice hasta cuarto de Historia Económica. Aprendí mucho. Viví mucho. Tengo gran cantidad de recuerdos, porque era una facultad muy vital, política y socialmente hablando. Bastante distinta al mundo de las escuelas de ingenieros.


¿Por qué no terminé la carrera a falta de un curso? Eso se debe estar preguntando aún mi madre, que en paz descanse.

Mi vida era un tiovivo que seguía dando muchas vueltas a causa de una pulsión que me torturaba; que me exigía desde lo interno, en grandes titulares, salir del banco cuanto antes. Digamos que el terreno estaba abonado para que algo cruzase el cielo y sembrara un cambio de rumbo radical.

En medio de aquellos momentos desnortados, pero sumamente fértiles, aprendí por experiencia que ni mucho menos es imprescindible mirar hacia Perseo para ver las Perseidas. Las estrellas fugaces pueden aparecer, de forma inesperada, por cualquier rincón de la bóveda particular de cada uno. Únicamente hace falta que sea de noche por dentro. En mi caso, me dejaron un polvillo de plata en los labios; un nombre, una contraseña maestra con la que abrir todas las puertas: Saleta.

Codorníu.


5 comentarios:

mangeles dijo...

Buenos días Pepe. FElices vacaciones. Dile a tú otro yo, que no sea aguafiestas y se espere a septiembre, que toca hacer cosas diferentes.

Disfrútalas mucho, y sigue contándonos cosas.

Sabes, me gusta mucho el nombre de Saleta.

Besos y feliz domingo

mjromero dijo...

Me encanta cuando leo algo sobre SAleta.
A partir de ahora la vida será más tranquila y más para ti, se acaba una lucha, laboral, y sigue la de siempre, el vivir.
Un abrazo grande desde el Cantábrico.

carmen jiménez dijo...

A veces siento que nunca he llegado a conocer verdaderamente a Saleta. Pero ese polvillo de plata en tus labios hacía saber que era esa llave maestra. Sea como sea, me queda el regusto de saberte feliz con tu pasado, y tu futuro no podrá ser menos. Estoy deseando saber de esa vendimia que seguro dará buenos vinos.
Un abrazo y ¡feliz verano! Y otro abrazo a tu padre.

FLACA dijo...

mmmmm...¡Saleta!..ella siempre aparece en el momento justo. Creo que eso es algo bueno.
Este momento es especial, estas vacaciones que comienzan también, sé que todo esto no es pavada; sé de qué se trata y cómo se siente. Me deja tranquila qe Saleta ande flotando, como siempre, por aquí.Festejo que esté aquí, justo ahora. Un abrazo. Y, cerrando los ojos y haciéndonos los tontos,MUY FELICES VACACIONES. Otro abrazo.

Anónimo dijo...

joer qué cosas más bonitas escribes mago.

Besos