30 de noviembre de 2008

Siempre hay causas y condiciones para las cosas. Por ejemplo, en esta foto de un portal de La Habana se puede percibir el abandono. Es lo primero que salta a la vista al darte de bruces con la imagen. Después, si uno se fija bien, hay muchas más maneras de acercarse. Al menos, tantas como personas que la observen.
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La palabra abandono es muy dura. Habla de todo menos de alegría. Y sin embargo, esos tipos sacan algo de no sé dónde y se saludan con ternura entre ellos; y se ríen; y los sábados, hasta bailan y hacen chistes sobre su vida...
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Se me ha venido esto a la cabeza cuando he leído el blog de una amiga. La salud de los hijos, si falta, como que es lo que más te atraviesa por dentro. Las sorpresas de esta clase ni siquiera te las encuentras: tropiezas con ellas tan bruscamente, que los ojos se te empozan como dice César Vallejo en "Los Heraldos negros".
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Sin embargo, ahí tienes a mi amiga: derecha (me refiero a digna) como una vela. Iluminando. Luchando por ver la belleza a su alrededor. Y teniendo tiempo para mostrárnosla a nosotros.
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Impresionante.
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Gracias, Pizarr.
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Codorníu.
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22 de noviembre de 2008

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Mi estación agoniza. El suelo se endurece bajo la hojarasca, porque ya no aprieta la lluvia y los días transparentes han regresado. Sin embargo, el frío de la calle todavía no se atreve a pasar del felpudo, anunciando todo un interludio entre piezas, como el periodo histórico de Adriano; algo que siempre ayuda a defenderse un poco de la ciudad de cemento en que existimos, a hacerse preguntas, a detenerse al pie de cualquier árbol, a mirar...
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Sólo mirar, dejando que las pupilas otoñales moren en una de esas oquedades para ardillas pelirrojas, atento el oído a esa canción que cantan las ramas cuando llega un golpe suave de aire para recordarlo luego -en las largas horas-, junto a las quejumbres sonoras de la corteza, que sigue desprendiéndose, resquebrajada, casi seca... y entrañablemente desnuda.

La mejor campanada es la que nos recuerda que hay que mirar. Mirar es algo así como estar en una habitación donde, de repente, se acaba de ir la luz; donde no se ve nada, donde no se distingue nada. Pero, donde, poco a poco, te vas dando cuenta de la ventana, la silla, la mesa... Y si me apuras, los papeles que tienes que recoger el lunes, los pasos que (con un sueño inmenso) te sacan por la puerta camino del trabajo...

Los ojos se acostumbran a la penumbra mejor en otoño. Es la mejor lección de esta época del año. A veces (montando la mente-escenario para el espectáculo del día) tienes la mirada, pero te falta distinguir los detalles en la oscuridad. En otras ocasiones, tienes la luz; pero estás con los ojos cerrados, durmiendo despierto. Entonces, el carril de los sueños se convierte en un guión, un croquis, algo que seguir…

...Como faros en el fondo del mar para saber que estuvimos (y estamos) en algún lugar, en algún momento...

Codorníu
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15 de noviembre de 2008

Bona nit, amics:
veig que ja hi som tots,
per fer la xerrada
i cantar cançons.
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.......................(Serrat)
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De haber ido solo al cine (como Pizarr fue a ver a Paco Ibáñez), quién sabe el tiempo permanecido en la butaca, allí, clavado, inmóvil, sin aliento... Preguntándome: ¿Cómo pudimos olvidar tan pronto, meter la cabeza bajo las sábanas y subirnos a los carritos de los híper a conquistar los fines de semana?
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Antes de la metamorfosis de la especie, Ulises -por citar a alguien- no iba oteando el fondo de las patatas fritas de bolsa (por todo horizonte) ante la nada ofertada por un cuadrado de plasma; ni almacenaba un montón de latas de cerveza vacías a los pies del tresillo. No. Ulises tenía una Ítaca, era un navegante, y nunca habría aceptado el olvido.
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...Después de ver la peli, una cosa que se llama tiempo tenía un color de remolacha en la mirada. Busqué las servilletas antiguas, medio a oscuras, y me las fui a leer a los sitios más insospechados.
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Todo muy sucio; y a la vez, hermoso.
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Codorníu
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(Ah, se me olvidaba: estuve viendo "La buena nueva", de Helena Taberna. A la salida, quise agarrarme al mundo; pero no llevaba Rayuela bajo el brazo, y apenas brillaba un poco de luz. Al salir a la calle, me esperaba algo así como un Rembrandt, coherente -él, sí-, desolado, metiendo los brazos hasta el codo en mi alma)
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13 de noviembre de 2008


ME VOY A PIE

Es preciso olvidar el tejado rojo
y la ventana con flores.
La escalera oscura y la vieja imagen
que se escondía en un rincón.
Y la cama de madera negra y agujereada
y tus sábanas tan limpias
y la llegada suave de un amanecer
que te despierta más viejo.

