19 de abril de 2011

Con la llegada de la República no sólo tuvimos derechos los trabajadores, también se empezó a vivir bien. Aquel gobierno, nada más comenzar, colocó a mucha gente en hacer carreteras y demás obras públicas. Pagaban cinco pesetas diarias, con lo que al menos se tenía ya para comer y los gastos más esenciales. Desapareció la gente de más y ya no había esas caras de hambre por las calles ni esa ropa con las mangas y los pantalones cortos, llenos de "sietes" y descosidos.

En aquellos primeros momentos se hicieron muchas cosas buenas. Entre otras muchas, la apertura de la Casa de Campo (coto de caza de la Corona española), que influyó de manera inmediata en el disfrute de la gente. Pasaron al pueblo dos mil hectáreas de encinas y pinares, cerradas al público. Recojo este hecho por la repercusión personal que tuvo para mí. En la fiesta de inauguración, que se hizo el 1 de mayo, me crucé con Chelo, la hermana de la que luego sería mi mujer. Estrella iba con una amiga algo más atrás. «Estrella, mira: te presento a Pepe» Ella no me hizo mucho caso y siguió. Esa fue la primera vez que nos vimos. Aunque sería más adelante cuando nuestros caminos habrían de cruzarse definitivamente.


Como ya he contado, yo no tuve que recurrir a la obra pública, porque ya estaba colocado en  la cervecería Vinces, un trabajo en el que permanecí durante seis años. Después del juicio pude vivir durante una buena temporada con las 900 pesetas que me dieron, más algo que ya tenía ahorrado. No recuerdo bien cuánto fue -tal vez un año-, lo que pasó entre el cierre de la cervecería y la guerra.  Cuando se produjo el golpe del 18 de julio de 1936, me presenté voluntario para quedarme en Madrid. Al alistarme, nos citaron en los salones Guerrero, en la calle Bravo Murillo, pasado el mercado. Este local pertenecía a la CNT y allí se formó la brigada 39 que dependía de Sanidad.

Mi primera aproximación al frente fue en el Club de Campo, cerca de La Zarzuela. Llevábamos municiones a las avanzadillas de las trincheras y según nos acercábamos, nos iban cayendo los disparos de mortero. Recuerdo que en una de ésas, cayó a mi lado la primera baja, se llamaba José Más, lo recuerdo muy bien, íbamos hablando. «Hoy es sábado, a ver a quien le toca cobrar», le iba diciendo. Se me ha quedado grabado el fatídico momento.


Después de ese primer contacto con la muerte, a mi brigada ya no la volvieron a mandar a las trincheras durante unos días. A mí me pusieron en el botiquín, para repartir la comida y allí me quedé. Al poco tiempo, transformaron aquello en un puesto de Sanidad. Pasaban por allí enfermos y heridos, y había que darles de comer y curarlos. Muchas veces he comido con las manos manchadas de sangre de hacer las curas. No nos daba tiempo a lavarlas ni nos daba tiempo a comer. Los heridos llegaban uno tras otro. Una cosa es contarlo; y otra, pasar por ello.

En esta brigada sanitaria todos procedíamos de Madrid; aunque no éramos madrileños de nacimiento. Al mando estaba un comandante, muy buena persona; pero un pesado empeñado en hacerme teniente. Me negué una y otra vez a ponerme los galones que me ofrecía. Siempre le preguntaba que si era obligatorio; aunque eso no parecía suficiente para hacerle desistir. El comandante me respondía que no, pero que no iba a nombrar a uno que viniera del campo. Hasta que un día le comenté que no era eso lo más importante, que yo ganaba 10 pesetas y no tenía donde gastarlas. «Nombre usted a Aurelio, que tiene cinco hijos», le dije (por desgracia los mandos militares no tenían la sensibilidad social que requería el momento). Y así lo hizo.


(Continuará)


Pepe, padre (capítulo 5º)

7 comentarios:

FLACA dijo...

Estaba esperando estos episodios que muestran los aconteceres trascendentes del siglo. Don Pepe no se perdió nada. Un abrazo.

mangeles dijo...

Yo siempre he creído que la gente que sufre, no puede tener odio. Está claro. Mirar la muerte y el dolor "cara a cara" hace imposible el odio. ¿verdad, Don José?.

Un besazo.

Otro para tí Pepe, que los tengo repes. Y otro para la Flaca, que anda por ahí arriba.

made dijo...

Recordar, dar un salto en el tiempo, es un buen ejercicio de memoria ,esa memoria histórica de muchos españoles que como usted pasaron por una época de trabajo, sacrificio y hambre.
Me gusta lo que cuenta aunque sea duro.
Esperando el capítulo 6º
Un abrazo.

mera dijo...

Es muy importante lo que estais haciendo. Mucha gente recuerda la lista de los reyes godos, que nos importa un carajo como se llamasen, aunque si lo que hiceiron o no. Pero casi nadie recuerda, ni sabe nuestro pasado más reciente. "Señorita, ¿Franco existiu?" el niño de al lado, emperrado, "Que non, que Franco e un conto". Solo habían pasado diez años de su muerte. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me ha hecho recordar a mi padre cuando me contaba las historias de la guerra, a mi me parecían como una película, soy la menor de cinco hermanos y tenía menos noción y conocimiento, ahora pienso que ya deben quedar muy pocos de aquellos que la sufrieron y lo dieron todo por
ayudar en las enfermerías y otros lugares, muy pocos que puedan contar esa terrible historia de la guerra de España, una guerra despiadada entre hermanos, todas las guerras son terribles, pero las civiles, más. Como siempre en este relato de su vida, queda bien patente su generosidad, su bondad y bonhomía, le felicito por ello, ha tenido ud. que vivir muy tranquilo su larga vida.
Un abrazo para ambos.

Marisa Peña dijo...

leyéndole he recordado a mi abuela, que vivía en bravo Murillo, y pertenecía a la CNT, y estuvo como miliciana d ecultura y luego en el hospital d eguerra y llevando niños a Alicante.he recordado a mi tío, que luc´hó con Cipriano Mera y a mi abuelo, que fue de cárcel en cárcel desde Larache hasta Cuelgamuros y participo en la resistencia clandestina con la mermada y diezmada CNT.En fin, tiempos duros y silenciados.da gusto escucharlos de primera mano.
Un beso fuerte

mangeles dijo...

¡¡¡CHE D. José...¿qué pasa?¡¡¡ Vale, vale que a los 100 los pasos son de otro ritmo...pero juer...que nos tiene ¡¡en ascuas¡¡...enga ...otro post, porfi...

Besines..

Un saludito Pepe