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Ya me iba con Lezama Lima bajo el brazo, cuando una raíz abre el suelo y me engancha de un pie al bajarme del taburete. En un Madrid empapado, echando a las tragaperras en busca de otro lunes que me libre de este batir de tortillas interno, descolocada la gorra por el Havana, mantengo la mirada de perfil, sabiendo que todo ocurre porque sí, como se combinan las frutas de la máquina; pensando mucho en esta biografía que me persigue contraria a las agujas del reloj sin un espacio reservado para el sosiego..
En este no saber qué hacer, muevo la mano picoteando del cesto de patatas fritas, Qué se note que existo, me digo; qué soy algo más que una sombra entre el humo y el jazz que todo lo hilvana en este no-hacer donde me repito, lo sé, incorporando el pecho hacia adelante para no ser menos que la mujer que me devuelve la mirada reflejada a través del espejo, chorreando la boina gris por un inesperado bucle insustancialmente descolgado, la vista en algo detrás de mí, alineando los granitos de azúcar de un café, perímetro entre mi espacio sin énfasis y el suyo, coincidiendo y no coincidiendo, rebuscando en un bolso un mechero desaparecido mientras se seca la cara con la manga y el pasado refulge en mi memoria que mira detenidamente al vacío.
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Por simple curiosidad, tal vez, o por una huella familiar y extraña (nada es contradictorio si uno no quiere), hago por llegar al final de este guión, ya muy cerca de la madrugada.
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Una brizna de luz dulcifica el cristal sin que medie un breve comentario... es una noche sin luna llena afuera y charcos de escaso radio bajo las pirámides invertidas de los paraguas, intermitentes miradas indirectas, únicamente gotas, quizá, o raíces que habrían roto el suelo empujando la alquimia... No puedo precisar, es tarde, son las tantas cuando escribo esto. Sin duda hubo un error que se me escapa sopesando pros y negando los contras en una continua gestación sobre las servilletas que traigo en los bolsillos. Ninguna teoría científica dice nada nuevo, ni rebobina otro desvío a Santiago.
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Tampoco hubo margen para que algo pudiese zarandear las flores del ciruelo en un prado ordenado donde resuenan pentagramas perfectamente colocados durante años. Sólo recuerdo que a nuestro alrededor se percibían oídos que gozaban oyendo nuestros silencios y ojos que se deleitaban persiguiendo nuestras miradas desde que se cruzaron en aquel espejo.
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También pude ver a alguien parado frente a unas tragaperras, de espaldas, ajeno al juego que jugaba la noche…
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Codorníu.
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