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De vuelta a casa, de paso por esa callejuela del puerto que más de una vez tuve el honor de recorrer a gatas de madrugada, vuelvo de ser amante de los mostradores y sus servilletas. En mis sueños soy inescrutablemente libre. Cada vez que me pierdo, busco esa taberna en mi ambiente, a medio camino entre la lonja, los nuevos ultramarinos de los "chinos" y la vejez.
De vuelta a casa, de paso por esa callejuela del puerto que más de una vez tuve el honor de recorrer a gatas de madrugada, vuelvo de ser amante de los mostradores y sus servilletas. En mis sueños soy inescrutablemente libre. Cada vez que me pierdo, busco esa taberna en mi ambiente, a medio camino entre la lonja, los nuevos ultramarinos de los "chinos" y la vejez.
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Por el rabillo del ojo he visto refugiarse tras la esquina ese puñadito de palabras que ya no se usan. Sé que me están siguiendo. He mirado en la vitrina, en su reflejo, a mi espalda; junto a la pizarra con los precios: café, albariño, orujos del país, fotografías de los años sesenta... Al fondo, con la soledad de la barra que espera ser consumida por los codos, ellas me aguardan espectantes como un ramo de rosas rojas. De espaldas a todo. Con vosotros. Conmigo.
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