Sin violentar el paso lento de las nubes, ni querer que la borrasca se quite o se ponga, se puede comparecer o desaparecer como la acción de una pieza más de un puzzle que todo el mundo entiende. Por imaginar, puede imaginar uno que sigue allí, escarbando en las rocas cuando el sol hace salir las nécoras, sin que nadie sospeche que lo que busca son servilletas de papel escritas y hechas bolas como aquellas que encontré en desconocidas tabernas de ciudad.
Para eso siempre se puede contar con un mar y un cielo juntos, aliados… los dos abiertos y amplios, haciendo de espejo uno del otro. O una brisa salada y fiel, que nunca deja de estar ahí, para ayudarnos a inventar el mundo cuando el presente niega lo que los mercados no pueden proporcionar jamás.
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- Vete a los recuerdos y rebusca igual que las gaviotas entre las redes -me aconseja Codorníu como si lo gritase desde una ventanilla camino del olvido propio.
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En su mirada, un ronco descanso palpitando. Siempre cogido del brazo de la orilla, pasea ya cansado de esculpir tiovivos con el tamborileo de la arena y los rizos sonoros del oleaje. Lo sé... podría tan sólo ser el viento del nordeste que le llena la cabeza de ruidos. Sin embargo, insiste tanto... Cuando oigo su voz confidente que me dice que quiere desaparecer entre la bruma, se me abren las arterias. El momento está tan a mano, que al lado del mar apenas se ve el agua. No sé. No sé.
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Entonces retiro la vista del teclado, levanto la copa de albariño, y gesticulo y hago el tonto... por animarle, por sacarle de esa niebla de mica que se le echa encima envolviéndolo todo. Hasta que me doy cuenta de lo que pasa en realidad, y no sé si reír, o llorar, o seguir escarbando en las rocas.
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Pepe.