Pero no quiero que lloren tus ojos:
dime tu adiós.
El camino es cuesta arriba
y voy a pie.

Es preciso decir adiós a la puerta que se cierra
y que no quisimos cerrar.
Es preciso llenar el pecho y entonar una canción
si el frío de fuera te hace estremecer.
Es preciso ignorar al perro que ahora ladra
atado a un poste reseco,
y olvidar de golpe tu imagen
y este pequeño lugar.

Pero no quiero que lloren tus ojos:
dime tu adiós.
El camino es cuesta arriba
y voy a pie.

Es preciso cargar la guitarra a mi espalda
y volverme por el camino
por el que un atardecer gris, remontando la loma,
llegué hasta aquí.
Las olas borrarán las huellas
que dejo en tu puerto.
Me voy a pie, el camino es cuesta arriba;
pero en sus bordes hay flores.
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(J. M. Serrat)
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Cada día que pasa me siento más ciudadano del mundo, comprendo menos las fronteras... o que aquello que nos diferencia pueda servir para levantarlas.
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Codorníu
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9 de noviembre de 2008

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Esta madrugada, cuando desperté, los seres elementales que habitan por la casa aún no se habían escondido.

Tras el desconcierto inicial, lógico por otra parte, les he echado en cara su despiste. Les he dicho que acepto que se metan en el ordenador, que trasteen con él en mitad de la noche, que me dejen por unas cuantas semanas a expensas de las almas caritativas del vecindario. Pero que no estoy dispuesto a que sigan por medio una vez ya despierto.
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Parece que el mundo de estos pequeños seres anda remando en contra. Aunque, al final, llegamos a un acuerdo a cambio de que se quede uno muy terco en representación de todos: Laura, una canción de Lluís Llach, especialista en removerme.
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Luego, a salvo de culpas y remordimientos, he podido poner al fuego mi café especial para hipertensos y escribir. Café del bueno, me refiero.
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Con la taza en una mano, me muevo con cuidado para que no se me despierte ninguno más; camino de puntillas, con pasos delicados, mirando a todas partes… De momento sólo pienso abrir las ventanas que dan al pensamiento; los otros sentidos, que esperen.
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Mientras escribo, escucho música con tapones en los oídos. Así creo un espacio donde no molesto a nadie; porque los mundos subjetivos -que se mueven al revés de toda lógica- van más lentos (como sin cuerda) de esta manera: sin el ruido del mundo. Hasta amanece mucho más despacio que entre semana, porque la luz -que colabora conmigo- se entretiene por los tejados y tarda en descolgarse por las fachadas. Incluso me parece verlo todo un poco más dorado. Como si fuera el mundo de un anuncio de Codorníu.
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Entonces, comprendo. Y la semilla de aquel hayku germina, con todo su sentido explosivo:
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"Nadie.
Tan sólo un sillón de mimbre a la sombra.
Y agujas de pino esparcidas"
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2 de noviembre de 2008

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Este domingo por la mañana, uno de mis yoes (un tal Pepe) ansiaba lo incierto de la vida cuando salió a comprar el periódico.
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Y es que ni el ron nocturno, ni ese relato tan genial que surgió de la nada, ni cualquier otro disfraz de la locura (ni siquiera los recuerdos nunca perfectos de la juventud, que anticipaban ya entonces la llegada del otoño) han sabido calmar todos estos años el vacío que desciende sobre el bosque cuando se oculta el riachuelo.
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Ahora, al atardecer, con una sonrisa absurda (por todo tesoro) me alargo sobre los encharcados brillos de las calles y atravieso el sonoro sendero de papeles blancos que junta el viento en la puerta de alguna taberna desconocida.
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Allí, delante del líquido dorado que va más allá de la mente, más allá del sonido cadencioso de las gotas que dejan caer los canalones agujereados,
recorro los frágiles labios del cristal, y bebo...
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En el espumoso mostrador (desde el fondo del no-pensamiento, como Pessoa), intento flotar sobre el terco lodazal de la ley de causa y efecto.
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Volveré cuanto antes.
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Codorníu.
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