30 de julio de 2010

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Parece que apenas terminado el curso todas las nubes negras se pusieran de acuerdo para descargar su tinta. Han sido gotas de agua sucia con las que uno no cuenta, tormentas de verano, rayos... que aún no se han ido.

Necesito poner tierra por medio, y alejarme de este julio inestable de supuestas vacaciones y falsos decorados de cartón piedra.

Vacaciones... Palabra tan deseada entonces, como de extraño contenido en el presente.

Un balancín, la vida.

Me marcho camino del mar con la esperanza de que su compañía, que tanto supuso para mí en el pasado, me cure.

Nadie más puede hacerlo.

(Tal vez si Saleta viviera...)

Codorníu.
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26 de julio de 2010

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"Tal día como hoy, un poco más tarde, un poco más temprano, un día en que todo comienza de nuevo, en que todo comienza, en que todo continúa"
(Georges Perec)

A punto de completar un siglo, me pregunto cómo sería más o menos su imagen cuando atravesó esta edad indefinida de los cincuenta y tantos. No ha sido fácil encontrar un primer plano: no era hombre de muchas fotos, pienso que por una cuestión de prioridades en aquella España de ahorro y paso atrás.

Cuando al fin di con una, lo más aproximado que hallé fue ésta con 49 años. No conseguí doblar por la mitad el siglo exactamente, pero bueno... tampoco él ha cumplido los cien todavía. En ese periodo, estoy seguro que ni se imaginaba la longevidad que se le venía encima. Y mucho menos que sobreviviría tanto tiempo en medio de esta tremenda confusión que conlleva el vivir.

(Aunque le vean con traje y corbata, él no era de llevar esa pinta: es que estábamos en una celebración. No sé por qué digo esto... Ah, ya sé... es que yo cuando me tengo que disfrazar así me dan los siete males)

Codorníu.
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19 de julio de 2010


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Hoy se celebra el día del Padre en Uruguay. El 19 de marzo, San José, es el día en que lo hacemos nosotros. Pero como no hay que perder ocasión para festejar (y menos en este caso), no seré yo quien deje de aprovechar la entrada de mi amiga La Flaca para hacer ésta mía, donde echo mano de unos renglones que publiqué la segunda vez que entré en "Aguas abajo" para ir dejando recuerdos.

Por aquellos días, mi padre tenía 97 años. Hoy cuenta 99 y medio, y aquí, en la familia, vemos los cien a la vuelta de la esquina; aunque no sé yo si él mide el tiempo igual que nosotros.

Por aquel entonces, hace tres años, escribí esto:

"Mi padre habla poco; sin embargo, me contó ayer en la cena que llegó a Madrid en el año 1929, en un coche de línea muy lento que se detenía en todos los pueblos de Castilla. Recuerda que, desde el autocar, vio por primera vez la Gran Vía.
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Le pareció tan grande y hermosa como un futuro. Su vista no cabía en una sola ventanilla, por eso tuvo que mirar también por las de al lado para poder verla toda de golpe, mientras chavales, como él, agitaban la mano desde la calle y saludaban al pasar...

Mi madre aún no estaba a su lado, todavía no se conocían; pero él ya intuía que sonreía como yo, como hacemos en las fotos porque lo llevamos en la sangre. A Miguel, también lo trajimos en la sangre trompicando desde una aldea gallega. Él no se fija en estos detalles todavía. Su pelo rubio, el viento "norteiro" en la expresión de la cara y eso de la sonrisa lo cantan a las claras.

Mi padre aprendió a hablar castellano muy rápido, porque le sonaba a fino y a ciudades bonitas. Ya dije, corría el año 29. Venía a segar con dieciséis años tan sólo. Y tan solo"

¡Para que me hablen a mí mal de los "emigrantes"!

Codorníu.
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11 de julio de 2010

Queridos amigos del mundo, hermanos:

Como para sufrir ya tenemos y tendremos ciento una ocasiones -y sin que esto nos impida olvidar las penas negras con que los mercados “obsequian” a los pueblos a diario-, aquí saco, a la puerta de mi "boliche", unas cuantas sillas y este sorbete virtual que acabo de probar en mi cocina.

Se trata de un nuevo cóctel para invitar y festejar con todos vosotros (sí, tú también; que no me olvido de nadie y menos de ti), lo que estos chicos de mi país han logrado: quedar campeones del mundo en fútbol por delante (que no encima) de teutones y bóers.

Vaya este granizado para todos nosotros, los que celebramos las cosas sin que nos volvamos tontos de baba del Imperio, ni se nos pasen por alto las cosas importantes. Y en especial para nuestros hermanos del otro lado del Atlántico, a quienes prometí llevarlos en mi corazón hoy -en tierras de Mandela (27 años de cárcel)-, y gustosamente dediqué el esfuerzo de inventar este Daikiri gallego; porque gallegos fueron los más numerosos emigrantes del mundo y, simbólicamente, por extensión del término, todos nosotros:

INGREDIENTES:
50 cc. de ron blanco (yo soy fiel al Havana club)

50 cc. de albariño (los hay extraordinarios; pero mi corazón -y mi juventud con Saleta- siempre estará con Martín Códax)

¼ kilo de helado de limón (no les sugiero nada, no me gusta fingir y no tengo preferencias)

50 gramos de azúcar (procuren que no sea morena que oscurece mucho el cóctel)

5 gotas de marrasquino (el original se importa de Dalmacia, en la costa del Adriático)

Hielo (eso ya es libre, por ahora)

PREPARACIÓN:
En una batidora, se colocan el ron blanco, el albariño, el helado de limón y el azúcar. Batimos todo hasta formar un final uniforme. A continuación, sacudimos las gotas de marrasquino, añadimos los cubitos de hielo y batimos de nuevo hasta conseguir una textura frappé; esto es importante. Por último, servimos en copas cónicas de daikiri, con dos pajitas cortas e iguales, de grosor mediano.

