12 de noviembre de 2010

Una dulce nostalgia había venido con él hasta la orilla... a despedirle... como si  allí se terminase la película común que habían rodado juntos durante más de medio siglo. No hay duda que algunas personas nacen de serie con esa pareja, y  nunca les oirá nadie quejarse de sentir un vacío aquí, por dentro del cuerpo. Aunque, cuando llega el momento, estas separaciones son, precisamente, las más dolorosas sin duda.

Xéxpir miró el reloj y se levantó las solapas de la chaqueta. Serían poco menos de las seis cuando tomó la decisión de avanzar con la mirada puesta en el horizonte. La dura arena del fondo daba estabilidad a sus pisadas; aunque no creo que fuese consciente de tantos detalles en aquellos momentos. Como mucho, lo más probable es que sintiera la frialdad del agua, tras el golpe que recibía al chocar cada ola contra sus muslos. Después, ni siquiera se daría cuenta del espectáculo en torno suyo; esa danza alrededor y por medio de sus piernas. Desde la orilla, con ayuda de la cámara, sí se captaba todo. Incluso como, a cada paso, le seguía una parada despeinando las aguas en remolinos cadenciosos: siempre la penúltima. Y esto ya es un adivinar; pero intuyo que, con  el compás de la marea, escucharía un tañido acoplado a su pulso; una señal que aún le anclase a la vida. A sus labios salinos, subía (eso no lo supongo, porque se lo oí contar en más de una ocasión) un hálito que, sin querer, musitaba una súplica. Eran unos versos del portugués Pessoa, que había cogido la costumbre de decir a diario, en voz baja, antes de salir por la puerta:

                                   Cuando uno está a la escucha,
                                   el desierto urbano se cubre de signos:
                                   las piedras dicen algo,
                                   el viento dice,
                                   la ventana iluminada,
                                   el árbol solo de la esquina dice,
                                   todo está diciendo algo,
                                   no esto que digo sino otra cosa,
                                   siempre otra cosa,
                                   la misma cosa que nunca se dice.

Cuando Xéxpir recuerda ese momento crucial de su vida siempre me habla de que tenía la sensación de estar rezando sin ser creyente. Y que esa cosa a la que se refiere el poema llegó a su manera, inesperadamente, en forma de grito, cuando alguien rompió el silencio a su espalda. Era yo, y ésa fue la vez que escogió el destino para presentarnos. Al volverse hacia mí, cuenta que encontró en mis ojos un brillo alquilado... como de haber sido feliz tan sólo en las fugacidades. Y en el fondo de la mirada, emergiendo -como a través de un periscopio- la imagen cuarteada de un corazón aplastado, el mío, yo también con el agua hasta la rodilla y la cámara colgando en el pecho, frente a frente, envueltos ambos en un silencio estoico y circular, que sólo se rompería cuando algo desatascó el cuello del reloj de arena de nuestras vidas y él accedió a desandar las olas de mi mano.

Los papeles de Saleta.
Codorníu.
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5 comentarios:

made dijo...

Me alegro de entrar a tu ventana y ver que escribes .
Me ha gustado mucho el texto y la semejanza con la imagen.
El poema de pesssoa ¿Qué decir?
Tu musa ha regresado.
Un saludo y "caminando" despacito ...

FLACA dijo...

Estoy empezando a creer qaue no sólo a mí me ocurre que no se me publican aquí los comentarios.
No podés imaginar la sorpresa que me llevé cuando empecé a leer y vi que había vuelto la magia de la literatura.
Ya sabés que estaba esperando a Xéxpir, pero esto superó totalmente a mis expectativas. Me encantó esta historia sin principio ni final, ese empezar a leer sin saber a dónde voy y darme cuenta poco a poco de qué se trata, me encantó esa melancolía que lo tiñe todo, volver a los viejos escenarios y me mató la sorpresa final: el narrador transmutado en Saleta. Cuántos miles de historia hay en esa historia y cuántos puntos de vista para verla y contarla.

Creo cierto, amigo mío, que el reposo esperanzado se está tornando fermental. Me alegra muchísimo encontrarte así.

No te dije lo principal: soy fan de tu literatura; sigo tus historias y a tus personajes.
Me gustó encontrar a Saleta.

Un abrazo.

Maria Coca dijo...

Qué maravilla de relato... Repleto de nostalgia, olas y sueños. Me has recordado a Alfonsina Storni...

Un abrazo, Pepe. Qué bonito.

Marple dijo...

Hola Codorníu:
la Flaca me ha recomendado muchas veces tu blog y tiene razón ,está muy bueno y recién empiezo a leerlo(todo).
Las fotos que has puesto acá a la izquierda:) son maravillosas,una garantía de que me haré tu fiel lectora y tendrás que aguantar mis largos y frecuentes comentarios.

Esto es sólo el comienzo....:)

abrazos

FLACA dijo...

Marple:
Vos y Pepe sé que van a convertirse en muy buenos amigos. Sabía que te gustaría venir a este lugar y conocer a Codorníu. Las fotoas del costado son un primer gancho fuerte, porque nos identifican. También la música que te gustará escuchar y conocer (el aparatito está bien abajo de la página). Y te recomiendo ir bien atrás y leer las historias desde el principio. Después me contás.

PEPE:
A ver si das alguna señal de vida.Porfi.