19 de febrero de 2011


Escribo con una semana de retraso, pero bueno... sé que me disculpáis.  Ha sido todo muy intenso y había que dejar reposar las emociones para contarlas. Además, aunque lo he intentado dos o tres veces, la verdad es que no sabía ni cómo empezar.


El día de su cumple fue un jueves laborable en el que todos anduvimos a la carrera, ya que el mundo no se detiene por nuestras cosas particulares. Incluso mi mujer y mi hijo no pudieron dejar sus ocupaciones. 


Así que, como veíamos que íbamos a estar él y yo solos a la comida, decidimos hacerle los honores al desayuno, donde no faltó un instante muy emotivo, recordando a mi madre. “Lo que le hubiese gustado a ella estar presente en estos momentos”, decía, impresionado, mirando las velas con el "cien" antes de soplar. 


(Estoy seguro que cuando cerró los ojos, ese pensamiento ocupaba su corazón. También, el mío)

Y fuimos acercándonos al sábado, trenzando ingenio con mentirijillas para que no descubriese todo el montaje preparado: habíamos organizado un fiestón que sabíamos que sería inolvidable. 


Conseguí (arrancando tiempo atrás) traerle a su familia de Lugo, de Coruña, de la ría de Arosa… todos en avión. Allí estaban los del mundo rural, los del mar… incluso una cuñada suya no tan mayor como él, de ochenta y tantos años... Como por desgracia, los de su quinta ya no viven, esa tristeza -aunque no empañó el acto- fue inevitable. Al final, tropecientos y pico a la mesa. Fue un esfuerzo que hicieron todos, pero que tuvo su compensación con creces.

Al entrar en el local de mi brazo -faltaba la alfombra roja, más merecida que muchos otros que ganan óscares y goyas- iba poniendo los ojos como platos y se volvía para mirarme. Teníais que haberlo visto: muchos desconocidos de otras mesas que andaban por allí, sintonizaron enseguida con la situación (la gente se identifica enseguida con un evento así) y se fueron acercando para felicitarle… ¡Imaginad el mogollón!

Después, ya en la mesa, se fundió en abrazos entrañables, sentidos, sinceros... Tantos, que comenzamos a comer una hora y media más tarde de lo fijado.  A cada poco había interrupciones: unos y otros se levantaban y le venían a ver para decirle cosas... ¡Vamos, la repera! No creo que pueda olvidarlo nunca.


Por medio de la comida, fotos, vídeos, yo qué sé...

A los postres, fue recibiendo los regalos materiales; y sobre todo, más y más cariño y detalles, que es lo esencial. Un cuñado mío, que escribe muy bien, fue el encargado de decirle unas palabras. Casi nos hace llorar a todos con un toque muy bien traído acerca de la emigración gallega...

En fin, comprenderéis que no puedo resumir las innumerables anécdotas que vivimos.

Pero una cosa sí os puedo asegurar: logré que fuera feliz. Y esto no es una sensación subjetiva mía, porque tengo el mejor certificado: sus palabras exactas verbalizadas a mi oído.


(Desde ese día no para de repetirme que quiere salir a la calle de nuevo... "En cuanto llegue la primavera". Y añade: "A andar y andar los caminos...") 


Como Atahualpa.


Codorníu.

10 de febrero de 2011

10 de febrero de 2011.
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Mi pensamiento primero es para mi madre, que siempre está en mi corazón; aunque hoy, más... infinitamente más. 


Para nada me ha hecho falta el despertador, levantado como estoy desde las cinco; contando los minutos para darle por fin ese montón de besos y abrazos con el que vengo soñando meses atrás; preparándolo todo a escondidas como si fuese para un hijo: los regalos de los Reyes Magos saliendo de debajo de las camas en el último instante nocturno. Aunque sé que lo que más le va a impactar es el encuentro sorpresa con los familiares que vienen desde Galicia. No sé si se huele algo, creo que sí. Veremos qué pasa con el mundo emocional.  ¡Podrá con todo: es un resistente!

Apenas tengo ya tiempo para seguir escribiendo, amigos míos. Me quedan diez minutos para vivir un momento muy especial y no quiero hacerlo sin vosotros. Habéis sido (y sois) mi segunda familia y os llevaré conmigo en este abrazo.  

Codorníu.