Disfruten amigos, hice las pruebas con todo el cariño.
Si algo sale mal, ya saben que es el capitalismo; que todo lo adultera.

Brindemos y bebamos, que ya habrá tiempo de ponerse mustios.

(Y a ti, que lo estás pasando mal -y el miedo te ronda- te mando un abrazo desde lo más profundo del alma)

Me voy a la calle.

Codorníu.
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8 de julio de 2010

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La calle está que explota. El calor invita a tirarse en las fuentes. Los más jóvenes se meten: es una tentación. Los coches pitan y pitan al pasar. Impresiona ver tanta alegría expresándose. Supongo que, por dentro, cada cual tendrá sus motivos. Éste que suscribe ya se da por premiado, aunque no gane "la roja" el campeonato del mundo. Éste que suscribe sólo quería llegar hasta aquí para darse un baño después de tanta mugre. No saben lo que me he acordado de esa frase que dicen nuestros amigos uruguayos de "romperles el orto". Los alemanes (ayer lo confesaba el Deutsche Bank en primera página de todos los periódicos) estuvieron especulando contra la deuda pública española, primero; y contra los bancos españoles, después. Se dice pronto. Y eso que somos sus socios de la Unión Europea. Con cada punto porcentual con que se castigaba nuestro bono a diez años, quién sabe cuantos recortes sociales nos podríamos haber evitado.

Al parecer, no tuvieron suficiente con financiar la mayor parte de las hipotecas basura del mundo inmobiliario de nuestro país en la última década. Porque fue entonces, su dinero, el que llegó a espuertas a sabiendas de lo que hacían.

Ahora, para echarnos la lápida, son los principales defensores de los planteamientos económicos más antisociales de toda Europa; los principales responsables de haber puesto de rodillas a nuestro Presidente en aquella famosa reunión de mayo; los culpables de meternos en una deflacción que durará hasta el 2018 -por lo menos-; y todo gracias a su odio calvinista por todo lo que huela a keynesianismo.

Ya me he quedado a gusto; aunque sólo sea por todo esto que acabo de vaciar. Porque imaginar a la Merkel, con la cara de ajo que se le habrá quedado es una compensación sin par. Al menos para mí. Y es que en esto de las noticias (aunque sean deportivas) cada cual ve lo que ve, e impregna de significado propio los aconteceres de la vida corriente. De ahí que haya (como siempre hubo) patriotas y patriotas.

Ah, se me olvidaba... jeje... Hablando de fútbol:

Los alemanes salieron acojonados, metidos atrás todo el primer tiempo y treinta minutos del segundo. O sea, que perdieron sin dignidad, sin honor y sin vergüenza; que es la manera más humillante de perder. Los teutones jugaron como lo que eran: un equipo inferior. Y la pena es que fallamos unas cuantas ocasiones, porque por juego se deberían haber llevado un saco de goles.

Reconozco, eso sí, que nos jugaron limpio, sin faltas; que perdieron con educación, sin liarla.

Hasta ahí.

Luego está lo otro. Lo que algunos tildarán de extradeportivo, y me criticarán por este enfoque.

Lo siento. Para mí no ha sido un partido más.

La final, ya no me importa tanto.



Codorníu.
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2 de julio de 2010

En esta incierta hora...

Habibi, este vocablo árabe tan hermoso que repite Carlos Cano en esta canción, significa amado, querido, añorado. Una palabra que desaparecerá no tardando mucho, porque nuestra sociedad irá perdiendo todo vocabulario que no esté ligado al individualismo, arrastrada por un plan diseñado a la perfección por eso que llamamos (en un abandono de frivolidad) “los mercados. Y es que el amor, eso que nos aproxima a la divinidad, no debería terminar -como no termina el color azul con el tono celeste o marino- en la relación objetal con la pareja, ni con el nido familiar.

Hay en nuestro interior un reclamo de amor social, un sentimiento de solidaridad, llamémosle X, del que de sobra sois conscientes sin que me extienda. Sin esa emoción, sin ese proyecto de que progresamos, sin esa construcción de futuro, uno no llega -ni de lejos- a la categoría de hormiguero o enjambre. Y sabe que sus días, su sociedad, están contados sin su esencia.

Al-Mutamid fue un poeta notable; sin embargo, tal categoría no fue lo más importante. A lo largo de su reinado, la cultura, la sensibilidad y la solidaridad florecieron en Sevilla esplendorosamente. En su corte gozaron de favor los poetas y literatos; pero además hubo muchos progresos sociales. Los almorávides (que no veían más allá de sus narices religiosas) retornaron a la península en 1088. Y esta vez no sólo combatieron a los cristianos, sino que fueron conquistando uno a uno todos los reinos de taifas; Sevilla, entre ellos. Al-Mutamid fue depuesto por el emir almorávide en 1090 y desterrado a África, donde murió en Agmat, lleno de pena, en las inmediaciones de Marrakech.

Su dolor al abandonar Sevilla (la canción lo refleja) no era por la ciudad, yo estoy convencido. Era el desconsuelo al ver como se pierde la vida, los avances de la civilización, la esperanza de un mundo más libre, su Ítaca: un trágico calco del momento que vivimos ahora. Pienso -salvando las distancias históricas- en los obreros del XIX, en los años de cárcel, en la muerte que les rodeó luchando; en la jornada de ocho horas, en los sufrimientos de los seres humanos por tantas y tantas conquistas; en los innumerables avances arañados en la sanidad, en el descanso necesario, en la Educación, en el salario justo, en las pensiones de nuestros mayores…

En Saleta, en Chumpéter, en mí mismo... .

Codorníu.

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