27 de julio de 2012


Llegan las vacaciones; otra rutina más junto al mar, sin caminos ni mapas, donde los días se irán sucediendo, sólo en la medida que uno se encuentre ahí para saberlo. De guardia queda un latido muy débil, no es necesario más; quizá estar alerta para evitar caer en la tentación de volver al pasado a buscar explicaciones arqueológicas. Mucho menos a esta absurda película chinesca de sombras proyectadas, en la que uno intenta cambiar la misteriosa telaraña del destino. 


Es una oportunidad de oro. Los espejos –que fueron colocados al azar, uno frente a otro, para que reflejasen su propio vacío–  se encuentran deshabilitados, disuelta la angustia en la bruma de los atardeceres. 


Todo lo que sucede aquí, junto al mar, constituye una especie de niebla como decía Unamuno, que va vistiendo nuestras desnudas existencias. 

Codorníu.