9 de octubre de 2012


Pasado algún tiempo, cuando ya había terminado de ordenar y publicar estos folios, osé abrir la mochila que se hallaba en la taquilla de la estación de Atocha. Allí estaba, perfectamente guardada y conservada, toda la ropa que Saleta utilizó en sus fantasías: el uniforme de cartera de Correos, la minifalda de cuero, el smokin de caballero, la casaca de yóquey, las medias negras, la pajarita...

Contarlo no se ajusta ni de lejos a lo vivido. El tiempo, según iba sacándolo todo, trepaba las paredes de la habitación en la que escribo, al ritmo de aquel sigilo familiar de sus pasos de cisne.

[Intento beber sin mancharme, pero los cubitos se descolocan solos. Se estorban entre el cristal del vaso y mis labios, poniéndome perdidos los Martinelli que llevé durante tantos lunes en el andén del metro de Sevilla. En mi nostalgia sigo limpiando a diario estos zapatos, en una versión personal del mito de Sísifo. Cuando contemplo las manchas, etiqueto "mancha" y las gotas secas surgen desde fuera, como con vida propia, aunque carecen de verdadera existencia. Ni un ápice de sustancia real hay en ellas. Un auténtico disparate convencional que todo el mundo considera creíble.]

Codorníu.

2 comentarios:

mangeles dijo...

Sorpresas sobre Saleta....que emoción esa mochila llena de sueños.

Besos

Pobres Martinelli¡¡¡

FLACA dijo...

Recordaba haber leído alguna vez que una valija o mochila con papeles de Saleta se había quedado por alguna parte cuando Saleta se fue definitivamente, o habías encontrado con Chumpéter en el faro. Pensé que ésa era una cantera inagotable de historias y fantasías. ¿Será la misma?... Me encantaría ver publicadas un día las Memorias de Saleta.